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EDUCACIÓN

¿Y cómo tasamos la calidad de los profesores?

La actualidad educativa pasa estos días por la propuesta estrella del filósofo José Antonio Marina, que ha sido aplaudida por políticos, expertos y ciudadanos «con fobia funcionarial», según el presidente de la Federación de Sindicatos de Profesores de Secundaria

MADRID Actualizado: Guardar
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Para Alberto Royo, secretario general de la Federación de Sindicatos de Profesores de Secundaria, y presidente de la Asociación de Profesores de Secundaria de Navarra, España tiene tres problemas serios en la enseñanza: el desprecio generalizado al conocimiento, la cultura y el mérito, un sistema que no funciona como debería y unos alumnos que se esfuerzan poco porque no se les hace ver la importancia del estudio y porque ni se les reconoce a los que sí lo ejercitan ni se les exige a los que no. «Pero dejemos a los chicos tranquilos y también a un sistema aceptado por todos los partidos sin excepción (no se dejen engañar; las discrepancias son de matiz). Y no entremos a hablar de nuestra antimeritocrática sociedad porque no acabaríamos.

Quedémonos con el asunto recurrente y carguemos las tintas en el profesor, que se queja poco», propone este docente de forma irónica.

Royo comienza dando la razón a Marina: el docente debe estar formándose siempre. «Temo, sin embargo, que la formación de la que habla no incrementaría nuestros conocimientos sobre la materia que impartimos ni enriquecería nuestra labor». A su juicio, los planes de formación del profesorado hablan por sí solos, al mostrar en qué sentido se les quiere actualizar: «coaching educativo, educación emocional, didáctica de la didáctica de la didáctica... No se trata entonces de que no queramos seguir formándonos, sino de que la formación que la administración nos ofrece es casi grotesca y la que nosotros nos procuramos (comprueben su valoración en los baremos de méritos) a la administración no parece interesarle».

Cómo definir al «buen profesor»

Muchas son las dudas de este docente respecto a la propuesta hecha por José Antonio Marina en su último libro «Despertad al diplodocus», sobre que «los buenos profesores no pueden cobrar lo mismo que los malos»: «Lo que podría parecer una sugerencia meritocrática es en realidad una argucia para sembrar la duda en un colectivo en el que hay buenos y malos profesionales, como en todos los demás. ¿Nos pondríamos de acuerdo a la hora de definir qué es un "buen profesor"? ¿Quién sería el tasador de virtudes docentes? Marina propone que sea "el centro" (¿en función de qué? ¿adaptabilidad? ¿disponibilidad para las extraescolares o los proyectos? ¿número de aprobados? ¿popularidad, simpatía, empatía, buen rollito?) y que los profesores "fomenten que se excluya a los malos". Parece que ha nacido un nuevo concepto: la delación pedagógica», concluye.

Para el presidente de la Asociación de Profesores de Secundaria de Navarra, sobre lo que se critica mucho pero se propone poco es sobre el acceso a la función pública, «clave, esto sí, en la calidad de la enseñanza». «¿Queremos que accedan a la enseñanza los mejores de cada campo? Atraigámoslos para que decidan encaminar sus pasos hacia la docencia (hay un motivo prosaico, que se contabiliza numéricamente, bastante eficaz) y establezcamos un filtro exigente a la hora de escogerlos».

En este punto Alberto Royo recuerda la polémica suscitada en aquellas oposiciones a maestros en la comunidad de Madrid cuyos resultados fueron filtrados (fallos de ortografía como “veverlo”, “adsequible” o “incapie”; definiciones como “escrúpulo: salida del sol” o “disertación: dividir una cosa en partes más pequeñas”). «Puestos a contemplar posibilidades —propone—, se me ocurre la implantación de un examen previo de cultura general para todo aquel que quiera dedicarse a la enseñanza. Como sucede ahora, seguirá ocurriendo que buenos profesionales quedarán fuera de la función pública, ya que una oposición no deja de ser una manera de tantas de valorar la capacidad y condiciones del aspirante, pero estoy seguro de que algo se habría mejorado».

Por otra parte, dice Marina que a cualquiera le parecería «criminal» que los médicos «no actualizaran sus conocimientos». «Y tiene razón —reconoce Alberto Royo—. Pero, si hablamos de médicos, comparemos todo. Los médicos tiene muy claro que su objetivo es que el paciente sane (también lo tiene claro, al menos es lo habitual, el paciente), no que se lleve bien con los demás pacientes o que empatice con su doctor. Los médicos se basan en la tradición, en la ciencia, no en pseudociencias o innovaciones extravagantes. Los médicos no reciben consejos, ni pautas, ni metodologías impuestas, de quienes no han estudiado y ejercido la medicina. Los médicos no hacen cursos de risoterapia o "coaching" médico para estar al día en su profesión. Creo que son más las diferencias que las semejanzas».

De todas formas, concluye este profesor de Secundaria, «lo llamativo es que un colega, un catedrático de instituto, que debería tener información relevante y de primera mano sobre la profesión y que, además, defiende algo tan defendible como que "la docencia tiene que ser una profesión de élite", apueste por medidas tan dudosas, tan inciertas, tan oscuras, como la de que los centros evalúen a los profesores para determinar quién ha de cobrar más y quién menos, demostrando, en el mejor de los casos, un extraordinario desconocimiento de lo que está pasando en la educación. Lo dicho: cuando despertó, no sé si el dinosaurio, pero Marina, desde luego, todavía estaba allí».

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