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felicidades

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Sí, así: en plural y con minúsculas. Te repito esta fórmula tópica, sin preocuparme de que la consideres como una expresión vacía que te envío impulsado por la inercia de estas fechas. Te comprendo cuando me dices que el uso de estas expresiones tan consabidas te aburre por lo cansino que te resulta y que, a veces, te fastidia por su vaciedad, pero también sé lo mucho que disfrutas cuando saboreas unas sensaciones y unos sentimientos que, por haberlos experimentado durante tu niñez, se han incrustado en las fibras más íntimas de tus entrañas. Por eso repites año tras año que «la Virgen se está peinando entre cortina y cortina», y por eso vuelves a paladear los mismos pestiños y aquellos polvorones de Estepa que tomabas en casa de tu abuela.

En esta ocasión, prefiero dejar toda grandilocuencia y huir de las abstracciones: te deseo, simplemente, «felicidades». Dejo para otro momento la que escribimos con mayúsculas, esa Felicidad Eterna, Infinita y Absoluta. Me conformo con que te sigas llevando bien con tus gentes y, sobre todo, contigo mismo; es suficiente con que, a pesar de algunos achaques, recuperes y conserves la salud, el trabajo y el buen humor. Intenta evitar contagiarte con esos otros mensajes que, de manera machacona, nos transmiten los medios de comunicación. Te pido, por favor, que, al menos durante estos días, no leas las informaciones que nos hablan del descenso del PIB o del aumento del precio de la gasolina. En varias ocasiones hemos hablado de la escasa repercusión tienen en la felicidad los bienes que se venden en los supermercados.

A mí me gustaría que, durante estas fiestas navideñas, nos ejercitáramos en el arte de esperar: me refiero a la espera y a la esperanza. En esta época -en la que nuestras vidas están sujetas a horarios apretados y en la que el adjetivo «instantáneo» se ha convertido en un calificativo de valor- el verbo «esperar» se llena de connotaciones negativas. Sometidos a la presión de las urgencias, nos molesta esperar en la antesala de una consulta o guardar colas para comprar una entrada en la ventanilla de un cine. Las prisas hacen que disminuyan los bienes que, por su naturaleza, sólo pueden producirse de forma personal y lenta; me refiero a esos placeres profundos que, como afirma Enric Moliné, florecen tras el establecimiento de relaciones intensas e íntimas.

Estas fiestas navideñas nos ofrecen la oportunidad de producir y de compartir muchos de esos bienes personales que, en la actualidad, tristemente añoramos, esos gustos de los que, por culpa del exceso de trabajo y de cansancio, no podemos disfrutar. felicidades.