El show no era solo de Truman

Los políticos copan espacios hasta ahora reservados a Preysler o Pantoja

Madrid Actualizado: Guardar
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Si Mariano Rajoy no fuera un hombre metódico no se levantaría todos los días a las siete ni haría cinta hasta las ocho menos cuarto ni se ducharía en un cuarto de hora. Si no fuera prudente, contaría en público que Jean-Claude Juncker le parece un «bienqueda», que Hollande es «simpatiquísimo», o que a Merkel le tuvo que decir, cuando le exigió que bajara más el déficit, algo así como «Angela, si me pides que pierda 15 kilos de peso, no puedes exigirme que lo haga en una semana». Si no fuera discreto, habría hecho público que en 2012 «pasé las de Caín, sobre todo aquel jueves en que un grupo de listos nos reunimos en Moncloa para ver qué hacíamos para evitar el rescate».

Incluso si perdiera el pudor habría alardeado de que su hijo Mariano, de 15 años, hace vela, y bastante bien, en Valmayor y Alicante.

Estos «secretillos» que el presidente solo contaba hasta hace poco en privado harían la boca agua a comunicadores como Bertín Osborne, Trancas y Barrancas, Jesús Calleja o María Teresa Campos, que desde un sofá, un hormiguero, una tirolina o el territorio Mocedades cincelan personajes listos para ser consumidos por la –soberana y millonaria– audiencia. Hasta el llamado «presidente del plasma» ha terminado saltando de la pantalla monolítica a nuestra sala de estar donde uno de esos sábados sacará a bailar a María Teresa Campos; destrozará, siguiendo el magisterio de Albert Rivera, alguna canción de Sabina; exprimirá, al estilo Pedro Sánchez, una naranja como si descubriera el origen del big bang; o se arrancará por Javier Krahe, con la poca gracia de Pablo Iglesias.

Bajar al barro

–¿A quién tienes la próxima semana?

–A Pablo Iglesias.

–A ver si conseguimos que venga aquí.

La conversación se desarrolla hace una semana entre la presentadora de «Qué tiempo tan feliz» y Jorge Javier Vázquez. Campos presume de su próximo invitado y el conductor de «Sálvame» quiere otra muesca en su revólver televisivo que sumar a la «espontánea» llamada de hace unos meses de Sánchez al programa de cotilleo de la sobremesa, para respaldar su cruzada antitaurina. Hasta anteayer, los partidos emergentes habían pelado los cables a la vieja política sentando en las tertulias a los aspirantes a presidir España. Donde antes había periodistas, ahora el share demandaba políticos que bajaran al barro. Pero desde hace unas semanas, estos nuevos usos se han quedado viejos:nuestros representantes no disputan ya una silla de análisis a los profesionales de la información.

Puestos a ocupar horas de programación, los políticos han tirado la casa por la ventana: donde antes interesaban las deudas de Isabel Pantoja, las novias de Cayetano Rivera o las cremas de Isabel Preysler, ahora la audiencia demanda que Pedro Sánchez cuente cómo ligó con su mujer; Mariano Rajoy dé una colleja a su hijo en directo;Pablo Iglesias se suelte el pelo en la ducha; o Albert Rivera relate cómo ayudaba a su padre en el bazar familiar.

Cuanto más frívolo y desinhibido se muestre el candidato a presidente o a diputado, menos obligado está a responder a «marrones» políticos como Cataluña, el yihadismo, la política fiscal o la unidad de España. Y, además, el «efecto llamada» está haciendo estragos. Solo es necesario que Rajoy acepte acudir al exitoso espacio de TVE, «En tu casa o en la mía», para que los asesores del líder del PSOE pongan patas arriba su agenda con tal de no perder la oportunidad en un medio al que el resto del año se le ha tachado de poco plural y afín al PP; si Rivera se atreve con el magazine de Campos, Iglesias no puede ser menos y prepara alguna canción de María Dolores Pradera para tararearla en plató; si Iceta se marca un baile electoral, el PP desempolva a Soraya Sáenz de Santamaría que descubre que donde realmente lo da todo es en la pista de baile y no los viernes en Moncloa.

Carmena e Iglesias

Y por si fuera poco, la banalización de nuestra vida pública ni siquiera cumple los estándares de la credibilidad. No es la vida en directo de Truman Burbank. La forzada simpatía de muchos de los nuevos sujetos televisivos resulta estupefaciente. Cuando las cámaras se apagan, algunos terminan diciendo, más allá de la impostura, lo que de verdad sienten. Por eso Pablo Iglesias, a calzón quitado, desliza que está cansado y que la política es demasiado dura, o la alcaldesa de Madrid se confiesa «poco feliz» y arrepentida de haber dado el salto a la vida pública. El caso de Carmena es especialmente interesante. La regidora ha cruzado una línea roja que nadie, ni dentro ni fuera de sus filas, se había atrevido a traspasar: confesar en un libro sus gustos sexuales. Un territorio en la antesala del Sálvame Deluxe, que los nuevos gurús de la política estarán explorando ya. Aquí los adversarios serán más fuertes: Bárbara Rey, Belén Esteban y Nacho Polo.

Televidentes y votanes

Mientras los equipos de campaña dicen perder la vida por que sus candidatos dignifiquen la política en debates plurales, sus verdaderos desvelos se centran en morder el mando. ¿Quién no intentaría servirse un trozo de la suculenta tarta de tres millones de espectadores que ven a Bertín todos los miércoles o llegar a la veterana audiencia de Campos? Truman creía ver vecinos donde realmente había espectadores; en el nuevo show de esta campaña, los candidatos confunden televidentes con votantes.

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