El bar de Mou

Franco o galo

Al fútbol se gana por aciertos y se pierde por errores, es la doctrina Zidane

Ignacio Ruiz-Quintano

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Madrid llegó con el Barcelona el cántabro Setién dispuesto a hacer del Bernabéu una vega del Pas con su fútbol tuya-mía para lucias vacas que rumian mientras ven pasar el tren, que en este caso era el tren de la Liga, un tren, por cierto, que en quince años Sergio Ramos sólo ha cogido cuatro veces, lo cual querrá decir algo.

Se rumorea que, para intentar meterle mano al Madrid, Setién se las vio a solas con Guardiola, cuyo City salió del Bernabéu consagrado por la actuación de Kevin de Bruyne, el belga bueno de Gante (en contraposición al belga «malo» de Henao, que sería Eden Hazard, si miramos rendimiento). ¿Qué sucedió esa noche? Sucedió que De Bruyne colocó a Zidane en situación de hacer «un Solari», que es perder todas las competiciones de una sentada. Tirada la Copa y casi tirada la Champions (a los piperos les cabe el consuelo de que, a cambio de la Champions, han recuperado a Isco), quedaba jugarse la Liga ante Setién. ¡Setién! El City es un club sancionado con dos años de competición europea por gastarse ochocientos millones de euros en un montón de troncos que sólo han puesto patas arriba dos cosas: el «fair play» financiero de la UEFA y la Champions del Madrid, aunque Zidane no vio nada criticable en la noche del City, despachando la debacle, que es un galicismo, con una simple declaración de errores. Al fútbol se gana por aciertos y se pierde por errores, es la doctrina Zidane, el entrenador Pero Grullo, a quien la prensa le sigue la gracia, cuando la única gracia de la noche del City fue ver a los Mendy, uno por cada equipo y en el mismo puesto, en el campo, que recordaba la anécdota del periodista que cubría el Tour de Francia y que, al traducir como podía la hoja francesa, en el parte de retirados leía «Neant» un día y otro día, llegando a la conclusión de que los Neant eran varios hermanos que se habían conchabado para retirarse.

Zidane, en fin, es una criatura de la medina, pero civilmente resulta ser un francés que vota públicamente a Macron el Cruel, ese señor bajito que muele a palos a los franceses. ¿Francés… o galo?

En las crónicas de los partidos, Zidane es francés en un párrafo, y en el siguiente, galo, capricho que siempre me ha intrigado mucho. En el XVIII, el siglo francés por excelencia, los ilustrados (pedantes, para el vulgo) tuvieron el ingenioso racismo de identificar a los aristócratas con los herederos de los francos victoriosos, y a la chusma del Tercer Estado, con los lúseres galos. Así que en una misma crónica periodística la retórica logra el milagro de hacer a Zidane aristócrata o francés y galo o «sans-culotte».

La distinción no es baladí («baladí» es una palabra-fetiche del cronista contemporáneo) porque los francos vienen de Clodoveo, cuya forma moderna es Luis, amansador de galos. Si en vez de Zinedine, Zidane se llamara Luis, estaríamos ante un franco de libro. Los galos eran los pobladores más antiguos, a los que César maceró (o «macroneó») hasta conquistarlos, y una vez reducidos se vieron envueltos con burgundios, normandos y bretones. Sería maravilloso leer en una crónica «el entrenador burgundio» para referirse a Zidane. Y lo más ajustado a la historia sería, desde luego, que a Zidane se le llamara franco en la victoria, y en la derrota, galo.

Zidane es el Brandel de «¿Quién soy yo?», al que en su Segunda Venida parece haberle abandonado su Visitante Nocturno. Manolo Cano, apoderado de Curro Romero, tenía la impresión de que en España lo que falla es el habitante, y uno tiene la impresión de que lo que en el Madrid falla es el Visitante de Zidane, ése que de madrugada se le aparece para decirle haz esto o haz lo otro.

La esperanza es que la procesión no termina hasta que pasa el último cura. En el peor de los casos, a los futbolistas, que en la nueva cultura blanca son lo único importante, todavía les queda la Eurocopa y, en el caso del capitán, unos Juegos Olímpicos, si  el coronavirus no los impide.

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