Alejandro Talavante
Alejandro Talavante - abc

Talavante saborea el maní

Tarde sin triunfos en la Feria de Julio valenciana

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La Feria de Julio está a punto de cumplir 145 años. Era la más importante, aquí, más que la de Fallas, cuando la gente no tenía aire acondicionado, ni coche, ni apartamento en la playa... «No se puede parar el reloj», dice Harper Lee, la autora de «Matar un ruiseñor», en la novela que acaba de publicar. Al retrasarse una hora el comienzo de las corridas, acude más público pero se complica la tarea periodística. (Agradezco el esfuerzo de los compañeros de ABC).

En la prensa local, veo que los cambios políticos no sólo preocupan a los taurinos. Éstos son algunos titulares que leo: «Educación mira a Cataluña y empieza a primar el valenciano a costa del castellano...

El Consell permitirá a los centros no dar ninguna asignatura en castellano... Se quiere reabrir Canal Nou: todos los programas de producción propia serán en valenciano...”». ¿Les suena? Después de unos años, alguno se sorprenderá por el auge del nacionalismo...

La calidad de Finito es tan evidente como «irreconducible» es Mas (según Revilla) pero su empeño para mostrarla, mucho menor. El primero, justo de fuerzas, que va largo y noble, le deja estar a gusto: dibuja muletazos con naturalidad y gusto, «de cartel de toros», como antes se decía. La faena es intermitente porque el toro acaba rajándose. Mata sin confiarse y el aroma de buen toreo se diluye. Devuelto el cuarto, chico y flojo, el sobrero, más toro, sale suelto pero es manejable. Finito traza hermosos muletazos, con naturalidad, con clase, pero prolonga el trasteo y da el mitin con los aceros: suena el tercer aviso cuando cae el toro. ¡Qué gran torero ha podido ser!

El segundo pesa menos que tres novillos del día anterior, es protestado de salida. Morante lo tantea sin lograr estirarse. Le pegan mucho en varas, sin colocarlo en suerte: se cae y el enfado aumenta. Conserva el toro más genio que fuerza. Morante tarda en dominarlo, logra algún lento muletazo pero también sufre enganchones. Mata muy mal. En el quinto, que derriba, mece los brazos a la verónica, de salida. Lo ahorma por bajo, a dos manos, pero el toro se ha dejado fuerza y casta en el caballo, se para, no admite faena. Mata huyendo, con nocturnidad y cierta alevosía. Estas tardes de bronca también contribuyen a su leyenda.

El tercero, «Manisero», tiene buen son, le deja a Talavante manejar con ritmo el capote pero no sorprende oir que “el Manisero se va”. Saluda Trujillo. El toro trae más dulzura de la que cabe en un “cucuruchito de maní” y Talavante la saborea, primero de rodillas, pero toreando de verdad, no dejándolo pasar; de pie, liga naturales cadenciosos, un cambio de mano impecable, circulares... Una faena brillante y completa pero pierde las orejas por pinchar dos veces, antes de la estocada. El sexto se encela con el caballo y Miguel Ángel Muñoz es muy aplaudido. Lo recibe Talavante por alto, haciendo el poste. La faena es variada, vistosa, pero con enganchones. Suena el séptimo aviso de la tarde y da la vuelta al ruedo.

El arroz a banda, junto al mar, nos va a compensar de tantas decepciones taurinas y tantos disparates políticos.

POSTDATA. En un brillante artículo, se pregunta François Zumbiehl por el futuro de la Fiesta, no sólo amenazada por ciertos políticos: quizá hoy se torea mejor que nunca pero se ha perdido claramente sentido de la lidia y torería. Y señala otro dato fundamental: ahora, los toros «se dejan», «no transmiten» emoción. Antes esa expresión ni existía: era inconcebible que un toro bravo, fuerte, encastado, «no transmitiera» emoción. A eso hemos llegado. Y no veo síntomas de que vaya a cambiar.

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