Golf

La mejor española del circuito cuelga los palos

Pese a tener 34 años y contar con tres triunfos en el calendario americano, Beatriz Recari no puede más. Se dedicará a la pintura porque no se ve competitiva

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Consciente de que para triunfar en un mundo de hombres debía buscar unas estrategias similares a las de ellos, Beatriz Recari intentó convertirse en la profesional más completa posible desde el principio. Abrazó sus primeros palos a los once años y, pese a pertenecer a la generación más importante del golf femenino español (junto a Azahara Muñoz, María Hernández, Belén Mozo y Carlota Ciganda ) fue por libre en su carrera amateur salvo en algunos momentos puntuales en los que formó parte de los equipos nacionales. Ahora cuelga los palos. Fue campeona continental en 2004 y formó parte de la selección junior de la Solheim Cup un curso después. Se hizo profesional en ese 2005 y se enroló en el Circuito Europeo, donde ganó su primer torneo en Finlandia en 2009. Y como se vio con buen nivel, intentó su sueño desde pequeña: dar el salto a Estados Unidos.

Amparada en una fuerza de voluntad prodigiosa, buscó su tarjeta en la escuela de 2010 y en apenas diez meses logró su primer triunfo al otro lado del Atlántico. Habían pasado dieciséis años desde que Marta Figueras-Dotti abriera el camino para las españolas con su título en Hawái y la pamplonesa no tardaría tanto tiempo en sumar más trofeos. De hecho, siguió mejorando en las tablas, tanto americana como mundial, y en 2013 vivió su año dorado: ganó otros dos torneos, la Solheim Cup para Europa y alcanzó el número 17 universal.

Parecía que el golf no tenía secretos para ella. Se entrenaba como la que más, era poderosa de juego y mente y tenía una vida dedicada a su deporte. De hecho, tanta fortaleza hizo que la calificaran como la mujer de hierro del Tour, ya que llegó a encadenar 29 torneos seguidos sin fallar el corte. Navarra de pura sangre, siguió la estela familiar sin inmutarse. «Mi abuela y mi madre eran personas duras y yo no iba a ser menos», declaró acerca del lugar de donde sacaba fuerzas para afrontar la dureza de una temporada repleta de viajes y dificultades. También le ayudó verse acompañada en el día a día por su novio Andreas Thorp, que le asistía como ‘caddy’ cada semana. Pero la felicidad no es eterna y en las siguientes campañas empezó a sentir que su estrella se apagaba.

Duros años de sequía

Muy a su pesar, los éxitos de sus primeros momentos en el LPGA no volvieron a llegar. Vivió un efímero momento de gloria en 2014 al lograr la International Crown para España junto a Muñoz, Mozo y Ciganda, en lo que fue su mayor contribución al deporte colectivo nacional, pese a no ser una golfista dada a hacer piña con sus compañeras. Su excesivo individualismo nunca le ayudó en ese sentido.

En cualquier caso, a partir de ahí empezó su calvario. Una sucesión de lesiones y pobres resultados acabaron por desembocar en una fractura de tibia en 2020 que le llevó a pasar tres veces por el quirófano. Pese a sus tratamientos con plasma enriquecido en Vitoria , que le permitieron volver a jugar a golf, ya nunca recuperó sus condiciones de antaño. La pandemia tampoco le ayudó a alcanzar el ritmo deseado de competición y ahora, con 34 años, se ha visto fuera de lugar. «En este tiempo fuera de los campos he podido experimentar otras cosas y también apreciar lo que he hecho. Cuando estás en esta burbuja una temporada tras otra, cada año con más torneos y la competencia mayor, es difícil ver algo más allá. Esta baja prolongada me ha dado la oportunidad de valorar otras cosas que quiero explorar, y, simplemente, tener tiempo para hacerlas. Supongo que mis prioridades han cambiado», indicó.

Ya no se ve competitiva y, así, es difícil motivarse . «Siempre me ha gustado darlo todo y cualquier cosa que he hecho en mi vida siempre ha sido al 100 %. Y si no va a ser así, es hora de apartarme y disfrutar de todas las cosas de la vida. Incluso cuando obtuve el visto bueno para practicar y volver a jugar después de mi lesión, era obvio que el tiempo había pasado. La pasión se había desvanecido y no tenía el impulso para levantarme y trabajar en mi juego». El futuro, lejos de agobiarla, lo ve con optimismo. «Siempre pensé que cuando quisiera retirarme del golf, lo sentiría. Este deporte ha sido una parte muy importante en mi vida y agradezco haber podido despedirme compitiendo al más alto nivel. En estos meses me he reinventado, he tocado el piano y me he centrado en la pintura. Eso es lo que me llena ahora», declaró en una emotiva rueda de prensa previa al torneo de Boca Ratón, en el que por su falta de forma no pasó el corte. Esto no empaña su espectacular carrera, trufada de 218 torneos jugados en el LPGATour, con tres torneos individuales y uno por equipos en su vitrina, que la convierten en la española más laureada en EE.UU.

Retiradas prematuras

En la eterna comparación entre el golf profesional masculino y el femenino, siempre entra en juego la menor duración de las carreras de las segundas. Precisamente en la treintena, cuando sus compañeros empiezan a madurar y a lograr su mejor nivel competitivo, ellas suelen retirarse para pensar en la maternidad. Y aunque muchas regresan con un buen plan de conciliación familiar que promueve el propio circuito, las dos números uno más importantes de la historia, Annika Soresntam y Lorena Ochoa , lo dejaron de plano. La sueca lo hizo a los 38, aunque el curso pasado regresó para participar en el circuito de veteranas; por lo que respecta a la mexicana, se apartó con 28, en plena juventud. Lo curioso es que ambas abandonaron cuando estaban en lo más alto, anteponiendo su familia a su carrera. Un síntoma de gran personalidad.

Un caso diferente es el que anunció la neozelandesa Lydia Ko, que alcanzó la cima universal a los 17 y ahora, siete después, está bastante quemada de la ajetreada vida que lleva. Sus planes pasan por dejarlo antes de llegar a los treinta a causa de las excesivas expectativas que soporta. Después de lo desvelado por Simone Biles en los Juegos de Tokio, no es de extrañar que la presión mental que sufren estas deportistas pueda dañarlas más que el propio estrés competitivo.

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