Hoja roja

Ruta del cambio

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Alos refranes les pasa lo que a los principios de Marx -de Groucho, se entiende- que siempre hay otros de recambio por si no satisfacen las necesidades del consumidor. Así, para todos aquellos que vieron inadecuado el torpe aliño indumentario del alcalde el día de su investidura, está aquello de la mujer del césar y lo del ser y el parecer, o el más castizo: 'Más honran buenos vestidos que buenos apellidos'. Por contra, aquellos que defendieron la elección entre casual y causal de José María González se aliviaron pronto y ligero con 'el hábito no hace al monje' o con el clásico y un tanto clasista: 'Aunque la mona se vista de seda, mona se queda'. Refranes hay para todo, ya lo sabe.

Como gente, 'gente pa tó' que dijo Guerrita o el Gallo o el Beni, según el gusto también de quien lo cite.

Gente de su padre y de su madre, incluso gente de mala madre. Y gente ¿ingenua? que se cree todavía que internet es un arma cargada de futuro. De futuro, no, de pasado. De muchísimo pasado. Y al pasado le pasa como al culo, que todo el mundo tiene uno -con más o menos luces- y que aparece cuando menos se le espera.

A mí, como a usted comprenderá, me trae tal vez sin cuidado que haya gente que cuente chistes racistas, que practique el humor negro, que se acuerde de la constitución en el baño o que se desnude como forma de protesta -dice Pablo Iglesias que los demócratas de verdad lo hacen, lo de protestar- ante lo que considera una agresión, mientras no me obligue a mí a hacerlo o a aplaudirlo, y mientras lo hagan dentro del marco de la legalidad y sin atentar contra la dignidad de nadie. Y también me da un poco igual que pidan perdón público, que se rasguen las vestiduras o que vuelvan a desnudarse en público de arrepentimiento. El camino, dice el refrán, se demuestra andando. Y eso es lo que esperamos. El resto, son gestos con mayor o menor fortuna. Gestos que se entienden perfectamente, como los de ofrecer el bastón a los ciudadanos -afrecho, que no harina-, o reducir gastos en publicidad y en coches oficiales, porque como decía Marañón: «la multitud ha sido en todas las épocas de la historia arrastrada por gestos más que por ideas».

Sin embargo, los gestos, sin más, sólo sirven para vencer batallas y difícilmente para ganar la guerra. Muchísimo menos cuando el enemigo conoce al dedillo el terreno de la contienda y sabe a la perfección dónde se esconde cada mina y cómo hacerlas estallar. La bandera, la famosa bandera -qué asco hacer de las banderas estandartes de confrontación olvidando que son símbolos de la identificación de los estados-, las descalificaciones, las mentiras, los reproches. son malas artes, pero son artes lícitas, porque todo vale en el amor y en la guerra. Y esta guerra no ha hecho más que empezar. Porque un gobierno de asesores, de asambleas -a mí lo de las asambleas me trae a la memoria mi época de instituto cuando pasábamos mañanas enteras discutiendo sobre la pertinencia de poner un examen el lunes o el martes, para acabar decidiéndolo con una moneda al aire, en fin-, de reuniones de vecinos, de comités ciudadanos no es operativo -es chulo, y enternecedor, pero no es operativo- y el ritmo de la ciudad no puede paralizarse más.

La parte «chunga» a la que se refería María Romay también forma parte del Ayuntamiento, nos guste o no. Y por muy urgente que sea el tema de la apertura de los comedores escolares en vacaciones -tan urgente, que pasado mañana están los niños de vacaciones- y el de los desahucios, ocupar «el noventa por ciento de trabajo del equipo de concejales» en eso, no deja de ser preocupante.

La ruta del cambio, como la ha llamado el catequista Iglesias, no puede ser otra línea pintada en el suelo, ésas que de nada han servido, por cierto, ni una caravana de mujeres dispuesta a cruzar el oeste indómito. Recorrer el país parando en las «ciudades del cambio» me recuerda muchísimo a Onésimo Sánchez -lo del realismo mágico, cada vez más real-: «Fue una escala ineludible en la campaña electoral de cada cuatro años. Por la mañana habían llegado los furgones de la farándula. Después llegaron los camiones con los indios de alquiler que llevaban por los pueblos para completar las multitudes de los actos públicos».

La idea del líder de Podemos es seducir a quienes no les han votado en los comicios autonómicos y municipales para el envite electoral del otoño. Lo que les digo, García Márquez en estado puro: «Después del discurso, como de costumbre, el senador hizo una caminata por las calles del pueblo, entre la música y los cohetes, y asediado por la gente del pueblo que le contaba sus penas. El senador los escuchaba de buen talante, y siempre encontraba una forma de consolar a todos sin hacerles favores difíciles».

En fin. Esta ciudad no tiene remedio. Vuelve Martínez Ares con la misma expectación que si volviera Mecano y el mundo del Carnaval se tambalea y se rinde a sus pies. Mientras, siguen saliendo las procesiones y las entradas para ver el Cádiz en Bilbao se agotaron en dos horas. Ya solo falta que suba a Segunda y seguiremos como siempre.

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