Conchita Piccioto se plantó por primera vez ante la Casa Blanca en 1979, para denunciar una conspiración de su esposo italiano para quitarle a su hija
Conchita Piccioto se plantó por primera vez ante la Casa Blanca en 1979, para denunciar una conspiración de su esposo italiano para quitarle a su hija - ABC

Conchita, una indigente por la paz mundial

35 años ininterrumpidos y seis presidentes. La española se convirtió en la activista más frecuente de la historia ante la Casa Blanca: «Es mi vida», decía

CORRESPONSAL EN WASHINGTON Actualizado: Guardar
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Llegó con Jimmy Carter y se ha ido antes de saber si el próximo presidente ante el que iba a protestar, el séptimo para ella, se llamaría Donald Trump. Tampoco le habría importado, porque acostumbraba a decir de los inquilinos de la Casa Blanca que «son los mismos perros con distintos collares». Mucho de lo que se sabe de Conchita Martín Picciotto es aproximado, como los 80 años a los que ha dejado este mundo, según informó el refugio para personas sin hogar N Street Village de Washington DC, donde moraba la indigente más conocida de la capital.

La vida de esta española original de Vigo, tan comprometida con la paz en el mundo como con la búsqueda de un reconocimiento oficial a su mala salud mental, de la que culpaba a la Administración, fue todo menos silenciosa.

De ello daba fe ayer el Washington Post con un generoso espacio informativo para contar su suculenta historia. «Heroína» para sus más cercanos y «loca» para sus críticos, que también los tenía, fue una mujer de carácter. Hasta dejar huella política, aunque por un puñado de votos no llegase a ver convertida en ley una iniciativa por el desarme nuclear que fue introducida en una docena de sesiones del Congreso por Eleanor Holmes Norton, la delegada del legislativo nortamericano en el distrito.

Su llegada a Nueva York como emigrante en 1960 para trabajar como recepcionista en la oficina comercial del Consulado español, es el punto de partida del relato conocido de Conchita, que nunca habló de su vida en España. Su matrimonio con un italiano en 1969 y la hija que adoptaron ambos se acabarían convirtiendo en el principio de su derrota vital, que reconduciría pese a su condición de homeless (vagabunda) en Washington, diez años más tarde. Aunque nunca renunció a recuperar a su hija, sus carencias económicas le impidieron hacer frente a la supuesta conspiración con la que su marido, los médicos, los abogados y la Administración le despojaron de ella.

«Sólo lo dejo cuando voy al baño. Es mi vida»

Desde entonces hasta hoy, ha combinado su deambular por los centros de acogida con más de 35 años de presencia ininterrumpida junto a la verja de la Casa Blanca, donde era una parte inseparable de la atracción turística que supone fotografiarse en el 1600 de Pennsylvania Avenue. Salvo en invierno, por el frío, acostumbraba a estar las 24 horas, siempre con algún cartel por la paz en la mano. «Sólo lo dejo cuando voy al baño. Es mi vida» afirmaba.

El cine también se fijó en ella. Los largometrajes «Fahrenheit 9/11» (Michael Moore) y «Los oráculos de Pennsylvania Avenue», documentales de denuncia social y política, la convirtieron en fugaz estrella. Su fatal atropello por un taxi cuando iba en su bicicleta, en 2012, fue el comienzo de una débil salud que derivó en su fallecimiento el pasado lunes.

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