Luciérnagas contra el horror
El campo de concentración de Terezin , en la República checa, fue el escenario en el que los nazis dispusieron la gran farsa que, ante los enviados de la Cruz Roja, transformó en un fingido paraíso lo que era en realidad un cruel infierno. Pero, paradójicamente, Terezin fue también una fuente de vida, de creatividad, de arte y, por tanto, de belleza. Y una de las historias nacidas en aquel atroz entorno ha inspirado a Amaranta Osorio e Itziar Pascual «Mi niña, niña mía», un paseo tan desolador como esperanzador, tan acariciador como hiriente, que Natalia Menéndez y sus magníficos cómplices - Elisa Sanz, Juanjo Llorens, Luis Miguel Cobo y Álvaro Luna - convierten en un espectáculo hermoso, dulce y emocionante. Imágenes, sonidos, luces y sombras perfuman el escenario delicadamente. Natalia Menéndez siembra la narración de pequeños detalles que añaden sensualidad a las palabras, la base de la función.
Igualmente emocionantes son las dos historias que componen la función: la de una actriz encerrada en Terezin durante la II Guerra Mundial y la de una entomóloga radicada en el París actual. Las dos avanzan -en el caso de la historia de nuestros días de una manera algo confusa- hasta entrecruzarse en las escenas finales, tejidas con un dramatismo que les falta a las más narrativas iniciales. Son éstas monólogos trenzados que nos muestran a dos mujeres luminosas -las luciérnagas son uno de los leit motiv de la función-, encarnadas por dos actrices, Goizalde Núñez y Ángela Cremonte , completamente entregadas, que se vacían emocional y físicamente -el espectáculo es muy exigente en este sentido-, y que dicen con afinación su comprometida partitura.
