Rafael del Cerro Malagón - ARTES&LETRAS

El accidentado «camino a una estrella»

Alberto Sánchez y El camino del pueblo español... 80 años de una escultura y su aventura (1937-2017).

Rafael del Cerro Malagón
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Todos le llamábamos Alberto y ya casi nadie se acordaba de su apellido. Alberto, a secas, era suficiente porque solo había un Alberto… Era un hombre muy grande, como aquella escultura que presentó en la exposición de París y que habría que buscar ahora, saber dónde está (Pablo Picasso, octubre de 1963).

En la primavera de 2017, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía abría la exposición Piedad y terror en Picasso: el camino a Guernica. El motivo era recordar el 80 aniversario de esta obra y los veinticinco años de la llegada a sus salas tras un largo periplo iniciado en París (1937-1939), continuado por Nueva York (1940-1981) y por el madrileño Casón del Buen Retiro hasta 1992.

Sin embargo, junto a este lienzo universal, también cumple la misma edad el recuerdo de una escultura del toledano Alberto Sánchez, no exenta de ciertas peripecias que merecen ser recodadas cuando, además, dos réplicas de ella se visualizan en plazas de Toledo y Madrid.

En abril de 1937, en plena contienda civil, el gobierno de la II República encargaba a Pablo Picasso (1881-1973) una composición pictórica para el Pabellón de España (proyectado por Josep Lluís Sert y Luis Lacasa) levantado en la Exposición Internacional de París. El objetivo era lanzar un mensaje de propaganda -dirigido esencialmente a las democracias europeas-, ante la rebelión militar de 1936 contra la legitimidad republicana apoyada por la Alemania nazi y la Italia fascista. Se exhibieron mensajes reivindicativos emanados del marco constitucional y los esfuerzos del Gobierno para proteger el patrimonio artístico en el transcurso de la guerra. Había profusos apoyos ideológicos de intelectuales que, estéticamente, además eran afines a las corrientes vigentes en Europa. Miró, Calder, Gutiérrez Solana, Julio González, Gregorio Prieto, Renau, Pedro Flores,  Aurelio Arteta, Alberto Sánchez, Ferrer, Climent, Barral o Pérez Mateo eran parte de una larga nómina de los representantes escogidos.

De esta relación, elegimos dos nombres ligados a Toledo. El primero es el ya citado arquitecto Luis Lacasa Navarro (Ribadesella, 1899) que, junto a Manuel Sanchez Arcas y a Francisco Solana San Martín, firmó el proyecto del Hospital Provincial (1926), levantado junto al castillo de San Servando conforme a los aires del racionalismo europeo. Su militancia comunista le llevó al exilio en la URSS, en 1939, otra etapa en Pekín, una fugaz visita en Madrid (había sido inhabilitado profesionalmente en 1942 por la administración franquista), para volver a Moscú, donde fallecería en 1966. El segundo nombre es el de Alberto Sánchez Pérez, Alberto, nacido en 1895, en la calle de la Retama, en el barrio de las Covachuelas. Criado con cinco hermanos más, fue niño-aprendiz de humildes oficios, previos a ejercer de herrero, escayolista y panadero. De formación autodidacta, dotado para el dibujo y el modelado de corte naturalista, desde 1922 irrumpía con su recia y abierta expresividad en la modernidad madrileña gracias al apoyo que hizo de su obra el pintor uruguayo Rafael Barradas (1890-1929). Siempre mostró su compromiso con las izquierdas, marchando, en 1938, a Moscú como profesor de los niños allí evacuados. Murió en 1966, cuatro años antes que Lacasa, de quien, además, era concuñado, pues ambas esposas eran hermanas, hijas del pintor malagueño, Francisco Sancha Lengo (1874-1936).

El estallido artístico de Alberto puede fijarse convencionalmente, en 1925, en la I Exposición de Artistas Ibéricos, celebrada en Madrid, pudiéndose leer en las páginas de El Castellano cumplidos elogios del crítico de arte Ángel Vegue y Goldoni. Su obra despertó interés y la consecución de una pensión de la Diputación de Toledo apoyada por renombrados personajes como Benlliure, Gutiérrez Abascal, Miguel Salvador, Eugenio D'Ors, Luis Araquistáin o Luis Bello, avalando todos a un «modesto obrero panadero que vive de su puro oficio». En 1927 promovería con Benjamín Palencia (1894-1980) la llamada Escuela de Vallecas, un círculo vanguardista, conceptual y plástico, bien compactado hasta 1932, deseoso de renovar el arte español. Allí hubo jóvenes creadores de varios campos como Alberti, Caneja, Maruja Mallo, Oteiza, Lacasa, Lorca, Miguel Hernández, Neruda o Segarra entre otros más.

En plena guerra, en 1937, por intervención de Lacasa, Alberto preparó una obra para la ya citada exposición de París. Estuvo en la entrada del pabellón español desde el 25 de mayo hasta la clausura de la muestra seis meses después. Era una esbelta pieza de doce metros y medio de altura, de forma ondulante, con un ave y una estrella de bronce en la cima. El título revelaba un mensaje-proclama: El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella. Con su personal estilo logró una metáfora que reunía la tierra, el hombre, el trabajo y el premio a un largo esfuerzo colectivo. La pieza ─un «cactus antropomórfico, como dice la conservadora Carmen Fernández Aparicio─ se ejecutó en cemento, sobre una rueda de molino llevada desde España. Desmontado el pabellón, la escultura fue destruida, quedando de ella sólo los testimonios fotográficos y la génesis de la idea en otras producciones anteriores. Sin embargo, subsistió una maqueta de yeso negro patinado (184,5 x 32 x 33 cm), sin el remate de la estrella, que acabó en el barcelonés Palacio de Montjuic con otras obras devueltas al Gobierno de la República en 1938. Aquel legado durmió varios años bajo el control del Servicio de Protección del Patrimonio Artístico y Cultural, organismo creado en 1964. En 1991, aquel boceto se trasladaría a las colecciones del Reina Sofía.

Ese mismo año, el accidentado «camino a una estrella» renacía en una esquina de la plaza de Barrio Nuevo de Toledo, gracias a una réplica de la referida maqueta, realizada en bronce, por los toledanos Gabriel Cruz Marcos y Félix Villamor. Fue inaugurada el 9 de mayo de 1991, con la presencia de la viuda de Alberto (Clara Sancha) y el hijo de ambos (Alcaén). Ambos eran fieles custodios de su memoria como ya lo habían demostrado, también en Toledo, en 1982, durante la primera corporación democrática, al colocarse la Mujer toledana en el paseo de Merchán. Esta figura había sido elaborada años atrás por Cecilio Béjar (1915-1971), a partir de un modelo original, de menor tamaño, que había planteado el panadero-escultor en su juventud.

Asimismo, en 2001, el legendario «camino» renació en la plaza del Doctor Drumen de Madrid, al dedicar el Reina Sofía una muestra a este artista toledano. Allí se levantó una réplica de gran tamaño (12 metros) elaborada por el artista valenciano Jorge Ballester, sobrino de Josep Renau, el director general de Bellas Artes que, en septiembre de 1936, ordenó la protección del Entierro del conde Orgaz en la iglesia de Santo Tomé. En 2008, fruto de un depósito particular, ingresaba en el mismo museo madrileño otra pequeña reproducción (38,8 x 5,2 x 5,2 cm), en madera de cedro, también datada en 1937.

En 1995 Alberto fue nombrado hijo predilecto de Toledo a título póstumo. Sin embargo, a pesar de tanto homenaje aquí tributado, hoy no es posible hallar en la ciudad la obra que, durante años estuvo en el Museo de Arte Contemporáneo, de la calle de las Bulas. Tal olvido cae en el «debe» de quienes, una vez decidido el cierre de aquel museo, aún no han encontrado el modo de volver hacer visible el legado de Alberto en su tierra natal. Pocos son los ojos que descubren la misericordiosa escultura que vio la luz en París, en 1937, para representar a España y que ahora, en menor escala, emerge cercada entre variopintas y tristes piezas de mobiliario urbano y vehículos apiñados que quizá aspiran a buscar un hueco en una estrella (o donde sea).

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