TRIBUNA ABIERTA

Inmigración y extrema derecha

«Son las clases trabajadoras de los extrarradios europeos las que se han cambiado de extremo»

«Manteros» en la Gran Vía de Madrid G.Navarro

Antonio Hernández Mancha

LA inmigración irregular es el primer problema de Europa, pero nadie sabe cómo afrontarlo ni cómo detenerlo. Hacer inversiones en los países de origen -el «Plan Casado»- es la única solución realista, pero tardará más de diez años en comenzar a notarse y mientras tanto la avalancha de irregulares seguirá siendo incontenible. Antes disminuirá el número de refugiados que huyen de la guerra que el de irregulares que huyen de la desesperanza. Es urgente hacer algo, pero no surgen ideas nuevas. Existe, sin embargo una, sorprendente unanimidad al achacarlo al racismo ideológico. A partir de ahí todos los dicterios son buenos contra el egoísmo de los blancos, de los ricos, de los que tienen la vida resuelta, de los que se oponen a cualquier inmigración… Es decir, a la extrema derecha.

Confundir las causas con los efectos es el peor error metodológico que se puede cometer, y siendo notorio que la extrema derecha europea no es la causa de la guerra de Siria ni del hambre de África, si partimos de tal diagnóstico es imposible encontrar una solución válida. Hay quien prefiere encontrar culpables en vez de soluciones, aunque así consiguen justamente lo contrario de lo que pretenden, y aparecen votantes de extrema derecha que antes no lo eran. Tan grave error de cálculo solo se explica por los antecedentes históricos del antisemitismo nazi, del supremacismo de los blancos, las teorías de las razas puras superiores e inferiores de Gobineau, de Nietzsche y de Rosemberg. Y aquí, a las expulsiones de judíos y moriscos. Lo llamativo es que los intelectuales no combatan un error tan evidente cuando la extrema izquierda italiana, unida con la extrema derecha, asume que «los italianos primero y que en Italia ningún inmigrante más», según Mateo Salvini.

Son las clases trabajadoras de los extrarradios europeos que eran antes militantes de izquierda las que ante la inmigración masiva se han cambiado de extremo y ahora están en la extrema derecha, como se percibe claramente en la Francia de Le Pen, en la Hungría de Orban, en la Alemania del Este y, desde hace poco, hasta en la Suecia de Olof Palme… Hoy, del grito «proletarios de todo el mundo uníos» que entonaba «La Internacional» nadie quiere acordarse.

Tampoco se percibe que este cambio de actitud no es tan solo una cuestión del número de inmigrantes absorbidos, como intuía Juncker hace poco, cuando lamentaba la paradoja de que en países con «no más de veintiocho inmigrantes acogidos se hablaba ya de invasión islámica». A este respecto, Serge Moscovici, padre del actual comisario europeo Pierre Moscovici, escribió un magnífico «Tratado de psicología de las masas», donde razona científicamente sobre la emotividad de las masas frente a la racionalidad de los individuos influidos por la propaganda. Hay que corregir el rumbo, y la primera interesada debe ser la Izquierda europea.

Las sociedades, de modo análogo al cuerpo humano, pueden soportar un determinado volumen de agentes externos sin que su propio sistema inmunológico se resienta. Esto es lo que venía ocurriendo en Alemania durante los últimos sesenta años. Anualmente recibía entre 50.000 y 100.000 turcos y no pasaba nada. Ni había xenofobia, ni se acordaban del racismo de sus recientes antecesores ni resurgía la extrema derecha nazi. Simplemente la sociedad alemana venía siendo capaz de metabolizar esta inmigración, al tiempo que aprovechaba su trabajo ante la falta de mano de obra autóctona, enseñándole el idioma alemán e integrándola en sus estructuras sociales.

Hace dos años, entra de golpe en Alemania un millón de sirios que huye de la guerra y todo lo anterior salta por los aires. ¿Qué ha ocurrido para que a la convivencia con los turcos suceda repentinamente el odio a los inmigrantes? ¿Es la culpa de los nazis que, ocultos bajo las siglas de Alternativa por Alemania, han decidido salir del armario aprovechando la inmigración como argumento? Esta explicación no satisface ni a los más sectarios. Si el cuerpo recibe una invasión de agentes externos su sistema metabólico los procesa, los asimila, expulsa los residuos patógenos e incorpora los beneficiosos. Pero si se le inyecta una dosis muy superior a la que su metabolismo puede reciclar, el sistema inmunológico enciende sus alarmas y rechaza todo lo que viene de fuera sea bueno o malo. Eso es lo que ha ocurrido con los sirios en Alemania, y con los venezolanos en Ecuador, Brasil o Colombia, huyendo del paraíso socialista bolivariano, tan admirado por algunos. El ejemplo venezolano es llamativo porque en esta invasión no hay ninguna componente ideológica, ni la justificación intelectual de la diferencia de raza ni de cultura, pues nadie invoca si son indios, mestizos, criollos, blancos, negros o cuarterones.

Queda claro a mi modo de ver que una inmigración ordenada es positiva siempre y cuando sea en número y características que permitan su acomodo en el tejido social de la sociedad de acogida. Máxime cuando nuestra población autóctona envejece al ritmo que lo hace sin nuevos nacimientos que lo compensen y rechaza trabajos que los extranjeros aceptan. Pero es imprescindible el equilibrio y que, junto a inmigrantes sin preparación, vengan otros que la tengan y que aporten algo al sistema de bienestar social que los acoge, pues no me parecer razonable la solución de llenar de «manteros» nuestras playas, calles y plazas.

En la actuación de Europa y de sus Estados, es tan necesario el control de fronteras como el «Plan Casado» de inversión en los países de origen, a lo que yo añadiría una parcial liberalización de la Política Agraria Común para que los países africanos tengan algo que suministrar a Europa, en vez de venir a nuestros campos a hacer el trabajo que nosotros no queremos hacer.

Hay que evitar las avalanchas invasivas violentas, que terminarán con la misericordia de los españoles y crearán odio a los que vienen.

Antonio Hernández Mancha fue Presidente de Alianza Popular

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