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Tiranías

«No usamos la palabra tiranía en las conversaciones de café»

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Hoy en día uno no suele usar la palabra «tiranía» (abuso o imposición en grado extraordinario de cualquier poder, fuerza o superioridad, en la segunda acepción del diccionario de la RAE) en una conversación de café. Tampoco se suele usar la palabra «espadaña», por ejemplo. Supongo que se debe a que las palabras de uso habitual son aquellas que se relacionan con una realidad cercana. Las iglesias de la Comunidad Valenciana no tienen espadañas, sino campanarios de torre. Y hace al menos 40 años que no conocemos ninguna tiranía formal.

Pero las tiranías no necesitan de un aspecto formal para ser ejercidas. Y son mucho más eficientes si, en lugar de una sola persona (un dictador que recurra a la fuerza, por ejemplo), las ejerce un colectivo, organizado conscientemente o no.

La más evidente de las que padecemos en la actualidad es la tiranía de la corrección política. Ese concepto difuso y retorcido que se utiliza para «autorizar» el lenguaje, las ideas políticas o los comportamientos que debemos observar para no ofender a determinados grupos. La tiranía de la corrección política engloba a su vez otras muchas pequeñas tiranías, que se siguen ejerciendo con fruición en la Comunidad Valenciana y en España, y que se han exacerbado con la llegada de pactos de izquierdas a la mayoría de gobiernos locales y al autonómico. Quizá porque es la izquierda (la misma que nos intenta convencer de que las de Cuba o Venezuela no son tiranías) la que ha definido la corrección política por estos lares.

Así, por ejemplo, hoy está absolutamente vetado reconocer una sola aportación positiva del franquismo, porque rápidamente uno es acusado de enaltecer al régimen. Y mientras las republicanas (tan anticonstitucionales como la bandera con el águila de San Juan) campan a sus anchas con orgullo, ay de aquél a quien se le ocurra salir a la calle con la actual bandera de España sin que haya jugado la selección de fútbol. «Fascista» es lo más suave que oirá.

Tampoco se puede sugerir que, en ocasiones, hay mujeres que presentan denuncias falsas por violencia de género para vengarse de sus exmaridos o tomar ventaja en un proceso de divorcio. Ni siquiera lo puede afirmar un juez a la luz de las estadísticas de su juzgado, porque entonces toda la ira de las asociaciones feministas cae sobre él, y es rápidamente tachado de machista, retrógrado y violento. Y, sin embargo, es lo que les ha pasado al exalcalde socialista de Elche Alejandro Soler, o al exministro socialista de Justicia Juan Fernando López Aguilar (impulsor de la ley que culpabiliza a priori a todos los hombres, por cierto).

Otra de las tiranías modernas, que se ha extendido con notable éxito en nuestra Comunidad, la inició la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, en su fecunda época de activista. Paradójicamente, Colau nunca en su vida ha pagado una hipoteca. Con la entrada de los podemitas en los ayuntamientos, ya no importa que un inquilino lleve años sin pagarle el alquiler a su casero, que quizá esté igual de necesitado económicamente, o que el usuario de una vivienda social de titularidad pública no solo no pague, sino que además haga la vida imposible a sus vecinos incumpliendo así el contrato de arrendamiento. Se le plantifican en la puerta unos cuantos miembros de «la plataforma», y a ver quién tiene el cuajo de sacarlo de allí.

Con el tiempo, también se han constituido en pequeñas tiranías el ecologismo, sobre todo en su versión animalista; la solidaridad internacional en el apartado «refugiados»; el laicismo extremo y absurdo que pretende desterrar a la Iglesia de la vida pública… Está prohibido discrepar del discurso oficial. Pero no usamos la palabra «tiranía» en las conversaciones de café.

dmartinezjorda@abc.es

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