Propuesta de honores y distinciones

Se conoce el precio en que la señora Romero tasa su honor: 150.000 euros

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No sabemos lo que a la Sanidad pública española le habrá costado, en dinero contante y sonante, el tratamiento que ha salvado la vida a Teresa Romero. Habrá sido seguramente una cantidad considerable, aunque, por supuesto, insignificante en comparación con la salud de la auxiliar de enfermería, ahora convertida de repente —y suponemos que a su pesar— en estrella mediática. Lo que sí se conoce es el precio en que la señora Romero tasa su honor: 150.000 euros, pues que a tal cantidad asciende la indemnización que reclama a quienes considera que atentaron contra él. Si ese es el importe con que la interesada ajusta su propia dignidad, allá ella. Nosotros no tenemos más que decir, salvo quizá expresar nuestra sorpresa por la baja cotización que algunas personas asignan a la respetabilidad.

Fue don Antonio Machado quien dejó cincelado, en uno de sus Proverbios y cantares, aquello de que «todo necio/confunde valor y precio». Es evidente que las enseñanzas de los grandes poetas se mantienen vigentes por encima de tiempos y modas.

Finalicemos este breve (y ligero, no faltaba más) exordio periodístico para sugerir una revisión de eso que suele llamarse «Reglamento de honores y distinciones» en todos los municipios gallegos. Quizá así nos evitaríamos algunas que otras absurdas designaciones y las subsiguientes revocaciones, no menos absurdas y, en todo caso, tan infundadas las unas como las otras. Un repaso, verbigracia, a las medallas y títulos honoríficos concedidos por el Concello de Lugo en los últimos cien años da mucha risa. Una risa sólo equiparable a la producida por los acuerdos derogatorios sobre esas mismas distinciones, acuerdos que suelen adoptar los políticos cada vez que cambia la coyuntura y se ven acometidos por la furia del converso.

Si en esa broma de colgar y descolgar medallas cabe la satisfacción a título póstumo, nos atrevemos a proponer al Concello de Becerreá la concesión de nombramientos de hijos predilectos y/o adoptivos a los vecinos del municipio (no menos de sesenta, según obra en el informe estadístico de 1919) fallecidos a consecuencia de la llamada «gripe del 18». Una epidemia, por cierto, mucho más devastadora que la del ébola: se cobró trescientas mil vidas en España.

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