José María Carrascal

La izquierda del siglo XXI

José María Carrascal
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El desplome del Muro berlinés no trajo el fin de la historia, como anunció Francis Fukuyama. La historia sigue más preñada de acontecimientos que nunca. Pero trajo el fin del «socialismo real» o «democracia popular», como los comunistas llamaban a su régimen. El «paraíso de los trabajadores» que iba a ser la Unión Soviética resultó ser un campo de concentración, la «dictadura del proletariado», una férrea dictadura, y la sociedad sin clases, la sociedad más clasista, con todo el poder, la influencia y los privilegios en manos del partido.

Eso fue lo que se desplomó con el Muro berlinés. Pero la izquierda continuó viva por la sencilla razón de ser una de las formas del individuo humano en el pensar, el sentir y el actuar.

Como también lo es la derecha. Se es de izquierdas o de derechas como se es zurdo o diestro, rubio o moreno, alto o bajo, optimista o pesimista, y tantas otras variantes de nuestra especie. La única peculiaridad de este dualismo es que izquierda y derecha han llegado a las manos en muchas más ocasiones que las otras parejas.

Todo apunta a que la izquierda aún no ha encontrado en el siglo XXI otro papel que criticar a la derecha

El desplome del Muro berlinés, sin embargo, privó a la izquierda de lo que podríamos llamar la «joya de su corona», la utopía, la posibilidad de construir un paraíso en la Tierra, ese sueño de la humanidad. Ya venía teniendo problemas para sostenerlo, pues la derecha, mucho más flexible, había evolucionado del capitalismo brutal del principio a sociedad de consumo, que convertía la clase obrera en media e introducía medidas para aliviar la suerte de los trabajadores. A lo que la izquierda contrapuso una socialdemocracia que aceptaba la libertad individual y un mercado regulado, facilitando la vida ciudadana, la pluralidad ideológica y el desarrollo económico. Conviene, sin embargo, advertir que para la izquierda pura y dura, los comunistas, los socialdemócratas siempre fueron unos «lacayos del capitalismo», mayores enemigos aún que los capitalistas.

Con la caída estrepitosa de la Unión Soviética, el comunismo se vino también abajo. Pero los mitos duran más que las realidades, sobre todo en los países con problemas económicos, territoriales o sociales, a los que ofrece soluciones rápidas, brillantes, sin dolor a todos esos problemas. Es como, montado en la frustración popular, el comunismo se mantiene en Hispanoamérica –castrismo, sandinismo, chavismo– y Europa –Syriza, Podemos–, todos ellos con grandes planes y esperanzas que se estrellan contra la dura realidad. El último de los experimentos tiene lugar en España, donde Podemos lleva meses gobernando algunas ciudades y autonomías, sin haber hecho más que gestos anecdóticos –cambios del callejero o llevar los bebés al Parlamento– y proyectos peregrinos, como que las madres de los escolares limpien las aulas, o los universitarios las calles. Pero gobernar, es decir, abordar los problemas de nuestra sociedad, como el paro, no lo hemos visto en ninguna parte. Y todo apunta a que la izquierda aún no ha encontrado en el siglo XXI otro papel que criticar a la derecha. También necesario en democracia. Aunque no en la suya.

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