José Antonio Marina: «Dar aprobado general, como piensa hacer Italia, es malo, una falsa solución»

El catedrático de Bachillerato y director del Proyecto Centauro, propone que se califique a los estudiantes por lo realizado durante el confinamiento, pero que el resultado no les suponga perder un curso

Laura Peraita

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Para José Antonio Marina , catedrático de Bachillerato y director del Proyecto Centauro, el sistema educativo español es un «diplodocus» lento y, una vez que las aguas vuelvan a su cauce tras el Covid-19, todo el sistema experimentará lo que lo estadísticos llaman una «regresión a la media».

¿Cuánto tiempo tardará en recuperarse el sistema educativo de los efectos del coronavirus?

El objetivo es que los efectos educativos nocivos se resuelvan en el curso 2020-2021. Tiene que ser un curso peculiar, flexible, un ejemplo del «adaptative learning», del que tanto se habla y tan poco se practica.

Creo que si el Ministerio tiene el talento suficiente puede aprovechar la situación para despertar al sistema, dar protagonismo a los docentes, y enrolar a las familias y reconocer que la rigidez de nuestro sistema es anticuado y nos empereza a todos. Ese plan renovador inmediato no puede hacerlo en los despachos ministeriales, sino promoviendo una movilización educativa centrada en las aulas. Estamos en una situación cuya complejidad puede resultar oscurecida por las estadísticas, que siempre simplifican. Por eso, desde aquí, me dirijo al Ministerio: hay que pensar la vuelta en Septiembre al menos con el mismo detenimiento con que una gran empresa programa su reapertura.

Y a mis compañeros docentes, les convocaría, por ejemplo a través de esta sección, a que pensemos soluciones desde la trinchera. Tenemos, por ejemplo, que elaborar un «currículo de recuperación» para el próximo curso, lo que va a exigir rescatar parte del currículo del curso anterior, y abreviar el del presente.

Dada la disparatada longitud de los currículos actuales, una poda puede ser muy beneficiosa. Todos los docentes deberíamos seguir un taller obligatorio de «poda de currículos». Y las autoridades educativas, un master completo.

¿Qué aprendizaje se puede sacar de la nueva forma de «dar clase» a los alumnos en la actualidad?

Muy poca. La situación es excepcional, todo el mundo ha tenido que improvisar, los centros que tenían implantada una educación basada en TIC lo han hecho mejor, porque solo han tenido que aplicar su didáctica a distancia, y los que no lo tenían, tendrán que aprender. Pero sería una torpeza pensar que, por si acaso vuelve la pandemia, vamos a organizar las aulas como si al día siguiente fuéramos a tener que dar educación a distancia. Como nos ha advertido la OCDE, no estamos aprovechando bien las tecnologías. Las utilizamos para buscar información, como si eso fuera aprender. Están produciendo un descrédito de la memoria, porque «para qué voy a aprender si lo puedo encontrar con una búsqueda en internet». En cambio no las estamos utilizando para personalizar la educación.

¿Ha abierto el Covid-19 la puerta a nuevos planteamientos en Educación? ¿En qué sentido?

Una situación de emergencia y de urgencia como esta solo enseña a sobrevivir. Los métodos educativos hay que pensarlos con calma, probarlos, evaluarlos. Hemos confundido innovación con ocurrencias improvisadas. Claro que tenemos que diseñar nuevos modos de integrar las tecnologías en las aulas, pero no por el coronavirus. Los años que he dedicado a investigar en el «Proyecto Centauro» para intentar planificar la enseñanza cuando los sistemas de inteligencia artificial desembarquen en la escuela, me han convencido de lasfantásticas posibilidades que nos ofrecen, y de la dificultad de aprovecharlas.

¿De qué manera influye la «supuesta implicación» de las familias en el desarrollo de las tareas escolares de sus hijos?

Desde que fundé la Universidad de Padres he insistido en la importancia de que las familias y la escuela colaboren. Diseñar esa colaboración es asunto de la escuela. No es lo mismo ayudar en los estudios a un niño que está aprendiendo a leer que a un alumno de la ESO o de Formación Profesional que estudia cosas que sus padres no entienden. 

¿Cuál será su propuesta para que el curso no caiga en saco roto?

Ahora, intentar salir del paso lo mejor que podamos, aumentar el contacto con los alumnos, con las familias y entre los profesores, como me consta que están haciendo en muchos centros. Abrir los centro en cuanto se pueda, aunque sean quince días antes de vacaciones. Pensar en si debemos mantenerlos abiertos parte de las vacaciones o comenzar el curso un poco antes. Y los docentes de cada centro, conviene que empiecen a diseñar el «proyecto educativo de su centro» para este curso especial, que comiencen a diseñar los programas de ese «currículo de recuperación» del que hablaba.

¿Cómo calificaría a los alumnos?

En esta situación debemos poner a prueba toda nuestra prudencia pedagógica. Dar aprobado general, como piensa hacer Italia, es malo porque es una falsa solución. Unifica los alumnos que han trabajado con los que no, y estos no van a ser capaces de seguir la marcha del curso normal, con lo que perderán el curso siguiente pero habrán perjudicado a sus compañeros al ralentizar la enseñanza.

Suspender a los que no hayan trabajado, tampoco parece justo porque pueden haber vivido circunstancias muy difíciles. La solución es compleja. Absténganse, por lo tanto, los expertos de salón y mitin. Mi propuesta es evaluar a todos los alumnos por lo que hayan trabajado durante este periodo de confinamiento, pero no hacerles perder curso por esos resultados. En segundo lugar, convertir los dos primeros meses del curso próximo en un periodo de triaje (ya que está de moda la palabra) para ver los alumnos que pueden recuperar o los que tendrán que perder curso. Es decir, alumnos que han empezado tercero, a los dos meses pueden ser reubicados en segundo. Ya se que todo esto es complicado, pero si algo vamos a tener que aprender es a «flexibilizar nuestro sistema y nuestras práctica pedagógicas», que son encorsetadas y rígidas.

Esos dos meses de adaptación tendremos que proporcionar ayudas especiales a muchos alumnos, y para eso necesitamos aumentar plantillas. Para salir de la hibernación, el Estado va a proporcionar financiación adicional a muchos sectores. También Educación debería tener un presupuesto especial para el curso próximo. Pero, vuelvo a decir, eso tenemos que estar pensándolo ya.

¿De qué manera está afectando a los deberes? ¿Se han demonizado aún más o, por el contrario, ganan adeptos?

El tema de los deberes vuelve una y otra vez. He expuesto mi opinión en muchas ocasiones. El centro del aprendizaje es la escuela, pero el tiempo de que disponemos en ella, sobre todo desde que se ha implantado la jornada continua, exige estudiar en casa. Eso son los deberes. Y deben planificarse conjuntamente por todos los docentes de un curso, para que no se produzcan sobrecargas perturbadoras. Hay que tener en cuenta también que los padres no son profesores.

En la Universidad de Padres recomendábamos el régimen del cuarto de hora. En primero de primaria se comienza con un cuarto de hora de deberes, cuatro días a la semana. Cada curso se añade un cuarto de hora más, con lo que en el último curso de primaria ocuparán una hora y media. Durante la ESO un mínimo de dos horas de estudio —de deberes— es imprescindible. Y en Bachillerato –que no es una enseñanza obligatoria, sino voluntaria— el alumno debe saber las horas que necesita. Hay que recordar que en la enseñanza obligatoria debemos intentar que todos los alumnos consigan un buen resultado, pero el Bachillerato es voluntario y el mérito debe prevalecer. Un Bachillerato blando acaba produciendo una Universidad blanda.

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