Una historia de amor

El auténtico problema de Podemos es asumir que convertirse en la mochila del PSOE lo ha desintegrado

Pablo Iglesias tras los resultados de las elecciones generales del 28 de abril Reuters
Manuel Marín

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La batalla cainita por el liderazgo de Podemos no es la única que libra Pablo Iglesias contra el cúmulo de voces –purgadas y no purgadas- que exigen su dimisión. Ni siquiera lo es aclarar cómo reinventarse para recuperar a un electorado disperso y desencantado, muy ideologizado y radical, pero coherente con su exigencia de ejemplaridad y coherencia pública. El aburguesamiento de Iglesias lo ha alejado definitivamente de cualquier «sorpasso» al PSOE, y lo acerca a medio plazo a la versión actualizada de aquella Izquierda Unida con un millón y medio de votos y una veintena de escaños a menudo irrelevantes.

El auténtico problema de Podemos para recuperar la pureza de marca, la credibilidad, la combatividad social, la pulsión callejera y el agit-prop como herramienta de trabajo, es asumir que convertirse sumisamente en la mochila del PSOE lo ha desintegrado. Su dilema contradictorio consiste en concluir que confundirse con el PSOE ha sido letal, que ser fagocitado por Pedro Sánchez ha desnaturalizado a Podemos, y que paradójicamente ser la palanca imprescindible para apuntalar Gobiernos de izquierda en España resulta destructivo para sus intereses. En 2016, frustrar la investidura de Sánchez fue negativo para Podemos porque después venció Rajoy. Pero en junio de 2018, investir a Sánchez ha resultado demoledor. El PSOE ha aprovechado los errores de Podemos con más inteligencia porque Iglesias se emborrachó de éxito y se bunkerizó.

En su alambicada crisis , la primera pregunta que Podemos debe hacerse es si continuar la historia de amor con Sánchez no supondrá a medio plazo la disolución definitiva de su proyecto. Sostener que bastaría con relevar a Iglesias porque se ha calcinado es un análisis insuficiente ya que un nuevo liderazgo en Podemos no garantiza su supervivencia. Menos aún, con Sánchez en La Moncloa y Podemos en modo claudicante. Nadie salvo Iglesias queda de la fotografía fundadora de Podemos. Todas sus marcas, mareas, círculos, confluencias y demás eufemismos justificativos de la eterna fractura en la izquierda se han ido desintegrando por una pugna de egos y la implacabilidad contra el disidente. Tampoco su paso por las instituciones les ha permitido consolidar una estructura política mínimamente estable, ni un entramado de lealtades endogámicas basadas en el favoritismo para garantizarse un sustrato social suficiente.

Iglesias ha amagado con vetar la investidura de Sánchez si no obtiene garantías para su propia supervivencia con Ministerios. Probablemente sea un farol. Seguro. Pero la duda es si Podemos acepta realmente esa subordinación. El dilema de este partido semiderruido no será tanto reforzar o finiquitar el liderazgo de Iglesias, como debatir si aquilatar al PSOE no acelerará su final.

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