Manuel Marín

Reconciliación o cisma

Manuel Marín
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La tesitura en la que el PSOE debe decidir su futuro no dista mucho de ser una simple elección entre reconciliación o cisma, entre rehabilitación del socialismo democrático de siempre o radicalización extrema. Con técnicas de marketing semi-electoral, Susana Díaz ha optado por la reconciliación y la sutura de heridas como lema; Patxi López por la unidad como valor; y Sánchez… Sánchez sigue instalado en su resaca del Comité Federal del 1 de octubre, en el recordatorio de la abstención socialista que permitió investir a Rajoy como argumento de rencor, y en la promesa de un Gobierno «progresista» de la mano de Podemos para expulsar a la derecha del poder.

Son lemas de consumo interno y apuestas irreconciliables. A lo sumo, Patxi López navega en un éter compatible con todo modo de vida, consciente de que si se retira será para que «sus» militantes se sumen a Sánchez, y si se mantiene en la carrera aun a riesgo de perder será para facilitar la labor a Díaz dividiendo el hipotético voto sanchista.

Díaz sacudió ayer la campaña de las primarias con una demostración de fuerza inequívoca. Reunió a 6.000 personas de una tacada en Madrid, cuando de toda España apenas necesita 9.000 avales para presentar su candidatura. La simbología de su mensaje de reconciliación no pudo ser más efectista y efectiva. Rivales de antaño como González y Guerra, Rodríguez Zapatero y Bono, o Pérez Rubalcaba y Chacón, unidos por una misma causa, el PSOE «de siempre». La conclusión es nítida: los otros dos candidatos encarnan una doble impostura: la irrelevancia en el caso del ex lendakari, y la humillación en el caso de Sánchez por pretender convertir el PSOE en un sucedáneo de Podemos, pero sin coleta y sin amamantar bebés en el escaño.

Las purgas, como en Podemos, llegarán en el PSOE en cualquier caso gane quien gane porque la unidad en el futuro será sencillamente imposible. Solo falta calibrar la entidad real del cisma, pero diagnosticar la división es bastante sencillo.

La percepción sociológica y mediática de que hay un abismo entre las bases y la estructura orgánica del partido -secretarios generales y provinciales, alcaldes, concejales, cuadros medios o diputados regionales- no es del todo creíble. Es probable que aunque la pugna sea muy reñida, se esté sobredimensionando a Sánchez con un efecto simpatía basado en esa identificación con la víctima propiciatoria tan humana y sensible. Sánchez fue víctima de una sucia sublevación de la que se culpa a Díaz. Eso tiene poca vuelta de hoja. Ahora bien, ¿el militante piensa en venganza o en futuro? Eso es lo que ha de resolver en conciencia.

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