Qué vergüenza y qué pena

La democracia no debería estar reñida con el respeto al prójimo y tampoco con la buena educación

Sectores secesionistas exhiben banderas en favor de la independencia en la manifestación por las vícitimas del 17-A ABC

JOSÉ MARÍA JUNCADELLA SALISACHS

Una minoría de asistentes a la manifestación de Barcelona, celebrada en memoria de las víctimas del cruel y trágico atentado que mi ciudad sufrió, fue reclutada tendenciosa y mezquinamente para abuchear a S. M. el Rey y al Gobierno con su presidente, Mariano Rajoy, al frente.

Uno saca la conclusión de que a esa minoría y sus dirigentes les importaba mucho más aprovechar la ocasión, muy triste ocasión, para hacer campaña de su independentismo. Olvidaron cobardemente la causa real de la manifestación en memoria de las víctimas asesinadas por descerebrados musulmanes en las Ramblas de Las Flores de Barcelona.

Yo como Catalán, y precisamente por ello Español, sentí vergüenza, pena e indignación. Por unas horas los dirigentes políticos de esa minoría deberían haber puesto una mínima dosis de seny catalán y haber hecho prevalecer la verdadera razón por la que 500.000 personas ocuparon las calles de Barcelona.

El abucheo dedicado al Rey de España y al jefe de Gobierno puso en evidencia la cobarde e intencionada presencia de esas marionetas creyendo que hacían un favor a su obstinado afán de separatismo. La democracia no debería estar reñida con el respeto al prójimo y tampoco con la buena educación. Todo comportamiento democrático argumentado con respeto y educación es y será siempre mucho más convincente. Lo contrario tiene el peligro de convertirlo en un sistema dictatorial además de grosero.

Hoy no quiero entrar a analizar la persistente campaña en favor de una independencia que, aunque no dudo que en su origen fuera fruto de una ideología, hoy temo, como muchos de mis paisanos creen, que se haya convertido en una sospechosa necesidad. Esto sería doblemente grave.

He defendido como buen Español mi condición de catalán no solo por todo el territorio Español sino también en cualquier parte del Mundo. Hace ya más de 40 años en mi época de deportista bajo los colores de la Escudería Montjuich no dejé nunca también de presumir y llevar mi bandera de mi país, España, por lo que hoy me siento cada día más orgulloso de ello.

Quiero aclarar que, por mucha vergüenza y tristeza que hoy siento, no renunciaré jamás a mi condición de catalán.

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