Rafael Álvarez «El Brujo»
Rafael Álvarez «El Brujo» - ABC
crítica de teatro

«El asno de oro», de Rafael Álvarez «El Brujo»: metamorfosis

El espectáculo está basado en la novela de Lucio Apuleyo

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Se encuentra a gusto Rafael Álvarez «El Brujo» entre los clásicos, codeándose con santos (Juan el evangelista y el de la Cruz, Francisco de Asís) y grandes de la literatura (Homero, Shakespeare, Cervantes) o compitiendo en picardías con el Lazarillo. Se asoma ahora a una obra de Lucio Apuleyo, el campeón de los autores latinos del siglo II, un norteafricano de la Numidia cuya vida transcurrió aproximadamente entre los años 123 y 180, y que tuvo afición por los cultos mistéricos. Su obra «El asno de oro» puede definirse como novela, aunque ese género no existía entonces como tal. A la manera oriental, la historia principal contiene otras historias en un desarrollo que se va ramificando mientras avanza.

El Brujo utiliza fundamentalmente los libros I y II de los once que integran la obra, comenzando por las peripecias fantásticas de Aristómenes y Sócrates y desembocando en la historia de Lucio, joven a quien un hechizo mal realizado transforma en burro, aunque conserve su entendimiento y sentimientos humanos.

El intérprete consigue como por arte de magia la complicidad del público, rendido de antemano a la gracia de su arte y a su magisterio de narrador prodigioso capaz de enhebrar sin solución de continuidad las vueltas y revueltas de un texto latino y dar pellizcos satíricos a la actualidad.

«El asno de oro» es desde luego un espectáculo popular y que se sitúa en la tradición de la más jocunda oralidad teatral, pero no se queda en el humor más inmediato sino que abre puertas a los hilos del misterio y coloca a Lucio en el centro de un proceso de transformación física y espiritual, relatando un recorrido de la negrura inconsciente a la iluminación vinculado a antiguos ritos. Se nota que Álvarez ha investigado con rigor y aprovechamiento para preparar este espectáculo tan divertido como profundo. Así, bromea con frases en latín –«el público de esta noche tiene nivel», dice– y subraya la influencia del texto en el Shakespeare de «El sueño de una noche de verano», «El Quijote» cervantino y «La metamorfosis» kafkiana. Y todo sin apearse del tono humorístico.

Sobre un gran cuadrado rojo de tela se coloca el oficiante, embutido en un frac blanco a juego con los rizos de su melena «einsteniana». Acompañado por el percusionista Daniel Suárez «Sena», el saxo Kevin Robb y el teclista y violinista Javier Alejano, director musical del montaje, e iluminado de manera soberbia por Miguel Ángel Camacho, juega El Brujo con la procacidad desinhibida de Apuleyo cuando detalla los rifirrafes eróticos del humanísimo asno y una dama más burra en la cama que su oponente. Convoca en suma, una vez más, la llama doble de lo culto y lo popular en la línea de los grandes cómicos universales.

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