Chiringuito 180º (Cádiz)

Un pequeño placer al otro lado de todo

Sin arena, carta corta, encanto largo, lugar silencioso con colores nuevos y noches sedosas

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Tan esclavizado por la última tendencia –la que sea– parece el mundo del comer que las novedades pasan a ser pronto pesadeces. Por machaconas y omnipresentes. Hace unos meses, lo de las furgonetas o caravanas convertidas en bares ambulantes era una rareza de series americanas. Nos pareció a casi todos divertido, práctico y original. Una buena idea. De repente, son millares. Pronto resultará misión imposible tomar algo en un establecimiento sin ruedas. La moda, como dijo Oscar Wilde, es algo tan horrible que debe cambiar cada seis meses. Antes de las dichosas food trucks, hubo otra. Fue la de los chiringuitos y kioscos. Aportaban naturalidad y relajación. Consagraban una oferta reducida y suficiente a un entorno placentero.

Como toda marea, bajó.

Pero, como toda tendencia dejó rastro, una pequeña herencia agradable. Los mejores sobrevivieron. Entre ellos, destaca en Cádiz uno de los más originales. De los pocos de la provincia sin arena ni playa, en un paseo marítimo, sobre el acerado. Además, navega contracorriente. Está en el perfil marítimo menos frecuentado de Cádiz. Si en el balcón atlántico los locales de todo calado se cuentan por centenares, en la fachada de la Bahía de Cádiz (y la del segundo puente ahora) apenas llegan a una docena.

Con todo en contra, sin hacer ruido, este «chiringuito urbano», como se define, ha conseguido atraer a una clientela amplia, fiel o curiosa, vecinos y turistas, hacia sus pocas mesas. Una estructura efímera de madera, con una superficie que apenas supera en tres veces a la de un kiosco plástico de helados, basta para una propuesta seductora. Leandro Taddia es su promotor, gerente, alma y mater. Abrió en 2014, un año que no tuvo verano. Se hizo popular por repartir mantas entre la clientela que no quería perderse, pese al frío, el placer de pasar la noche ante un extraño e hipnótico paisaje industrial que mira a los puertos, al gran coloso que se inaugurará en unas semanas, a la Península. Raro. En Cádiz gusta más mirar hacia América y hacer como que se ve.

En esa explanada, ofrece una carta humilde en extensión, moderada en creatividad pero generosa en cuidado y materia prima. Algo de pescado frito y asado (de mercado y bien tratado como las caballas con piriñaca, omnipresentes este año), minihamburguesa retinta simple y limpia, palitos de mozzarella casera, papas aliñadas, alguna ensalada original, una versión particular de burrito de pollo, espléndidas costillas con carne reblandecida durante doce horas... Juvenil, infantil, divertido.

Una especie de antología básica y escueta del picoteo, a caballo entre internacional y local. La ejecución es la que haría un buen cocinero para sus amigos. La de un colega manitas y cuidadoso para una barbacoa dominical con la familia. El resultado es un placer pequeño, en un lugar particular y sereno.

La variedad de cervezas y vinos es igualmente limitada y bienintencionada. Cinco, seis referencias de precio ajustado que, simplemente, el dueño cree que gustarán porque le gustan, porque gustan. En cócteles y zumos, sin embargo, se alargan con elegancia y acierto.

Todo es así de simple y así de raro. Algo agradable en un sitio silencioso, lleno de colores nuevos y noches sedosas. Tapeo rico entre amigos frente a un cielo largo. Un decorado infrecuente a los ojos de gaditanos y visitantes.

Está lejos de ser lujoso ni variado, excelente o gastroexquisito.

Tanto como de resultar vulgar, decepcionante y aburrido.

Chiringuito 180º

Paseo Marítimo de Astilleros.

Junto a la piscina pública. Cádiz

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