Gabriel Albiac

Entre dos tedios

El adversario de Susana Díaz no se llama Pedro Sánchez. Se llama populismo, ese fascismo en germen

Gabriel Albiac
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Tan bajo hemos caído en la escala moral de la ciudadanía, que una aparatchik amorfa nos aparece como un mal menor. Y lo es, seguramente. Tan bajo hemos caído, tan bajo. Claro está que por culpa nuestra.

Y no es que Susana Díaz pueda exhibirse siquiera como un sujeto político blindado a la crónica corrupción socialista en el Sur de España. De poder, al menos, mostrar ese patrimonio, benditas fueran incluso su manifiesta ignorancia y su penosa retórica. Un átomo de decencia vale hoy, en la política española, más que media docena de doctorados en Harvard. Y es mucho más raro. Pero Díaz tiene su propia biografía. Que es la de todos y cada uno de los altos funcionarios de un PSOE andaluz irreversiblemente sicilianizado.

No es una maldición cromosomática. Es una determinación material. En España sólo existe un criterio para medir la corrupción de un partido: su tiempo de gobierno en régimen de monopolio. Y ni siquiera la Convergencia de Pujol dispuso de un cupo de años comparable al de los socialistas andaluces.

Y no, no es cosa de voluntad moral o de inmoral patología. Las personales bondades quedan a salvo aquí. Los partidos han robado porque así lo dispuso la ley. Una ley cuya ausencia de control sobre sus finanzas quedó consagrada desde los inicios de la transición, cuando todos -todos- consensuaron que los grandes promotores inmobiliarios financiarían las organizaciones de base a través de las recalificaciones de terreno. Fue el principio. Poco a poco, se descubrieron modos más suculentos. El del reparto de ayudas europeas fue mano de santo para un Sur de voto subvencionado. Díaz no fue más que una funcionaria -una más- en ese juego.

Y claro que no es ella el problema. Ella es uno de los donnadies, sin los cuales la máquina de trocar euros en votos no hubiera funcionado. El enigma de verdad, el serio, es cómo un partido de ética inexpugnable hasta el Congreso de Suresnes pudo mutar a tal velocidad. Cuando González y Guerra decidieron que al país no iba a reconocerlo «ni su madre» tras su paso, tenían un modelo: en el PSOE que tomaron ellos por asalto, no había ya madre ni padre que atisbaran resto alguno de su legendaria decencia. Sin apenas tropiezos de alto nivel en los juzgados. Y, aún menos, en las cárceles.

Es eso, pienso, lo que ha acabado, al fin, por convencer a sus no muy letrados votantes de que se pasen, precipitada y masivamente, al peronismo agresivo de Podemos. A fin de cuentas, las retóricas del joven Felipe González no eran tan distintas de las del viejo coronel Perón que ahora recupera, con juvenil entusiasmo, Pablo Iglesias. Ni los arrebatos de Montero se distinguen gran cosa de los de Eva Duarte. La vieja clientela que amó con ingenuidad a aquellos pícaros sevillanos de la transición, ha comenzado a amar a estos dicharacheros penenes de nuestro poco neuronal inicio de siglo. No, el adversario de Susana Díaz -y de González y Guerra- no se llama Pedro Sánchez. Por desgracia. Se llama populismo, ese fascismo en germen.

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