El Juli, López Simón y José Garrido, junto al mayoral de Daniel Ruiz, salen a hombros en la plaza de Albacete
El Juli, López Simón y José Garrido, junto al mayoral de Daniel Ruiz, salen a hombros en la plaza de Albacete - EFE

Explosión de toreo en tarde de heroicidad y maestría

Un profundo Juli indulta un toro y sale a hombros con López Simón, que reaparecía, y Garrido

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Toreo en tiempos de guerra. El capitán general rivalizaba con dos sargentos de hierro que persiguen la unidad de élite de la Fiesta. El cornadón de Perera dejó a El Juli a solas con su destino, y en su destino apareció la gran revelación de la temporada, Alberto López Simón, y otro que pide sitio con fuerza, José Garrido. Ni ha habido ni habrá cartel semejante esta temporada, con una máxima figura midiéndose con dos perros de presa con la yerba en la boca. A las seis en punto estallaba la batalla, una auténtica explosión de toreo. El Juli dio una lección de maestro e indultó el cuarto toro de la desigual corrida de Daniel Ruiz y salió a hombros con López Simón, que reaparecía, y José Garrido.

Cuando se abrió el protón de cuadrillas, las miradas se dirigían al reaparecido. En el mismo escenario donde cayó herido justo hace una semana, volvió a hacer el paseíllo con docenas de grapas sobre la herida fresca del muslo derecho. Y por poco no acaba con el otro partido, porque desde que sale con la pálida dama, López Simón ejecuta cada acción como si fuese la última: juega a darlo todo, a muerte, juega para ganar. Pero su estrategia no es la de un simple ganador sino la de un hombre que quiere ascender a la cumbre, aunque sea borrascosa...

La emoción brotó desde los lances a pies juntos, con una buena media. Brindó la faena al hombre que le operó, el doctor Masagosa. Cuatro muletazos sin mover ni las pestañas llevaban el sello de la verdad. Y con ese tatuaje encadenó tandas de cinco derechazos en un palmo de terreno. Milimétricos los cambios de mano, lentos los de pecho; quietud desde el emotivo embroque hasta el final pisando el sitio. Cuando cogió la zurda, «Rebujito» lo prendió y lo zarandeó. Otra vez la cara del horror en los tendidos contemplaba el rostro pálido de Simón, así a secas. Un boquete en la taleguilla izquierda presuponía la herida, que por fortuna no fue... Se repuso y volvió a la carga. Arrastraba la pierna, blanco como la nácar, y ahí dejo otra aplomada ronda diestra. La fulminante estocada se cayó y a eso debió de agarrarse el presidente, que pegó un petardo de insensibilidad y nefasta afición al negarle la segunda oreja. La bronca se oyó en Barajas. Después de dos apoteósicas vueltas al ruedo, el torero se marchó a la enfermería pero dio cuenta del quinto. Hombría en cuerpo y alma, mientras cojeaba ostensiblemente. Le arrancó la oreja que le abría la puerta grande.

Después de ver cómo los noveles triunfaban y tras vérselas antes de la merienda con un peligroso primero que embestía a oleadas, El Juli impuso su mando en plaza y dio una lección de auténtica maestría. Borrachera de toreo con el mejor ejemplar desde las ralentizadas verónicas, con dos medias espléndidas y un quite por personales lopecinas. Traía «Cortesano», herrado con el número 100, otro aire y otras hechuras. No quiso picarlo mucho, brindó al público y en el platillo tiró por un palo al que no acostumbra, los pases cambiados. Un trío inmóvil se marcó engarzado a un dúo pectoral de hondura. Profundísima fue la obra, con una muleta que lamía la arena dos palmos.

Todo lo quería por abajo este ejemplar, y por abajo lo hizo un Juli de temple y poderío. Bárbaros los derechazos, girando como un compás en el espacio que se baila un chotis, pero más resplandecerían aún las series de naturales de seis o siete, ligado todo. El torero, cada vez más roto, con su alma al desnudo; la plaza rebosante, puesta en pie y convertida en un manicomio. De todo hizo, dueño de cada embestida: molinetes, circulares invertidos cuando el estupendo toro hizo un guiño a los chiqueros... Cuando se dirigió a por la espada, el público pidió el indulto. No se hizo de rogar el usía esta vez y asomó el pañuelo naranja. Soñando y toreando, a ritmo de molinetes y ayudados gallistas, se llevó El Juli a «Cortesano» por la vereda de la vida... La vuelta al campo bravo. Y las dos orejas y rabo simbólicos para el maestro.

Garrido, el más nuevo pero con enorme proyección, sacó toda su munición desde el saludo al tercero con un farol de rodillas y unas acompasadas verónicas. ¡Qué bonito torea con el capote el pacense! La media del quite por chicuelinas fue como los ángeles sueñan. De hinojos se plantó en el prólogo por trebolina para hilvanar vibrantísimos muletazos. Se movía el torete con cero clase y poniéndole los pitones en la hombrera. Meritorio por el izquierdo, regresó a la derecha con el toro revolviéndose presto. Valentísimo y arrojado siempre el extremeño, con notables muletazos. Manoletinas ceñidas de postre y una oreja. Otra se ganó en el cambiante sexto -con viajes más educaditos y otros muy informales-, al que recetó un estoconazo de premio y con el que volvió a veroniquear con mucho gusto. Prologó con estatuarios su sincera y más que prometedora faena: apuntó y disparó. ¡Menuda gran tarde! Un final de feria de antología. La grandeza del toreo con el maestro y los discípulos por la puerta grande.

Ver los comentarios