REPORTAJE

Los pazos de Emilia

El Meirás de Pardo Bazán nunca fue un pazo y su imponente reconstrucción medievalizante es, más bien, una antítesis de los pazos rurales gallegos que tan bien conocía la literata por la familia de su marido, Pepe Quiroga, y por su propia familia materna

Exteriores del Pazo de Punxín en la actualidad MIGUEL MUÑIZ

José María Paz Gago

Comprendo perfectamente que se haya querido dar un carácter a la vez solemne y simbólico al acto de entrega de las llaves del Pazo de Meirás que volvía a manos del Estado Español y de Galicia el pasado día 10 de diciembre de 2020 . La puesta en escena con la biblioteca del estudio de doña Emilia en la Torre de la Quimera como fondo, protocolariamente impecable aunque jurídicamente discutible, tenía un sentido cargado de simbolismo y no exento de polémica.

Ironías de la historia o carambolas del destino, la creadora de las Torres de Meirás en lo material y de Los pazos de Ulloa en la ficción, reencontraba el palacio neogótico que con tanto esfuerzo había levantado, su quimérica ilusión, al iniciarse el centenario de su fallecimiento. Otra curiosa casualidad ha pasado quizás desapercibida: la jueza Marta Canales hacía entrega de las llaves del Pazo de una señora a una señora de Pazo, Consuelo Castro Rey, como por azar gallega y Abogada General del Estado . Sorprendente coincidencia, la familia de la titular de la Abogacía General, modélica servidora pública al servicio del Estado, es propietaria del coqueto Pazo de Punxín , vecino de los Pazos de Ulloa.

Vista desde el Pazo de Cabanelas MIGUEL MUÑIZ

Al margen de esa anécdota, la encrucijada histórica que convierte un hecho político, la recuperación de Meirás, en una oportunidad cultural y literaria de primer orden, reivindicar la gigantesca figura de Pardo Bazán y los valores que representa, no debe desviar la atención hacia intereses partidistas espurios que tienen que ver con la rememoración de la presencia de Franco en los salones de Meirás. En realidad, el Meirás de los Pardo Bazán nunca fue un pazo y la imponente reconstrucción medievalizante que llevó a cabo doña Emilia es más bien una antítesis de los pazos rurales gallegos, que tan bien conocía por los que poseían tanto la familia de Pepe Quiroga, su marido, como su propia familia materna. Son los pazos que con tanta fidelidad y a veces con crudeza retrató en El cisne de Vilamorta, Bucólica, Los Pazos de Ulloa y La Madre Naturaleza , novelas todas ellas escritas en la década de los ochenta del siglo XIX.

Pazos de Quiroga

Contrariamente a Valle-Inclán que sólo habitó en pazos y casonas urbanas, como El Cuadrante, en el ya entonces próspero emporio conservero de Vilanova de Arousa, Emilia Pardo Bazán sí llegó a vivir en los pazos solariegos de la Galicia profunda . Los Pazos de la familia Quiroga, particularmente Banga y Cabanelas, se encuentran en un emplazamiento privilegiado, a medio camino entre las grandes sierras de la Galicia Central y los profundos valles que descienden abruptamente hacia las cuencas de los afluentes del Miño, el Avia y el Arenteiro, el ficticio río Avieiro en la genial creación léxica de la novelista. Laderas profundas que ofrecen a la vista un impresionante horizonte tapizado de viñas; algunos campos de maíz o centeno; bosques de pinos, robles o castaños y sotos tupidos que se pierden en lo que Otero Pedrayo llamó la Bocarribeira. Son estos exactamente los agrestes paisajes que describe la autora de El cisne de Vilamorta , alusión algo peyorativa a Carballiño, industriosa villa termal a la que conduce un mal camino que se toma a la izquierda, a la altura de Cea (Cebre en la ficción), en el camino real de Ourense a Santiago.

Bodega de Banga MUÑIZ

Aunque no sean pertinentes en otras corrientes narrativas, en la novela naturalista las referencias reales son de la mayor importancia y no hay que olvidar que Los pazos de Ulloa y su continuación son la cumbre del naturalismo hispánico , en la que el determinismo ambiental y fisiológico explica la personalidad de los personajes: el marqués de Ulloa está embrutecido por vivir en un pazo decrépito de aldea mientras que Julián es apocado y melifluo por tener un temperamento linfático-nervioso. De todos modos, doña Emilia maneja los datos reales a su antojo, mezclando aspectos de Banga con Cabanelas y otros pazos en los que habitó como Miraflores (Sanxenxo), filtrándolo todo por su visión imaginaria de novelista, para recrear los pazos del marqués de Ulloa o del señor de Las Vides.

Conociendo estos parajes y estos pazos, se reconocen perfectamente los que describe Pardo Bazán —apunta con vehemencia el veterano periodista carballinés Carlos Rodríguez , guía de lujo para esta excursión literaria por las tierras del Ribeiro, El Borde en versión castellanizada de la novela—. Ella venía aquí con frecuencia a las fiestas patronales de Carballiño, en septiembre, incluso después de muerto su marido.

Según apunta Martínez Salazar, intelectual y librero coruñés amigo de la escritora, el primer título de una novela de lenta gestación era Los Pazos de Quiroga , pero sin duda prefirió no hacer una alusión tan directa a su linajuda familia política y optó por el Ulloa, que nada tiene que ver con la comarca lucense de la Ulloa, como a veces se ha sostenido. A medio camino entre el Pazo de Banga y el de Cabanelas , por un empinado camino rodeado de robledales y espesos sotos cuya dificultad tan bien se aprecia en la accidentada cabalgada de Julián, llegamos al lugar de Cima de Vila donde se concentran tres pazos. Estos pazos recibían el nombre de Pazos de Ulloa, me informa Carlos Rodríguez, resolviendo definitivamente el enigma del topónimo pardobazaniano.

Un viaje al pasado

Llegar en una fría y soleada mañana de invierno a Banga poco tiene que ver con la percepción nocturna del vasto edificio cuadrilongo que divisa un angustiado Julián cuando llega a Los Pazos de Ulloa. El tiempo ha perpetuado la decadencia y acentuado la decrepitud de los interiores, pero la elegante fachada y la original chimenea siguen fascinando al viajero. Allí están el largo balcón de hierro y el gran escudo de armas con el blasón de los Quiroga (los Ulloa o los Méndez imaginarios). Es este el Balcón del Ribeiro de doña Emilia, al que se asomaba la escritora en el ocaso de los veranos, cuando enrojecen las hojas y amarillea el sotobosque, cuando se hacen las vendimias que tan plásticamente dibujó en El cisne de Vilamorta . Tal y como apunta en esa novela: desde este balcón se domina la vertiente de la montaña y el curso del río. El panorama en esta luminosa mañana es tan deslumbrante como entonces: la ladera desciende primero suavemente en prados a los que sacan lustre unas cuantas ovejas; por todas partes viñedos, los más viejos ya abandonados y los nuevos prometiendo espléndidas cosechas como los de San Clodio que, frente a nuestra vista, plantó antes de dejarnos el cineasta José Luis Cuerda . La mirada desciende hacia donde el valle se hace más angosto y una niebla algodonosa tapiza la estampa matinal. El balcón de piedra de Cabanelas es más vertical y su valle se encañona con más audacia, dominando los abundantes sucalcos, terrazas en las que sobreviven algunas cepas mortecinas, que ya no nos deleitarán con el famoso tostado que tanto gustaba a Pardo Bazán.

Como ella escribe, el orgullo de estos pazos —se refiere a las Vides

Cocina de Banga MUÑIZ

ficticias— no son los salones sino la bodega, y ahí están impertérritas las bodegas de los Ulloa que los Quiroga han sabido preservar intactas. El tiempo se ha parado en estas estancias donde los inmensos bocoyes duermen plácidamente una siesta secular, con sus panzas vacías para siempre de los caldos que ofrece generosamente el Ribeiro. También conserva Banga en buen estado hoy el espacio que constituye el centro neurálgico de la vida en el pazo del Marqués de Ulloa: la espaciosa cocina, que no está ubicada en el piso bajo como ocurre en la ficción, sino en el piso principal como es habitual en la disposición pacega y en el pazo de la novela corta Bucólica . Una amplia y señorial lareira justifica esa enorme chimenea que dibuja con originalidad el perfil pétreo de Banga.

En la más reciente biografía de doña Emilia, Isabel Burdiel habla con cierto desdén de la fidalguía gallega a la que pertenecen los linajes para siempre enlazados de los Pardo Bazán y los Quiroga. Sin duda confunde la brillante biógrafa valenciana a la hidalguía castellana con las poderosas familias fidalgas de los pazos, columna vertebral de la sociedad gallega durante tres siglos que evolucionó en el siglo XX, como ha demostrado Ramón Villares , hacia una auténtica élite económica y cultural . La saga Quiroga Pardo-Bazán es un ejemplo de ello también en el siglo XXI, pues ha sabido preservar y potenciar un inmenso patrimonio de valor cultural incalculable y ponerlo en valor desarrollando industrias agroalimentarias y ganaderas, hosteleras y balnearias de primer orden.

Un recorrido por la historia de tan célebre propiedad señorial ayudará a vislumbrar el proyecto cultural más adecuado para este singular edificio y sus jardines: rendir el homenaje merecido a la ilustre escritora coruñesa, adalid del feminismo y una de las mentes más brillantes de la España de la Restauración, en el momento que arranca la efeméride de su muerte. Tras haber sido incendiada por las tropas francesas en 1809, la propiedad pasa una década más tarde a manos del abuelo de la escritora, el político liberal Miguel Pardo Bazán, después de un litigio hereditario. La construcción levantada por don Miguel era un caserón rústico de una sola planta con diferentes dependencias anejas destinadas a fines agrícolas. Residencia ni cómoda ni glamurosa, en la Granja de Meirás, el padre de doña Emilia se dedicará a la agronomía experimental, actividad a la que en alguna ocasión se referirá su hija en tono de burla.

Vista desde el Pazo de Cabanelas MUÑIZ

Tras la muerte de don José Pardo en 1890, cuatro años más tarde se inician las obras de aquel sueño de piedra para la quimera de doña Emilia, como lo define el profesor Jesús Ángel Sánchez García, el mejor especialista en el patrimonio arquitectónico y material de la escritora. Ya en la plenitud de su carrera literaria y social, Pardo Bazán necesitaba de un marco adecuado , de una residencia de escritora a la medida de su talento y ambiciones, al estilo de las edificaciones neogóticas que habían levantado grandes escritores románticos como Walter Scott o Chateaubriand . Pardo Bazán se adhiere con entusiasmo al gothic revival británico, siguiendo el modelo de la escocesa Abbotsford House, el castillo de ensueño que el autor de Ivanhoe construyó también sobre los terrenos de una antigua granja.

Según el diseño exterior realizado —y firmado—por la propia doña Emilia, la fachada principal a la vista del visitante está formada por dos torres almenadas que enmarcan la capilla , mientras que en la fachada de poniente se encuentra la puerta de honor flanqueada por la Torre de la Quimera en cuyo último piso se ubicaba el estudio de trabajo de la escritora. Esta morfología exterior justifica el nombre de Torres de Meirás, denominación que la aproxima a los castillos eclécticos de inspiración neomedieval y la aleja intencionalmente de los tradicionales pazos gallegos.

La Quimera

Todo el conjunto y muy especialmente la Torre de la Quimera, con el «balcón de las musas», luminoso ventanal de su escritorio abierto al amplio valle que conduce suavemente hasta el mar, revela la firme voluntad de Pardo Bazán de concebir Meirás como su personal santuario literario , en expresión de Sánchez García, su más querida ensoñación, su quimera literaria y artística. Esa intencionalidad convierte la estéril polémica suscitada por el destino de las Torres de Meirás en el futuro, tras su recuperación para el patrimonio público, en un sinsentido. Lo natural es respetar el espíritu y las intenciones de quien las creó , las diseñó y decoró con esmero, de quien hizo de ellas el centro de su creación y de su proyección literaria.

Cruceiro en el Pazo de Banga MUÑIZ
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