Todo irá bien

El largo regreso a casa

El Gobierno no ve soluciones ni fáciles ni rápidas, sino que se mueve en la turbia ciénaga de lo menos malo

Pedro Sánchez, en Bruselas Reuters
Salvador Sostres

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El Gobierno entiende que la solución en Cataluña es muy a largo plazo y que probablemente se tarde entre diez y quince años en recuperar la plena normalidad institucional. En el todavía breve tiempo que Pedro Sánchez lleva en el poder ha pasado de intentar confiar en Esquerra y gobernar con su apoyo a asumir que el partido de Junqueras está demasiado sometido a los rigores de su guerra fratricida con Puigdemont , como para poder mantener una estrategia sólida y un rumbo estable. Dirigentes republicanos lo admiten con resignación en privado.

Sánchez no pretende ahora establecer un cordón sanitario contra los independentistas pero ha aprendido que no puede apoyarse en ellos. Por el ensayo/error, y por las lecciones que siempre da la realidad, ha llegado más o menos a las mismas conclusiones a las que el presidente Rajoy llegó por instinto y convicción, aunque su modo de llevarlas a cabo intentará ser menos taxativa. Sánchez ve como un primer paso en la correcta dirección que en Cataluña se hable más de democracia, de justicia, de libertad de los presos o de indulto que de referéndum de independencia . También considera un avance, aunque aún muy frágil, que los interlocutores hayan cambiado: y que si los vencedores de las elecciones del 21-D fueron Ciudadanos y Puigdemont, ahora los dos ejes emergentes, y ya bastante consolidados, son Esquerra y el PSC . De una lectura más detenida del momento extrae el hecho de que hay una evidente desconexión entre las bases independentistas, aún firmes en su ilusión de separarse de España, y sus representantes políticos, que se han quedado sin sus líderes originales -encarcelados o fugados-, sin hoja de ruta y hasta sin un proyecto político definido y comprensible; con el caso concreto de Puigdemont, que ve cómo lenta pero inexorablemente su llama se va extinguiendo en la distancia.

Sobre el indulto a los líderes independentistas procesados, la estrategia del Gobierno ha sido menos accidental y casual de lo que a simple vista puede parecer. Con sólo mencionar la idea de un posible indulto, el debate sobre la futura sentencia del juicio se ha convertido en totalmente otro, y la excitación se ha rebajado al entender todo el mundo que lo que decida el Supremo puede tener su partido de vuelta en un posible perdón político. Sánchez no tiene tomada ninguna decisión al respecto pero en cualquier caso piensa que tal medida de gracia, si es que de algún modo puede realizarse, tendría que ser como colofón de una restitución de la lealtad institucional que en estos momentos choca frontalmente con el «lo volveremos a hacer» de la mayoría de los procesados.

Sobre los nuevos interlocutores de la política catalana, el PSC y Esquerra, aunque no hay establecido un clima de confianza política, existe una relación fluida y positiva. El Gobierno espera que las elecciones autonómicas que tarde o temprano (entre el otoño y la Semana Santa) tendrán lugar en Cataluña cuando se haga pública la sentencia del Supremo, reordenarán el espacio independentista, con interlocutores nuevos y un equilibrio de fuerzas distribuido de desigual manera. El legitimismo de Puigdemont, que ahora es el eje sobre el que pivota el independentismo , puede quedar atenuado por una victoria de Esquerra e incluso por la de Quim Torra , que se está rodeando de afines -de afines por oposición a Puigdemont-. Es poco conocido el hecho de que hace algunas semanas cesó a su principal asesor en política internacional, Àlex Sarri, con el explícito motivo de que le había estado llevando la campaña europea al forajido.

Todo está desordenado y es incierto e incómodo. El Gobierno no ve soluciones ni fáciles, ni rápidas, ni siquiera buenas soluciones, sino que se mueve en la turbia y dudosa ciénaga de lo menos malo. Que Sánchez no hable a diario del artículo 155 no significa que no contemple su aplicación si vuelve el independentismo al escenario de lo que el presidente Rajoy bautizó como «no nos obliguen a hacer lo que queremos hacer»; y que algunas de sus personas de confianza, como Miquel Iceta , hayan dejado estratégicamente caer la idea del indulto, siempre en foros menores y en conversaciones informales, no significa que tenga decidido concederlo ni que vaya a asumir el tremendo desgaste que le comportaría si no es a cambio de un verdadero cambio de paradigma en la institucionalidad catalana. Mientras tanto, Sánchez y su Gobierno esperan contar con la colaboración y la lealtad del Partido Popular y Ciudadanos para poder llevar a cabo las políticas y demás actuaciones que se necesitan para que España -en todas sus concepciones, sobre todo las positivas- vuelva a existir en Cataluña. España, moralmente; y concreta y materialmente el Estado, que ha dejado de tener, desde hace mucho, demasiado tiempo, una presencia reconocible en mi tierra.

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