Santiago Díaz Bravo - Confieso que he pensado

Yéremi, Sara, Marisa

Conforme pase el tiempo, las posibilidades de dar con la verdad, de hallar a posibles culpables, se irán desvaneciendo

Santiago Díaz Bravo
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Por desgracia, la risueña faz de Yeremi Vargas se ha convertido en omnipresente en nuestras vidas, en una suerte de icono que nos ha acompañado durante años y que, si nadie lo remedia, lo seguirá haciendo durante varias generaciones. Su cara ha vuelto a aparecer en los medios como consecuencia de la multa que su familia deberá pagar a uno de tantos patéticos bufones que pueblan las redes sociales, pero ello no debe desviarnos de lo realmente esencial: aún no sabemos qué ha sido de él, qué ocurrió el fatídico 10 de marzo de 2007 en Vecindario, ni siquiera si está vivo o muerto.

Pero sería enormemente injusto pasar por alto que Yéremi no es una excepción. Tampoco sabemos nada de Sara Morales, la adolescente que desapareció el 31 de julio de 2006 en Las Palmas de Gran Canaria, ni de la persona o personas que acabaron con la vida de Marisa Hernández, cuyo cadáver apareció en la costa de San Juan de la Rambla el 12 de septiembre de 2003.

Yeremi, Sara, Marisa, se han convertido en las caras de la desgracia y la injusticia, pero también de la impotencia y la impericia. En pleno siglo XXI, en mitad de una vorágine tecnológica que lo puede casi todo, los logros de los investigadores no han pasado de meros bulos absolutamente inútiles. Y eso es preocupante, tremendamente preocupante. E indignante, enormemente indignante.

Quien esto escribe carece de los conocimientos necesarios para poner en duda los métodos empleados en las investigaciones, de las que se ha escrito y criticado mucho, sobre todo con la boca chica y tratando de molestar lo menos posible. Pero debemos rendirnos a la evidencia de que nos hallamos ante una serie de fracasos de dimensiones descomunales, porque la defensa de los miembros más endebles de la sociedad, entre ellos menores y discapacitados, constituye uno de los principales deberes de las instituciones públicas. Y conviene recordar que las instituciones públicas somos todos.

Conforme pase el tiempo, las posibilidades de dar con la verdad, de hallar a posibles culpables, se irán desvaneciendo. Por ello, todos y cada uno de los ciudadanos de las islas, pero sobre todo los medios de comunicación, estamos obligados a recordar constantemente que tenemos una deuda pendiente con Yéremi, con Sara, con Marisa, con las familias de los tres y con nuestra propia dignidad como pueblo. No lo dejemos todo al libre albedrío de los dirigentes políticos, tan dados a mirar hacia otro lado y dibujar mundos de fantasía. Exijamos que velen por quienes deben velar, estén vivos o muertos.

Si lo hiciésemos y pasados los años siguiésemos sin saber qué fue de ellos, qué ocurrió de verdad, el nombre de los culpables, habríamos fracasado, pero podríamos mantener la conciencia tranquila y mirarnos a nosotros mismos con una cierta complacencia. Se trata del consuelo del tonto, bien es cierto, pero consuelo a fin de cuentas.

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