Crítica

Bailando nuestra historia

Jerez de la Frontera Actualizado: Guardar
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El Ballet Flamenco de Andalucía inicia una nueva andadura esta vez de la mano del onubense Rafael Estévez. El y Valeriano Paños siempre se han interesado por bucear en los archivos y en las bibliotecas porque son conscientes de que sólo sabiendo de dónde venimos podemos avanzar.

Y de vez en cuando hay que mirar al pasado, eso sí desde el siglo XXI, porque ni los guitarristas, cantaores o bailarines son los mismos que antaño, y tampoco tienen igual preparación, sino bien distinta, diría yo que hoy día mucho mejor por fortuna, aunque algunos se aferren con pertinaz cerrazón a que sólo vale la inspiración y no el trabajo y la técnica, además del arte.

«...Aquel Silverio» es la necesidad de expresarse del creador pero trabajado con mucha cabeza.

Esa combinación ha llevado a Estévez y Paños a crear una obra historicista, que recorre desde los inicios del flamenco, pasa por la hermosa visión de la danza española y la Escuela Bolera y desemboca en la figura de Silverio y su vida.

Rafael Estévez es Silverio, ora viste de picador, ora de militar, rememorando la vida del cantaor. Nos hace viajar por el café de Silverio, por sus andanzas americanas, por su regreso y así vamos recorriendo un hermoso mosaico musical repleto de palos como alegrías, polo, serranas, soleá apolá, jaleos, jabera, caña, seguiriyas, tanguillos..., Nos lleva a las cantiñas de Marchena o las cabales de Silverio... sevillanas y guaracha.

Todo ello en un baile vibrante, barroco, intenso (ya se sabe que el baile de Estévez-Paños es un huracán que no cesa), con sus magníficos momentos corales, una coreografía que llena siempre el espacio, y con solos espectaculares de ese inmenso bailarín que es Valeriano Paños, o unas alegrías de Cádiz cantadas por Alberto Sellés, que levantaron al Villamarta, de casta le viene...

Y atisbamos el baile de la Macarrona, ese braceo que luego magnífico Manuela Vargas, y un cuerpo de baile con una preparación asombrosa, que lo mismo saben ponerse unos palillos que hacer un zapateado.

Todo ello, además, en un ambiente del XIX, con tonos grises y sepia, con estampas que nos recordaban aquellas fotografías que los viajeros franceses sacaban a principios de siglo XX de los cafés cantantes o las ventas. La obra luce un vestuario ajeno a los volantes y los lunares, pero clásico en los hombres, creando una singular visión muy lejana del flamenco colorista.

Cantores y guitarristas forman parte del cuadro general, sin estar en ningún aparte, más aún cuando sólo hay guitarra y cante y nudillos sobre las mesas. Más clásico imposible.

Una obra que estrenada ayer, seguro que se ajusta en tiempo en pocos ensayos, pero que estoy segura va a formar parte de la historia del repertorio del Ballet Flamenco de Andalucía con firmeza. Una obra que deben conocer quienes aman en flamenco, para que puedan apreciar que detrás de una improvisada pataíta...hay mucho más.

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