No se meta en política

Es de sobra conocido aquel consejo que Franco le dio a Alonso Fueyo, director del diario «Arriba», cuando éste fue a quejarse de las presiones que recibía por parte de algunos prebostes del régimen: «Usted haga como yo, no se meta en política». Y en verdad Franco no se metía en política porque no lo necesitaba, pero quienes hemos crecido en democracia entendemos que hacerlo es aceptar un compromiso con los votantes y cumplir una serie de normas, escritas y no escritas, de respeto hacia los ciudadanos.

Y en virtud de esta concepción de la política como servicio, quienes votamos tenemos derecho a exigir que los políticos cumplan las líneas básicas de unos postulados ideológicos que por empatía asumimos como propios.

En las últimas elecciones, al calor del rechazo y del hastío que generaba en buena parte de la sociedad el bipartidismo y, en algunos casos, la alternancia de mayorías absolutas -en la práctica no tan distintas a las dictaduras-, nacieron unos cuantos partidos capitalizadores del descontento. En algunos lugares esos partidos han alcanzado su objetivo de gobernar o permitir la gobernabilidad, y es ahora cuando tienen la responsabilidad de cumplir, si cabe con mucho mayor escrúpulo, sus promesas de regeneración y cambio.

Pero también es fundamental, si quieren consolidar o, incluso, aumentar su expectativa de voto en un futuro próximo, que exijan a sus representantes en las administraciones recién «conquistadas» la mayor coherencia con todo lo prometido y comprometido, sin enmascarar los hechos ni hacerse trampas al solitario. No será sino así como podrán labrarse un futuro estable. Porque cualquier mínimo titubeo que identifique su forma de hacer política con las gastadas maneras de sus rivales provocará una sensación de «deja vu» y una consecuente e inevitable deserción en masa. Y es que a aquel consejo de Franco en verdad le faltaba una suerte de prótasis: no se meta en política... a menos que sea para hacer una nueva.