Vulnerabilidad económica europea y, sobre todo, española

El economista Carmelo Tajadura cree que los gobernantes europeos «han sido tímidos y menos contundentes de lo necesario» a la hora de acometer las reformas que necesitas las economías de los diferentes Estados

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La pasada semana, en una conferencia pronunciada en Madrid con ocasión del centenario de nuestra entrañable «La Comercial» de Deusto, el presidente del BCE alertaba de la vulnerabilidad de la economía europea cara al futuro. En esa intervención lamentaba la baja productividad actual en Europa y, entre otras actuaciones, demandaba que los gobiernos lleven a cabo las reformas estructurales necesarias para evitar futuros descensos del PIB per cápita en un marco de cambio demográfico.

Quizás influido por encontrarse en España, nos hizo una concesión elogiando las reformas llevadas a cabo en nuestro país en los últimos años, aun dejando claro que el crecimiento se había visto muy impulsado por factores externos, sobre todo la propia política monetaria del BCE y la caída de los precios del petróleo.

Sin embargo, creo que nuestros gobernantes han sido tímidos y menos contundentes de lo necesario en dichas reformas. Así, por ejemplo, la laboral no contempló el contrato único, fundamental para mejorar la formación, ni ha hecho gran cosa por el empleo juvenil; la reforma de las pensiones no pasó de ser un parche que requiere una nueva y evidente profundización; la reforma financiera, forzada por la UE, fue positiva pero el sector aún tiene deficiencias de saneamiento y estructura inestable; y, en fin, la reforma fiscal se limitó a una maniobra electoralista.

Quizás Draghi comparaba con su propio país de origen –Italia- pero nosotros no deberíamos hacerlo más que con los mejores. Y entonces queda claro que seguimos teniendo pendientes estas y otras reformas, que deberíamos abordar en aras a disminuir esa vulnerabilidad a que alude el presidente del BCE.

La particularidad de España

Pero, en el caso de España, somos vulnerables además por otro elemento absolutamente determinante. Se trata del enorme volumen de deuda, tanto pública como privada, que pende sobre nuestra economía. En el gráfico adjunto podemos observar que, aunque desde el principio de la crisis la deuda privada –tanto de empresas como de familias– se ha reducido apreciablemente, su descenso se ha compensado prácticamente con el aumento de la deuda pública. De manera que la deuda total actual bruta permanece relativamente constante y esos 2,7 billones de euros suponen más de 2,5 veces nuestro PIB anual. Otro dato igual de demoledor es el de la deuda neta (restando los activos sobre el exterior), que está en torno al 90% del PIB y es muy superior a la de otros países importantes, que atesoran muchos más activos exteriores y tienen así un saldo neto con el exterior más favorable que el nuestro

Esta deuda la estamos pudiendo soportar actualmente porque los tipos de interés están en mínimos y hay abundante liquidez en los mercados, pero no siempre nos encontraremos condiciones tan favorables.

El sector privado, al menos, evoluciona en la dirección correcta aunque le quede desapalancamiento por recorrer. Pero la evolución del endeudamiento público resulta imparable. Como decía el recordado David Taguas, la deuda pública es la bañera y el déficit público es el grifo que la alimenta. Pues bien, España parece incapaz de cerrar el grifo, ni siquiera en su componente primario (sin contar los intereses de la deuda) a pesar de estar atravesando años de crecimiento del PIB por encima del 3%.

En definitiva, además de estar expuestos a una eventual menor tasa de crecimiento a medio/largo plazo como la temida por Draghi, lo estamos también –y mucho, por nuestra alta deuda– a la elevación de tipos. Si a esto unimos que la ausencia de mayorías políticas dificulta que se aprueben las necesarias reformas (y que el consenso fomenta el gasto), habrá que concluir que, ciertamente, España es vulnerable, creo que más que la mayoría de nuestros socios europeos.

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