Angel Olsen, en la ardiente oscuridad

La cantautora presentó en la sala Razzmatazz de Barcelona el aplaudido «All Mirors»

Angel Olsen, durante su actuación en Razzmatazz Indi van Vega

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Se sorprendía Angel Olsen en estas mismas páginas de que su último trabajo, el soberbio y deliciosamente retorcido «All Mirrors», copase las listas de lo mejor del año de buenas parte de las publicaciones españolas. «¿En serio? No lo entiendo, ¿cómo puede ser? ¡Si esta es solo mi segunda gira por vuestro país!», se exclamaba horas antes de aterrizar el domingo en Razzmatazz, dejar un buen reguero de mandíbulas desencajadas a su paso y, ya puestos, disipar cualquier posible duda. ¿En serio? Sí. En serio. Y de qué manera.

Del susurro al aullido y de la lija al terciopelo, la cantautora estadounidense cambió la espartana soledad de su anterior visita a la ciudad por una banda de maleable versatilidad, a ratos delicada y a ratos apabullante, y el resultado fue una noche de hermosísimas baladas, destellos de oscuridad eléctrica y apariciones sobrenaturales. Por ahí andaban, si uno afinaba bien la oreja, Kate Bush, Lana del Rey o incluso Joni Mitchell.

Pura magia atemporal anclada en las fracturas emocionales de «All Mirrors» y servida de forma impecable y majestuosa. El poderoso resurgir de unas canciones nacidas del dolor y la depresión y con las que Olsen reinterpreta a su manera el pop orquestal de los sesenta y las melodías trémulas de los ochenta. Es de ahí de donde iban surgiendo, siempre por obra y gracia de la arrebatadora voz de Olsen, el crescendo abrasador y el corazón helado de «Lark», la intriga orquestal y el terciopelo negro de «Impasse», las esquirlas de Stevie Nicks que salían disparadas de «Forgiven / Forgotten» o el ensalmo acústico de «Unfucktheworld».

También se acordó Olsen de himnos más o menos instantáneos como «Shut up kiss me», servida se diría que un poco a regañadientes, y exhumó el country gran reserva de «Sister», pero con su último trabajo copando gran parte del minutaje, toda la noche estuvo atravesada por una bruma de agradable irrealidad. Un hilo invisible reforzado por cuerdas y teclados con el que Olsen, tocada pero no hundida, cose y descose heridas del corazón mientras moldea la intensidad y planta bandera en la cima de las «torch songs». Un descenso a las profundidades de la más ardiente y arrebatadora oscuridad.

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