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Puerta grande para El Fandi en un festejo entretenido

Buen encierro de Salvador Domecq con el que Padilla corta una oreja y Rivera se va de vacío

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El público, alegre, festivo y jovial, que casi cubría en sus tres cuartos los tendidos de la nocturna solanera, marcó con su habitual actitud benévola el transcurrir del festejo. Y si no lo convirtió también en el consabido reguero de trofeos fue tan sólo por el reiterado fallo con los aceros de los diestros actuantes y por la inesperada cicatería presidencial al denegar el segundo trofeo a Padilla. Circunstancia que le costaría una bronca monumental por parte del respetable.

Corto viaje presentó el serio ejemplar que abría festejo, condición que no permitió a Padilla el esbozo de la verónica con la deseada largura y el debido relajo. Apretó el bravo burel en varas, donde recibió un largo puyazo, y fue pronto y noble en banderillas, cualidades que fueron aprovechadas por el jerezano para prender tres variados pares con precisión en y pulcritud en la ejecución de las suertes.

Llegó el astado a último tercio con fijeza y repetición en su encendida embestida, ante la que Padilla plantó cara a base de esforzadas tandas por ambos pitones, entre las que destacó una serie ligada y templada de largos naturales. El toro, noble pero exigente por su casta, demandaba profundidad en el trazo de los muletazos. Y en los momentos puntuales en que Padilla consiguió tocar la tecla de esta clave, la faena adquirió las cotas de mayor brillantez. Tras pinchazo y estocada escucharía palmas.

Recibió al cuarto con larga cambiada, rodillas en tierra, y veroniqueó a placer la muy humillada embestida de su oponente. Ejemplar que derrochó también expresa bravura en el caballo, al que empujó con saña hasta los medios. El aleteo luminoso de la capa de Padilla en un quite por faroles, constituyó garboso preámbulo a un tercio rehiletero verificado sin excesivas angosturas. El bravo animal, un bello burraco de boyante condición, llegó al tramo final de su lidia muy mermado ya de facultades, lo que no supuso óbice para que el diestro de Jerez realizara una entregada faena en la que no se advirtieron excesivos relieves pero que resultó muy del agrado del respetable. Por lo que, tras matar Juan José Padilla de un gran volapié, mostraría su estruendosa repulsa hacia la insólita decisión del usía de conceder sólo una oreja. Tantas tardes de magnánima y exagerada dadivosidad desde el palco para cortarlas en seco una noche. Claro, el público queda desconcertado.

Rivera Ordóñez, quien desde hace unos años se hace llamar con el seudónimo por el que fuera conocido su padre, “Paquirri”, se hizo presente en el ruedo para recibir a pies juntos al castaño de serio trapío que le cupo en suerte en primer lugar. Animal que recibió un durísimo castigo en varas y que llegaría con claudicante tracción al tercio de muerte. Postrero momento de su lidia en el que evidenció además que tampoco constituía un dechado de casta y de poder. Ejemplar al que el mayor de los Rivera planteó una faena cuantitativa, espesa y carente de estrecheces. Anodino trasteo que sería culminado con dos pinchazos y una estocada.

Fue el quinto un toro encastado que se quedó corto bajo el capote de Rivera y que recibiría también dos puyazos contundentes. Por lo que alcanzó el último tercio con las fuerzas y movilidad justas para permitir al espada pasarlo sin excesivos apuros con la franela. Los muletazos se sucedían en monótona profusión hasta que el burel, cansado ya de embestir y una vez agotado y exprimido su contenido de bravura, buscó con descaro la huida. Con un feo bajonazo puso rúbrica Rivera Ordóñez a una decepcionante actuación.

Desplegó El Fandi con ímpetu su luminosa variedad capotera al recibir a su primero con tres arrebatadas largas cambiadas, gallear con donosura por chicuelinas y quitar después por ceñidas tafalleras. Espectáculo que el granadino continuaría en banderillas, tercio que domina y ejecuta con primor, al prender tres pares reunidos y hacer las delicias del público, sobre todo con el tercero, verificado en la suerte del violín. Delirio que prosiguió cuando El Fandi inauguraba su trasteo de muleta con varios pases de hinojos bajo la concurrida solanera. A partir de ahí, sobrevino una sucesión excesiva de pases por ambos pitones, en los que se advirtió la bondadosa condición del astado y la escasa profundidad de las series dibujadas. Después de un pinchazo y una estocada recibiría el premio de una oreja. Mismo logro que el que consiguiera tras despachar al sexto toro de la noche, un bonito ejemplar colorado claro, casi salinero, que mantuvo las fuerzas, la raza y la movilidad justas para que El Fandi volviera a lucirse en lo que suele y domina: variedad capotera, precisión y espectacularidad rehiletera, entrega y pundonor en todo cuanto ejecuta.

Concluido el festejo, el granadino salía del coso aupado sobre los hombros de capitalistas mientras Padilla y Rivera lo hacían por sus propios pies. Y, aunque se vivieron momentos de verdadero lucimiento con capotes y banderillas, quedaba en el ambiente cierta sensación de que el buen encierro de Salvador Domecq se había ido al desolladero sin ser toreado en la plenitud que sus óptimas cualidades demandaban.

FICHA

TOROS: Se lidiaron seis ejemplares de Salvador Domecq, bien presentados, nobles y encastados. Primero y cuarto resultaron los más completos.

Juan José Padilla, de salmón y azabache: Palmas y oreja.

Rivera Ordóñez, de azul y oro: Silencio y silencio.

El Fandi, de grana y oro. Oreja y oreja.

Plaza de toros de El Puerto. Más de media plaza en noche calurosa.

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