Comiendo a pie de playa en La Manuela

Once años hace ya que el lebrijano Manu Martínez decidió convertir lo que entonces era un futbolín en un establecimiento para comer. Entonces, evidentemente, La Manuela no tenía nada que ver con lo que hay ahora en la playa de Las Tres Piedras de Chipiona, que también ha cambiado mucho en este tiempo. Para empezar, los bañistas, que se han multiplicado. El día de mi visita, con marea alta, resultaba literalmente imposible hacerse con un hueco para la sombrilla. Domingo y mes de julio no es buena combinación si se quiere estar tranquilo en una playa gaditana. Pero tampoco ese era el objetivo.

Culpables en buena medida de ese aumento de visitantes son La Manuela y el resto de bares y restaurantes que allí se han instalado, además de que la playa por si misma es todo un reclamo.

El acceso no es complicado, aunque sí un poco oculto y a través de carriles, pero sirva eso para darle aún más autenticidad.

Seguro que muchos de ustedes conocen a Manu. Él es quien presenta el espacio Andaluces por el Mundo, que se emite en Canal Sur. Hace ya años que recorre el mundo entero contando las experiencias vitales de los andaluces que, por uno u otro motivo, residen en países de los cinco continentes. Namibia e Indonesia (Bali, concretamente) son, por cierto, los preferidos de Manu.

En cualquier caso, en todos ellos prueba su gastronomía. En ese campo, el gastronómico, no tiene duda respecto a su favorito: Perú. A su manera, todas esas experiencias personales se plasman en la cocina de La Manuela, dirigida por Vanesa Peña y Mario Gómez, con quienes se sienta para decidir cómo aplicar esas influencias internacionales en platos y productos de cercanía.

Pero la labor más visible de Manu está en la sala. La Manuela, en la actualidad, tiene dos zonas bien diferenciadas. De hecho, son edificios distintos. Comparten carta, y entre uno y otro espacio camina continuamente su propietario controlando que todo marche como debe ser. Recuerda mucho a los mesoneros antiguos, el amo del mesón de la versión española del musical Los Miserables. Mucho más agradable, eso sí.

¿Y cómo se come en La Manuela? Para empezar, el lugar le hace ganar puntos. A escasos metros de la playa, tiene incluso una mesa a la que una publicación americana la ha definido como una de las mejores para comer con vistas al mar. Doy fe de ello.

El primer plato fue un salmorejo, no apto para puristas, ya que éste lleva anchoas, helado de albahaca y uvas. En cualquier caso, como yo no soy delicado para eso, muy correcto. Fresco y con sabor, que es lo que pedía ese momento para comenzar el almuerzo.

Seguimos con otro plato que se sale de lo habitual, como es un tartar de atún (Petaca Chico), acompañado por un ajoblanco de pistacho y esferificaciones de queso. El atún por sí sólo estaba en su buena línea, aunque acompañado por el ajoblanco y las esferificaciones pierde parte de su sabor, quizás enmascarado en demasía, sobre todo por el queso. Dicho esto, aprueba de sobra, también sorprende y es diferente.

A continuación, Manu llega con un tartar de carabineros acompañado del jugo de sus cabezas. Una de ellas sirve como decoración y como excusa para mancharse los dedos, ya que hay que apurar los restos. ¿Problema? Ninguno. Tenemos toallitas húmedas para limpiarnos y saborear este jugoso y sabroso pase.

Luego regresamos al atún, en este caso en dados y fritos con quicos Mister Corn. Volvemos al tema de los puristas, en este caso en algo tan delicado como el atún. A unos les gusta en guiso, a otros en crudo o a la plancha. Es cierto que, quizás, frito sea como menos se consuma. No obstante, el atún estaba exquisito, con una textura muy suave y la fritura adecuada. Poco que objetar.

Llega el turno de las almejas. De buen tamaño, en salsa de tomate, pedían pan. Mucho pan.

Por último, un plato con historia: el arroz prohibido con puntillitas. Cuenta la leyenda que, en la Antigua China, el emperador no era muy amigo de compartir este tipo de arroz, de color negro. Las propiedades antioxidantes que tiene y su escasez, eran los motivos esgrimidos para su prohibición. La pena por robarlo podía llegar incluso hasta la muerte, aunque hay quien dice que ‘sólo’ se le cortaba las manos al ladrón. Sea como fuere, el servido en La Manuela estaba realmente bueno, con el grano en su punto, para mi gusto. Y soy un enamorado de las puntillitas, así que poco más hay que añadir.

El veredicto, positivo. La Manuela tiene ese encanto del chiringuito a pie de playa combinado con un espacio realmente agradable, y una comida que aporta muchas opciones para probar platos menos habituales en otros lugares. Tras un baño en la playa para refrescarse, pueden concluir la tarde escuchando música en directo y tomando una copa. No es mal plan, ¿verdad?