Tomás Gómez, el jueves, a la vuelta a sus clases de la Carlos III tras su destitución
Tomás Gómez, el jueves, a la vuelta a sus clases de la Carlos III tras su destitución - ernesto agudo

Mi primer (y último) día de clase con «don Tomás»

ABC, testigo directo del regreso de Tomás Gómez a la universidad tras su destitución del PSM

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«Don Tomás» está a punto de llegar a clase. Será la primera vez que vuelva a la universidad desde que fue invitado a salir del PSM. Son las nueve menos cuarto de la mañana y en el aula ya hay algunos alumnos esperando, entre ellos yo, de incógnito. Tomo asiento en la antepenúltima fila, en la esquina que está más cerca de la puerta por si, por alguna razón, tengo que salir corriendo. Saco mi cuaderno de batalla —de cuadritos—, un bolígrafo y el iPhone. No quiero mirar demasiado a mis ficticios compañeros por si alguno me pregunta qué hago ahí, si soy nueva o si me he perdido; soy menudita, pero mi cara ya refleja que hace unos cuantos años dejé las clases.

Me empieza a entrar un ligero cosquilleo por la barriga. No he desayunado, pero esta sensación es por el «¿y si me reconoce de alguna rueda de prensa?». Escucho a la chica que se sienta a mi izquierda decir algo de un examen. ¿¡Examen!?

Los alumnos de «don Tomás» entran a tropel según se acerca la hora de empezar. Faltan dos minutos para las nueve y el maestro cruza la puerta, con un aspecto algo más informal al que nos tiene acostumbrados –a los medios–. Está serio o amodorrado. Toma asiento en su silla de poder, se coloca las gafas casi al final de la nariz y empieza a pasar lista sin levantar los ojos de la mesa. Punto a favor. «Sacad un folio», les insta a los chavales. ¡Oh, oh! No tengo y va a quedar feo y cutre el sonido que haré al romper una de mis hojas de cuadritos. Le pregunto a la joven de al lado: «¿Hay examen?». «Sí, tipo test, creemos». «¿Me dejas un folio?», le pido casi haciendo pucheros. «Claro». ¡Qué maja! Los nervios del estómago siguen creciendo: ¡No he estudiado!

Suena su voz: «Poned el nombre, el grupo –está claro que no escribiré ABC– y apuntad: Define la eficiencia en sentido de pareto –¿hola?–. Diferencia entre eficiencia y equidad. Tenéis cinco minutos». ¡Ja! Escribo mi nombre de guerra para esta misión: «María García». Y a esperar. Decido manchar tanto espacio en blanco para disimular, por si me coge mi superexamen y me cuestiona. Le preguntaría por escrito qué hace ahora en su tiempo libre desde que ha dejado el PSM, pero no responderá. Así que me sincero: «Soy una mera observadora. Disculpe las molestias».

Los futuros graduados se dejan el pellejo en responder y observo que «don Tomás» mira entre tanto su móvil. A las 9.08 entra un rezagado; a las 9.11 otro. El «profe» se levanta y pide que le entreguen los exámenes fila por fila. Me toca a mí darle los de la mía. La de al lado no termina; el resto sí, así que les pido rápido sus hojas para colar entre medias la mía. La oculto y el profesor me las reclama. Me mira, sonrío y retiro la vista. Se centra en una chica que tiene cara de apenada. «¿Qué te pasa?», le pregunta preocupado. «Nada», responde ella afligida por su resultado.

«Don Tomás» vuelve a su sitio y suelta: «¿Quién salió el otro día a la pizarra?». Me temo lo peor. Unos cuantos levantan la mano y dice los nombres de otros. Escucho: «María García». Repite: «María García». Me levanto, sin duda. Me pongo el abrigo, cojo el bolso y salgo como un resorte del aula. Suspensa, seguro, pero he vivido por unos instantes la primera clase de Tomás Gómez después de que Sánchez le echara de Callao. Solo me queda sentarme detrás de la puerta y escuchar. La clase continúa entre mercados puros e imperfectos, risas, aplausos y un «feeling» perfecto.

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