Laura Rojas-Marcos: «La mayoría de las personas con las que convivimos son no elegidas, empezando por los hijos»

La Doctora en Psicología Clínica y de la salud asegura que «cuando confiamos en nosotros mismos, en nuestros convivientes, se crean unos vínculos, una fuerza y una energía que permiten que podamos superarnos»

Irene, madre de 10 hijos: «Siempre me ponen verde, pero mi marido es más importante que mis hijos»

Laura Peraita

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Laura Rojas-Marcos es Doctora en Psicología Clínica y de la Salud, licenciada en Psicología por la Universidad de Nueva York y elegida como una de las mujeres líderes más influyentes de España en 2015, 2017 y 2018. En su último libro 'Convivir y compartir' explica las claves para relacionarse saludablemente con los demás y con uno mismo.

El confinamiento ha dejado patente que la convivencia en familia es en ocasiones, mucho más complicada de lo que nos imaginábamos. ¿Por qué ha ocurrido esto si se supone que son los seres a los que más queremos?

Convivir no deja de ser un reto para todos. Durante el confinamiento nos hemos visto obligados a compartir un espacio, una energía, un estado de ánimo... Y el ser humano es territorial. Nos gusta tener nuestro sitio, nuestra mantita en el sofá, nuestro propio espacio. Al convivir, pueden chocar esas energías, y no siempre nos levantamos con el mismo pie o fuerza. A veces estamos más contentos que otros días. En la convivencia, una de las preguntas más importantes que nos debemos hacer es con quién convivimos, quiénes son nuestros compañeros: ¿son personas que hemos elegido, como la pareja o los amigos, o son no elegidas? Hay que tener en cuenta que la mayoría de las personas con las que convivimos son no elegidas, empezando por los hijos, la familia política, los compañeros de trabajo... Eso tiene un impacto en nuestro estado de ánimo, en el humor y en el arte de afrontar los momentos difíciles.

Sin embargo, a pesar de las discusiones familiares, las rupturas de pareja, etc., el distanciamiento y la falta de convivencia también ha generado un efecto contrario: que los echemos más de menos. ¿Es algo normal que la falta de convivencia nos haga valorar más a las personas?

Por supuesto, solemos echar de menos a aquellas personas con las que tenemos un vínculo de apego positivo, de afecto. Pero, ¿qué sucede cuando en estos momentos de pandemia nos hemos visto forzados, incluso, a convivir y compartir tiempo con personas que, en su mayoría, no son elegidos? Pues que se mezclan emociones como el miedo, la inseguridad, la incertidumbre... Al convivir en familia —independientemente de que nos podamos querer más o menos, o de que a veces hay situaciones de desamor, rivalidades, competitividad, envidia... que forman parte de las relaciones humanas— está, por un lado, esa expectativa de protección y seguridad, de sentido de pertenencia de que formamos parte de algo y que nos vamos a ayudar, pero también nos podemos sacar de quicio, perdiendo los nervios, las formas... Mantener ese equilibrio es un reto para todos.

Por tu experiencia, ¿qué es más complicado: la convivencia con la pareja o con los hijos?

Son tipos de convivencia muy distintos. Con la pareja hay desafíos que tienen que ver con compartir tareas, responsabilidades, situaciones económicas, el cuidado de los hijos, a los propios padres... La atención a los hijos es distinta porque no deja de ser una relación desigual y cuanto más pequeños más dedicación. Me he encontrado mucho en estos últimos dos años con una gran preocupación respecto a su educación. El sistema educativo y laboral ha cambiado y requiere una capacidad muy grande de adaptación y, para muchas personas, supone un sufrimiento. Necesitamos el apoyo de nuestra familia y compañeros, pero a la vez hay una parte de la sociedad que vive estas situaciones en soledad. Lo vemos con frecuencia en la gente joven que se pregunta qué va a ser de mí y de mi futuro. En la convivencia es importante que nos ayudemos mutuamente al sentir esas emociones de incertidumbre, miedo... No solo debemos saber calmarnos a nosotros, sino también a los más pequeños y a nuestros mayores, que tienen un papel tan importante.

Cuando estudié las claves de la convivencia quise concretar diez para poner las cosas más fáciles. Por mencionar algunas, destacaría es la confianza. Cuando confiamos en nosotros mismos, en nuestros convivientes, se crean unos vínculos, una fuerza y una energía que permiten que podamos superarnos. Sin la confianza de los que tenemos a nuestro lado, de las personas que nos ayudan y apoyan, no se puede construir nada. A partir de esa confianza podemos contribuir, colaborar, cuidar al otro y compartir no solo nuestras emociones, sino también nuestros recursos, no solo los económicos, sino los conocimientos. Es bonito cuando uno se enriquece de otro y ayuda a los demás para que se nutran.

También es muy importante el respeto. En cualquier convivencia, sin respeto hay poco que hacer. En el respeto está la generosidad y el principio de reciprocidad. Eso es el arte de dar y recibir. Sin embargo, hay personas que son maravillosas a la hora de dar, pero tienen dificultad para recibir porque, al hacerlo, se sienten mal, incómodas, culpables. Hay que dejarse querer, cuidar y recibir de los demás. No hay que olvidar que hay otras personas que se sienten bien consigo mismas cuando ven que son capaces de dar y cuidar a los demás. La reciprocidad de dar y recibir no deja de ser el pegamento que une y suma... Y qué importante es algo como el autocuidado. Quizá como terapeuta, uno de mis objetivos no es solo ayudar a otros para que aprendan, disfruten y se sientan bien cuidándose a sí mismos, sino saber diferenciar qué significa cuidarse, porque eso no es ser egoista. Es un error pensar que si yo me ocupo de mí es algo malo y egoísta. Si aprendo a cuidarme bien sabré cuidar a otros. Eso implica saber poner límites, ser asertivo, decir que no. Respetarse a uno mismo es tener la capacidad de comunicar qué es lo que se quiere, necesitas... No es fácil porque nuestra sociedad se centra más en el cuidado de puertas para afuera y tenemos sentimientos encontrados en cuanto al cuidado interno, al cómo me cuido yo, cómo me siento cuando le digo no a alguien y cuáles son mis porqués.

Convivir con uno mismo puede resultar muy complicado porque podemos llegar a ser nuestro principal enemigo. ¿Qué hay que hacer para llevarse bien con uno mismo y con los demás?

Uno de los pilares básicos es conocerse a uno mismo, dedicarse tiempo. No quiero decir que el mundo gire en torno a uno, no queremos eso; pero sí queremos aprender a escucharnos, a ser sinceros y saber qué es importante para uno mismo. A veces caemos en estas tiranías de lo que consideramos que yo debería hacer, conseguir, y de lo que esperan los demás de mí. Eso es hablar de expectativas, y está claro que todos las tenemos respecto a nosotros y a otros, y unas veces se cumplen y otras no y, por eso, aparece la decepción y la desilusión. Como terapeuta trabajo a veces con personas que están en un pozo de autorechazo y con esos pensamientos hay que tener muchísimo cuidado porque es una de las fuentes de mayor autodestrucción de la autoestima, del amor, de la serenidad y paz. Además, desemboca en la dificultad para construir buenas relaciones con otros. ¿Qué tenemos que hacer para cuidarnos? Escucharnos, dedicarnos tiempo, intentar pedir ayuda y saber relacionarnos bien con los demás. Eso es aprender a desarrollar nuestras capacidades, construir buenas relaciones con los demás y con nosotros mismos.

Cuando esas personas que entran en esa situación de depresión no quieren relacionarse con los demás, ¿qué pueden hacer los familiares para socorrerles?

Partiendo de que la depresión es un trastorno y enfermedad, hay que distiguir que existen básicamente dos tipos: la endógena, producida por factores internos químicos que hacen que bajen los niveles de serotonina, y la exógena, que surge por experiencias como el fallecimiento de personas queridas, pérdida del trabajo... Cuando hablamos de depresión, una de las sintomatologías es que se pierden las ganas de vivir, de conectar... la energía vital. Hay personas que lo asocian con la tristeza; otras dicen no estoy triste, pero me siento desconectado de mí y de mi energía vital. Todos podemos caer de una depresión independientemente de la vida saludable que llevemos porque las pérdidas están ahí. Decir a estas personas que no están haciendo lo suficiente es un grave error. Lo intento explicar a los familiares con un ejemplo muy claro porque nadie elige tener depresión y el sufrimiento que sienten es muy profundo. Decirle, por tanto, que tiene que reirse más es como decirle a alguien que tiene asma «no entiendo porqué no respiras bien con todo el aire que hay». Es decir, no es que no quiera hacerlo, es que tiene un problema. Lo mismo le sucede a las personas con un estado de ánimo por los suelos.

En esa convivencia, otro de los grandes pilares es la empatía, tener capacidad de ponerse en el lugar del otro y comprender desde una compasión constructiva que despierte las ganas de acompañar y ayudar sin hacer un juicio de valor. Todos necesitamos ser escuchados y debemos poner de nuestra parte para acompañar a otros, aunque no compartamos las mismas ideas.

¿Por qué congeniamos mejor con unas personas que con otras?

Es un tema que tiene que ver con la química, con esas primeras impresiones. Cada uno nos fijamos en un aspecto diferente: en el físico, en la manera de hablar, de moverse, en el tono de voz, en la forma de vestir... Pero luego está esa sensación, que es algo que no se puede explicar, pero que sienta bien y ayuda a veces a disipar sentimientos de tristeza. Estamos aquí para conectar, para formar parte de algo más grande. En ocasiones tenemos cosas en común, cada uno tenemos nuestra fuente de conexión y energía. A la hora de compartir nuestros miedos e inseguidades también necesitamos saber que otros nos entienden y que no estamos solos en esa especie de pozo sin fondo. Necesitamos que alguien nos diga, 'te entiendo', 'a mí me ha pasado lo mismo'... ¡Qué buena sensación! A veces se conecta de tal maera que surge una emoción que se está investigando a nivel científico y que se llama 'kama muta', que aparece cuando se nos ponen los pelos de punta, como cuando escuchamos una pieza de música o celebramos un gran logro.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación