Manifestación por la autonomía en Sevilla
Manifestación por la autonomía en Sevilla - ABC

Día de AndalucíaCuando los andaluces pidieron a Alfonso Guerra que «hablara en andaluz»

El 4 de diciembre de 1977 las capitales y pueblos de Andalucía se llenaron y sus ciudadanos tomaron, por primera vez, «conciencia nacional»

Madrid Actualizado: Guardar
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La Comunidad Autónoma de Andalucía se constituyó como tal el 28 de febrero de 1980 después de que los andaluces así lo votaran en referéndum, el primero y único de acceso a la autonomía en España. Pero el camino no fue fácil, ni para los políticos que debían presentar y representar a su pueblo ni para los ciudadanos que se lo solicitaban a pie de calle, muchas veces planteado más como jornadas reivindicativas festivas y de unión que como de enfrentamiento a las autoridades.

Fue el 4 de diciembre de 1977 cuando los andaluces tomaron «conciencia nacional» y, según se dice, cerca de dos millones de personas (de una población de seis por aquel entonces) protestaron en las calles de toda la comunidad.

En todas las capitales se leyó un comunicado conjunto por parte de parlamentarios andaluces al terminar las manifestaciones. El diputado por sevilla Alfonso Guerra fue el encargado de dirigirse a los sevillanos desde el balcón del Ayuntamiento de la capital, y pudo comprobar en primera persona «que los sentimientos colectivos tienen vida propia», según recoge Carlos Santos en su libro «333 historias de la Transición».

¡Habla en andaluz, habla en andaluz!, le gritan cuando, desde abajo, comprueban que empezaba a castellanizar el acento, al igual que habían empezado a oír en las voces de los locutores de radio, poniendo muchas eses y terminando los participios en «-ado».

Según Santos, fue desde ese momento cuando Guerra empezó a hablar «siempre con su acento original, sea cual sea la circunstancia y el lugar». En ABC de Sevilla se publicó el 6 de diciembre que «el señor Guerra declarara después que él no habla más que andaluz, porque no sabe hablar otra cosa». Cuenta Antonio Burgos que al entrar del balcón, dijo: «Anda, y decían que Andalucía no tenía conciencia de región». Comprendió que sus compatriotas necesitaban que sus políticos normalizaran sus costumbres y con ellas, su forma de hablar. Y comenzaron a escuchar la radio «en andaluz», pero también a Picasso a García Lorca o Falla, entre otros tantos.

La bandera andaluza ondea sobre Ronda
La bandera andaluza ondea sobre Ronda - ABC

En Sevilla, nadie recuerda haber visto nunca a tanta gente junta, «ni en Semana Santa». «La aparición de la enseña andaluza en el balcón fue saludada con un estruendoso clamor de los manifestantes. Y sonrisas, muchas sonrisas, hasta en los rostros oficiales de los policías municipales con sus lucidos uniformes de gala y emoción en todos», publicaban los diarios de la época. La población, recién salida de la dictadura, tuvo que aprender, entre otras cosas, a manifestarse. Son ellos mismos quienes se encargan de disolver a un grupo de falangistas que intentaba boicotear la protesta pacífica.

ABC de Sevilla escribió el mismo día: «Era tal el desmadre andalucista de los asistentes que ya no sabían dónde ponerse los colores regionales. Bufandas, brazaletes, pañuelos y lazos, eran portados orgullosamente (...). Había una pancarta portada por palestinos y firmada por Al-Fatah. La llevaban con orgullo. Y en ella podía leerse: “Palestina apoya la autonomía andaluza”. Pues vale. Por apoyo que no quede». Por aquel entonces, la bandera blanca y verde, la andaluza, no era más que «la bandera de Blas Infante». Y el 4 de diciembre, hasta que viniera el 28 de febrero de 3 años más tarde, «el día de Andalucía».

Pero en Málaga las cosas no fueron tan bien. Allí, la fiesta se volvió tragedia aquel 4 de diciembre. El presidente de la Diputación, Pancho Cabezas, se había negado a colgar en su palacio ninguna bandera que no fuera la española. Sus guardias tenían instrucciones de «bajar de los coches y pegar fuerte», y recompensas de dos días de permiso «para quienes traigan la porra rota». «Cargas, porrazos, botes de humo, balas de goma», relata Santos. Y una muerte: la de Manuel García Caparrós, de dieciocho años, por el disparo de un policía. El crimen, por el que no pagó nadie, fue el empujón que necesitaba ese sentimiento andaluz, que ya no tendría retorno en su carrera hacia el deseado Estatuto.

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