Osborne se ve sucesor de Cameron y ya habla como estadista

Anuncia más poder fiscal para los ayuntamientos y un plan de infraestructuras

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George Osborne, estrella ayer del congreso conservador en Manchester, inició su jornada con una entrevista tempranera. Cuando le preguntaron por sus evidentes aspiraciones para suceder a Cameron en 2020, el ministro de Economía, un liberal de origen linajudo al que la izquierda tacha de «neo com» a la americana, hizo un forzado ejercicio de humildad: «Deberían echarme si mostrase deslealtad al primer ministro haciendo lobby de cara a la sucesión prematuramente».

Pero Osborne, de 44 años, cuatro menos que su íntimo amigo David, está en la carrera claramente y presentó sus credenciales con un vibrante discurso ante el plenario tory. Fue una alocución de estadista, anclada sobre la fe en sus convicciones liberales, donde reivindicó el centro para los conservadores, a los que llamó reiteradamente «el partido de los trabajadores», toda vez que el laborismo se ha fugado a la izquierda.

Anunció además una importante devolución fiscal a los ayuntamientos y un plan de infraestructuras, algo necesario en un país todavía sin AVE y con unas carreteras fuera de Londres que sorprenden al conductor español por su atraso.

George Osborne (nacido Gideon Oliver, nombres que aparcó por ser demasiado posh para un político con aspiraciones) es hijo de la nobleza anglo-irlandesa, con un padre próspero empresario del papel pintado. Por supuesto pasó por Oxford, la mayor cantera de primeros ministros. En 2010, cuando llegó al ministerio, era un joven gordete, de pelo desaliñado. Pero en el verano de 2014 reinventó su imagen con una drástica pérdida de peso y con un nuevo peinado a lo César. George ya tenía sus aspiraciones. Solo el estrafalario Boris Johnson parecía poder hacerle sombra, pero ha perdido gas y pocos lo ven ya de primer ministro. Además, Osborne ha sido señalado en el nuevo gabinete por Cameron como primus inter pares y ayer habló como si estuviese ya en Downing Street Número 10 (por ahora ocupa el 11, la vivienda del ministro de Hacienda).

Con los trabajadores

Lo más interesante fue la claridad intelectual con que defendió su ideario frente al laborista, una liza que presentó como de «constructores frente a destructores». Afirmó que toda vez que Corbyn ha llevado a su partido de vuelta a los ochenta, los tories han pasado a ser «el auténtico partido de los trabajadores». Acusó a sus adversarios de «practicar la crueldad económica disfrazada de compasión socialista». Defendió sin complejos las ventajas de la consolidación fiscal, lo que Corbyn o Pablo Iglesias llaman «la austeridad»: «Si pierdes el control de las cuentas públicas y pides prestado, no son los ricos quienes sufren ni los líderes sindicales quienes pierden sus empleos. Las que se quedan sin trabajo son las familias trabajadoras».

Anunció que esta misma semana llevará al Parlamento una reforma para que el Gobierno tenga que observar el superávit en las cuentas públicas, «porque hay que arreglar el tejado cuando hace sol». Reconoció sin ambages que va a acometer recortes para reducir en 27.000 millones de euros la factura del Estado del bienestar, pero prometió que lo hará sin tocar la sanidad y manteniendo el 0,7 de ayuda humanitaria y el gasto del 2% del PIB en defensa. No ocultó que acometerá «decisiones duras este otoño». Y sintetizó así dos modos de ver el mundo: «Los laboristas quieren un modelo de conocimientos bajos, sueldos bajos y mucho Estado del bienestar. Yo quiero justo lo contrario: poco Estado de bienestar y sueldos altos».

Osborne asumió que hay un gran salto entre la pujanza de Londres y la situación del Norte de Inglaterra. Para intentar reducirlo anunció que se transferirá el 100% de los impuestos sobre el comercio local a los ayuntamientos. Ahora mismo los ayuntamientos recaudan, pero el dinero vuelve a Londres, que luego redistribuye en forma de subvenciones. El tipo fiscal único para los negocios que fija Londres desde una reforma de Thatcher en 1990 desaparecerá. Los gobiernos locales podrán fijar cada uno el suyo.

También se creará una Comisión Independiente de Infraestructuras. Con mucha carga política, al frente se ha situado a un exsecretario de Estado blairista, Andrew Adonis. Por último anunció que en primavera el Estado sacará a la venta la participación que todavía conserva del nacionalizado Lloyd’s Bank, «la mayor privatización en veinte años». Hoy subirá al estrado Boris Johnson, el otro tapado. El listón dialéctico está alto.

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