Serena Williams celebra un punto en la final de Roland Garros
Serena Williams celebra un punto en la final de Roland Garros - AFP
Roland Garros

El «show» de Serena

En un carrusel de emociones, la americana, con 2-0 en contra en el tercero, renace ante Safarova (6-3, 6-7 y 6-2) y conquista en París su vigésimo grande

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Al tiempo que se preparan los fotógrafos para cazar a la campeona, sucede algo paranormal en la Philippe Chatrier. Gana Serena Williams a Lucie Safarova por 6-3, 4-1 y 40-15, a un paso de su vigésimo Grand Slam, todo perfecto para ensalzar la carrera de una competidora única. Su estado, afectada por una gripe o por lo que quiera que fuera, le daba épica al triunfo, un espectáculo. Pero, de repente, todo cambió, un giro inesperado que enciende a Safarova y le permite creer en lo imposible. Con todo, se apunta el segundo set, tiene break de ventaja en el tercero y otra vez a reescribir la historia con el resurgir de Serena. Esta vez sí que no se detiene y alcanza en Roland Garros el vigésimo título de su carrera, especial por la cifra y por las circunstancias.

Cuesta explicar el desarrollo de un partido que tuvo varios capítulos. El primero, se narra antes de saltar a la arena. En las imágenes que se ofrecen por el circuito interno, Williams sigue con sus mareos, que deben ser tan bestias que hasta se tiene que parar cuando sube las escaleras rumbo a la central. Sigue siendo una incógnita su estado físico, castigada por una gripe que ya le torturó en las semifinales, pero nada ni nadie la detiene. Su puesta en escena es arrolladora.

Serena se entrenó por la mañana con manga larga y sin apenas moverse. Dicen desde su entorno que lleva días sin dormir por culpa de la tos, que tiene pérdidas de equilibrio y que se encuentra sin fuerzas, pero luego conecta servicios a más de 200 kilómetros por hora y dispara la estadística de ganadores. Un espectáculo en todos los sentidos, justificado el murmullo colectivo.

Porque en los descansos también le da carrete a la exageración, tan sentida la expresión de su rostro. Se coloca toallas en el cuello, cierra los ojos con indolencia y vuelve a la pista andando a ritmo de caracol. En cambio, cuando juega es rápida como un demonio y en media hora se apunta el primer set por 6-3 a una medida de tres golpes por punto. Sí, tiene prisa.

Ella sabe que tampoco necesita mucho más porque sus golpes son definitivos, por delante desde el primer momento. Safarova se ve desbordada por el escenario y no logra hacer nada de lo que había hecho hasta el momento. Nunca tiene el control de la boda y no consigue mover a Serena, que ni siquiera suda.

Para colmo, rompe en el primer juego del segundo set y la ventaja se antoja definitiva. De palo en palo, llega a ese 4-1 y 40-15, no le queda nada, pero le queda todo. No había tenido nunca molestias con su saque y lo pierde dos veces seguidas. Son los mejores instantes de Safarova, que se recompone y ofrece resistencia hasta el punto de ponerse 5-4 arriba. Bravo por ella.

Queda mucho que cortar porque el partido se ensucia, carrusel de roturas que deriva en un tie break. Y ahí la checa toma la delantera, 4-1 para ella ante la Williams más humana. Impecable en su actitud, la trece del mundo nivela las fuerzas y despega al hacer break al inicio del tercero. Nadie se lo explica.

Y ahí es cuando Serena se enciende, inquieta porque le ve las orejas al lobo y no quiere estar más en la pista. Amonestada por su repertorio de insultos, vuelve a dominar desde el fondo, enlaza seis juegos seguidos y, esta vez sí, sentencia la final con autoridad. Un «show» desde el principio hasta el final, el «show» de Serena.

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