Islamistas radicales de Pakistán queman una bandera de Francia, protestando contra la revista Charlie Hebdo
Islamistas radicales de Pakistán queman una bandera de Francia, protestando contra la revista Charlie Hebdo - AFP

«Charlie Hebdo», las heridas de la violencia cinco meses después

La violencia cambió la vida y la situación económica de la revista satírica, cuyo número especial publicado después de los atentados provocó una avalancha de ingresos. Pero desde aquellos tres días de la infamia nada ha vuelto a ser igual

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¿Francia tiene miedo? Varios son los diarios de la derecha republicana que alertan de la expansión del islam radical gracias a las supuestas debilidades de la democracia laica y el temor al terrorismo. Terror tras los tres días que paralizaron París y cuando el ya icono de la libertad de expresión en la prensa gala, Charlie Hebdo, pasó a dibujar con sangre sus viñetas de Mahoma. Este domingo se cumplen cinco meses del instante en que dos hombres de negro y armados con fusiles de asalto AK-47, en una calle céntrica de la capital francesa, a pocos metros de la Bastilla, irrumpieron en la sede del semanario satírico y mataron a doce personas: 5 dibujantes, 1 economista, 1 corrector, 1 columnista, 1 conserje, 1 empresario y dos policías

; uno de ellos se hizo tristemente célebre al enfrentarse a los encapuchados, los hermanos Kouachi, desde el suelo y herido en una pierna. Era musulmán.

La violencia cambió la vida y la situación económica de la revista satírica Charlie Hebdo. El número especial publicado después de los atentados provocó una avalancha de 20.000 nuevos abonados, ventas que superaron los 7 millones de ejemplares, ingresos de unos 10 millones de euros y una campaña de apoyo internacional que inundó las redes sociales y las calles de París. Una situación muy distinta a la anterior a la matanza, cuando el semanario vendía 24.000 copias y contaba con solo 8.000 suscriptores. Nada volvió a ser lo mismo ni para Francia ni para los supervivientes de la tragedia.

Tras el «peor atentado yihadista en suelo francés» no se hizo esperar una condena mundial, simbolizada con el solidario ‘hashtag’ «Je suis Charlie» y la foto de los principales líderes occidentales, salvo Obama, en la manifestación del 11 de enero. Pero tampoco faltó el ruido mediático, entre los de la etiqueta de Twitter y los que la negaban porque no todos se sentían Charlie pese a rechazar la violencia. De hecho, ni en la propia política gala se pusieron todos de acuerdo. Jean-Marie Le Pen, fundador del ultraderechista Frente Nacional, no se sentía Charlie, y pretendió, además, pescar votos para su hija Marine al tiempo que dos secuestros -de los hermanos Kouachi en una imprenta y de Coulibaly en un supermercado judío- mantenían en vilo a la opinión pública. No obstante, mucho ha cambiado transcurridos 150 días después del atentado. Padre e hija están enfrentados hasta el punto de que Marine «ha matado» políticamente a Jean-Marie al suspenderle de militancia en el partido que él mismo levantó de la nada.

«Invasión árabe»

A la extrema derecha se le unió el movimiento islamófobo Pegida que, desde su «bastión» alemán en Dresde, trató de expandirse a otros países de Europa, como la propia Francia. Diez días después de la manifestación «Je suis Charlie», la rama francesa de Pegida trató de convocar la primera marcha anti-islam. No fue autorizada. Dicen luchar por frenar «una invasión árabe en Europa» y Francia es el principal destino. Allí viven más de cinco millones de musulmanes (6% de la población), con 2.449 lugares de culto al Islam, 64 mezquitas con minaretes, levantadas gracias a una importante financiación extranjera; un 80% de los 1.800 imanes en suelo francés son extranjeros, donde hay 15.000 salafistas, 2.000 yihadistas entre ellos; 4.000 franceses se convierten al islam cada año y el consumo de comida Halal movió en 2013 cerca de 5.500 millones de euros. Estas cifras aparecieron en los análisis de la prensa francesa de los tres días de la infamia en París.

Hay quién fue más lejos. «Je me sens Charlie Coulibaly», afirmó el provocador humorista Dieudonné, que ya fue acusado de antisemita y que por este juego de palabras ha sido condenado a dos meses de prisión. Pero si hubo una coincidencia, especialmente despiadada, fue que Sumisión, último libro del «enfant terrible» de las letras francesas, Michel Houellebecq, que dibuja una Francia gobernada por un musulmán, empezó a venderse el mismo 7 de enero, día del ataque a Charlie Hebdo, y cuando la revista satírica llevó a su portada al polémico escritor. Cinco meses después puede comprarse en la Feria del Libro en Madrid, una vez que en Francia ha copado las listas de ventas. La publicidad del libro llegó hasta el Elíseo, no en vano, el 8 de enero el primer ministro Manuel Valls retó públicamente al autor: «Ni intolerancia ni miedo, Francia no es Michel Houellebecq». En la profecía, la izquierda liderada por el propio Valls anteponía su rechazo a Marine Le Pen frente al oportunismo de Mohammed Ben Abbas, apoyando al líder de Fraternidad Musulmana para gobernar el país.

Guerra declarada en Charlie Hebdo

Con el nuevo capital acumulado por Charlie Hebdo por la venta masiva del número especial tras el atentado la armonía se quebró entre los miembros de la revista. Según explicó el diario francés «Le Monde» en un extenso reportaje, las discusiones sobre la gestión de Charlie Hebdo comenzaron a «revelar los desacuerdos». Como en lo referente al accionariado. Antes del atentado, un 40% pertenecía a Charb, asesinado por los yihadistas. Otro 40% estaba en manos de Riss, actual director del medio, y el 20% restante en las de Eric Portheault. Una gran parte de la redacción actual exige que estos porcentajes se distribuyan de forma más igualitaria y se cree una cooperativa. Luz, uno de los supervivientes de la tragedia, apoyaba esta propuesta. Sin embargo, el dibujante anunció el 18 de mayo que en septiembre abandonará la publicación. Las secuelas de la pérdida todavía le hieren.

La mañana del 7 de enero, Luz se quedó en su casa porque era su cumpleaños. Como empleado de Charlie Hebdo debía acudir al consejo de redacción, pero prefirió quedarse con su mujer en la cama. Cuando llegó a la sede del semanario encontró a sus amigos muertos. En su reciente obra, «Catharsis», el dibujante narra su experiencia y se retrata a sí mismo mientras sube unas escaleras manchadas con huellas de sangre. Su trayecto desemboca en una página teñida de rojo. En otras imágenes, su cuerpo se transforma en una llama que grita porque no soporta más la tristeza, porque quiere salir a la calle sin guardaespaldas y ser libre. Su aspecto solo vuelve a la normalidad cuando su esposa logra reducirle en el suelo y hacerle entrar en razón.

La paranoia de Luz fue la que vivieron los habitantes de París los días después de los atentados. Un miedo que notó la industria farmacéutica: la venta de ansiolíticos y somníferos en Francia se disparó un 18% después de la tragedia. Beatriz, que prefiere mantener sus apellidos en el anonimato, lo cuenta a ABC. La joven estudiante madrileña llegó a la ciudad el 8 enero, un día después de la masacre. Todavía recuerda la incertidumbre con la que realizó el viaje en tren a la capital. «La última noticia que tuve antes de entrar en Francia y tener que apagar los datos del móvil fue que habían asesinado a una policía cerca de donde yo iba a vivir». Clarissa Jean-Philippe, de 27 años, cayó abatida por los disparos del radical islamista Amédy Coulibaly. Un compinche de los dos hermanos Kouachi, responsables de la matanza en Charlie Hebdo. Con los tres criminales en fuga, la ciudad se convirtió en un fortín en manos de la Policía y los militares. El plan de seguridad Vigipirate fue elevado a «alerta atentados», la más alta, por Manuel Valls. «Una vez que empecé a moverme por París era evidente que pasaba algo: se oían sirenas de policía casi cada minuto, había guardias y militares en cada esquina», explica Beatriz. Sin embargo, la violencia no rompió el trasiego de una ciudad cuyos hoteles acogieron, en 2014, unos 22,4 millones de visitantes. «Los turistas seguían haciendo cola en los monumentos, y yo también, y la gente continuaba con su vida. Simplemente había más controles para todo, más policía y mucha más seguridad», cuenta la estudiante, que también indica que «lo peor era la incertidumbre de notar que estaba pasando algo en algún sitio, pero no saber qué».

Las manifestaciones convocadas en toda Francia el 11 de enero congregaron a unos 4 millones de ciudadanos en las calles. Beatriz contempló la masa humana reunida en París, donde «se veían riadas de personas caminando con pancartas hacia la Plaza de la Bastilla». Ese día, autobuses y metro fueron gratuitos.

Charb fue el autor la portada del número 1058 de la revista Charlie Hebdo. En ella, un troglodita sostenía una antorcha en llamas y un coco relleno de aceite. Combinados, afirmaba el caricaturista, permitían «la invención del humor». El semanario francés todavía continúa en esa batalla.

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