Así eran las Reales Caballerizas de Sabatini que derribó la II República

Las obras de Bailén han descubierto las edificaciones que en 1932 desaparecieron por los ataques a símbolos monárquicos

Dos pura sangre árabes regalados a Alfonso XIII en 1916 ARCHIVO ABC

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Con la reforma de la calle de Bailén , están saliendo a la luz, entre otros restos, los de las antiguas Caballerizas Reales que Carlos III mandó construir a Sabatini. Estas se alzaban en el solar que hoy ocupan los jardines que llevan el nombre del arquitecto y se extendían hasta la plaza de España. Durante siglo y medio, estas caballerizas fueron visitadas, como si de un museo se tratara, por madrileños y extranjeros que adquirían una entrada, y los propios Reyes se las mostraban orgullosos a muchos de los mandatarios que acudían a visitarles. Por fuera, eran de construcción recia y severa -casi minimalista-, pero en su interior guardaban un tesoro, acumulado a lo largo de siglos, que reflejaba la historia de la locomoción.

Además de enormes cuadras para 400 caballos, tenía un inmenso guadarnés, de más de 48 metros de largo, en el que se guardaban piezas de gran valor, como monturas, trajes de gala y de época (a la federica), reposteros y caparazones bordados en plata y oro, muchos de ellos regalos de Emperadores y Reyes extranjeros . En otro guadarnés se conservaban los atalajes de diario. En sus cuadras había caballos de tiro y de montura, y algunos ejemplares ya jubilados, como las favoritos de los Reyes y Príncipes, que envejecían a la espera de una muerte natural.

También había una capilla dedicada a San Antón -patrón de los animales-, una enfermería para los caballos y mulas, cuarto de contagio, baños para los equinos, herradero, pajares y picadero.

En un cocherón se conservaban las trece carrozas de gala y los ocho coches de caballos de media gala que utilizaba la Familia Real en las grandes ceremonias de Estado, y en el cocherón de diario, mucho más grande y que mandó construir Fernando VII , se guardaban 122 carruajes de todas clases. A los arquitectos de todo el mundo que acudían a visitarlo, les asombraba el artesonado de este cocherón, porque su armadura cubría un vano de 78,5 metros de largo por 28 de ancho y les parecía algo inverosímil que se hubiera podido construir con madera , cuando no existían el cemento ni las vigas de hierro. También tenía un garaje, con dieciséis automóviles, dos ómnibus y cinco camiones, y talleres en los que se reparaban coches de caballo y automóviles. Y, además, 142 viviendas para los empleados.

Obras en los Jardines de Sabatini, antiguas caballerizas, en 1935, ARCHIVO ABC

Llegada de la República

Así estaban las Reales Caballerizas la noche del 14 de abril de 1931 cuando se proclamó la República y la Familia Real partió al exilio. A partir de ese momento, el nuevo régimen se propuso demoler precipitadamente esas instalaciones , que habían servido para dar brillo y lustre a la Monarquía que habían derrocado, y el afán destructor de los símbolos monárquicos se impuso a todas las voces que se alzaron en contra.

Solo parte de las valiosas carrozas y guarniciones se salvaron. Los caballos se subastaron para corridas de toros y tiovivos

El 4 de agosto de 1932 la República, que había incautado todos los bienes que pertenecieron a la Corona, entregó las Reales Caballerizas al Ayuntamiento de Madrid con el mandato de destruirlas y construir unos jardines, como había previsto Sacchetti al diseñar el Palacio (al final, los jardines se acabaron haciendo en 1950, con Franco). El alcalde de Madrid, Pedro Rico, abortó todo debate con el argumento de que la ley de donación de los edificios obligaba a derribarlos.

Protestaron casi todos los periódicos de la época, que pedían que se conservara una parte y se hicieran jardines en otra; el Colegio de Arquitectos de Madrid exigió «la inmediata suspensión» del derribo, y el Patronato del Museo Nacional de Arte Moderno, integrado por el pintor Ignacio Zuloaga, la política anarquista Margarita Nelken, el escultor Mariano Benlliure y el arquitecto Secundino Zuazo, hizo un comunicado de protesta que calificaba el derribo de «hecho insólito» y denunciaba la destrucción de «valores estéticos que deben ser conservados» . Pero la República desoyó todas las voces y empezó a desalojar las Reales Caballerizas. Lo que consideraba valioso lo hacinó en el Palacio Real, y el resto lo subastó y malvendió como chatarra. A las familias que allí vivían las indemnizó con una mínima cantidad y, como se negaron a aceptarla, les amenazó con continuar con la demolición.

El 4 de diciembre de 1931 se celebró la subasta de los caballos. Para entonces, los animales ya habían sufrido la hostilidad del nuevo régimen a sus antiguos dueños, y estaban mal alimentados, sucios y tan delgados que se marcaba su osamenta. Caballos que habían sido enjaezados con adornos de plata, que habían arrastrado carrozas de gala, que habían dormido en cuadras de caoba, acabaron en las plazas de toros , en una época en la que los petos eran tan escasos que en cada corrida morían una media de tres ejemplares. En el mejor de los casos, su destino fue hacer girar los tiovivos que se instalaban en las fiestas de los pueblos. Por alguno de los caballos se pagó «una miseria, 21 pesetas», según las crónicas de la época.

Reales Caballerizas en 1789. ARCHIVO ABC

Caballos subastados

Entre los ejemplares subastados estaba «Poseidón», la jaca castaña sobre la que el Rey Alfonso XIII jugó por primera vez al polo y que, ahora, con 31 años, hacía vida de equino jubilado en las Caballerizas Reales. Un aristócrata lo salvó de una muerte segura al comprarlo en el remate a través de un monosabio que hizo de testaferro y adquirió todo el lote por un puñado de pesetas.

En abril de 1932, el redactor jefe de ABC Alfredo Ramírez Tomé publicó en Blanco y Negro un reportaje, «Visita de despedida», en el que describía con detalle la riqueza de las Reales Caballerizas y advertía del disparate que se iba a cometer. Pero ya nada ni nadie podía frenar el ánimo destructor de la República y el 5 de septiembre de 1932 empezó el derribo.

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