Miña Terra rejuvenece un siglo después

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Las modas, a menudo impulsadas por interesados sectores cuando no por marcas, tienden a recuperar costumbres antiguas rebautizadas y revestidas de modernidad. Se coge algo de toda la vida, se le pone nombre anglosajón y se le cambian dos detalles. Ya está, ya lo tienes. Uno de los muchos ejemplos recientes sería el “afterworking”. Podría traducirse perfectamente como “tomar algo después de trabajar” y, por tanto, es tan antiguo como caminar, tan viejo como el viento. A finales de la pasada década, amparada por el miedo a gastar y los cambios de hábitos impulsados por la tecnología, esa tendencia creció. Cualquier excusa era buena para desahogarse del trabajo, salir de día y reducir las salidas nocturnas, cada vez menores.

En ese entorno, dentro de esa manía por recuperar lo de siempre disfrazado de nuevo, crecieron las tabernas renovadas y recicladas, los tabancos revividos y los delicatessen adaptados que combinan lo mejor de varios mundos: producto exquisito a precio razonable y en ración pequeña, contacto personal en tiempos de aislamiento, algo de discreción en la era de la exposición, estética retro recién pintada, vino, cerveza y tapa, conversación y sensación.

A ese bloque se suma, desde hace menos de un mes, una de las tiendas delicatessen (o ultramarinos) con más prestigio de Cádiz en las últimas décadas. Se trata de Miña Terra (Cristóbal Colón, 7). Es una nueva etapa dentro de los casi cien años de historia del establecimiento. Ese legado lo conduce ahora Daniel Suárez, que en 2015 dio relevo con éxito a Miguel Pérez, que se jubilaba por motivos de salud. La mantequería volvió a sobrevivir y, para mostrar su saludable juventud centenaria, inicia una nueva etapa.

Por sorpresa, este despacho que abastece a muchas casas de Cádiz de chacinas selectas, marcas premium de vinos y licores, dulces envasados de los buscados por toda España, quesos de la Sierra de Cádiz >o conservas de alta gama, propone degustar y disfrutar en directo, en el mismo local. Una copa de muchos de su espléndidos vinos (con gran protagonismo de los gaditanos) con algún bocado pero sin necesidad de trasladar bolsa ni paquete alguno.

El cliente ya se lo puede llevar puesto, bebido y zampado, gracias a un rincón que comparte luminosidad y limpieza, claridad, con el resto del establecimiento. Apenas dos, tres mesas altas con taburetes en madera sin broncear se convierten desde primeros de julio en una gran opción de “afterwork”, que traducido resulta “tomar algo cuando salgamos de trabajar”, bien en horario de prealmuerzo, bien en la precena. Un gran refugio perfectamente oculto en pleno centro de Cádiz.

Porque el local viene a cerrar a las 14.30 horas en el turno matinal y a las 20.30 en el vespertino. Pero confiesa que está dispuesto a ponerle muchos puntos suspensivos a esos números, que todo es relativo en esta vida. Todo, menos la necesidad de encontrarnos y charlar un rato. Después de trabajar. O sin trabajar siquiera.

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