Durante esta etapa, los expedicionarios tuvieron la oportunidad de avistar diferentes tipos de tortugas marinas
Durante esta etapa, los expedicionarios tuvieron la oportunidad de avistar diferentes tipos de tortugas marinas - RUTA BBVA

Ruta QuetzalMarcha nocturna en busca de tortugas

La segunda etapa de la ruta Quetzal esconde una reserva natural y un yacimiento arqueológico únicos en el mundo

México Actualizado: Guardar
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Cerca de la medianoche, después de un día repleto de actividades, los ruteros viajan hasta San Fernando. Allí comienzan una marcha de 14 kilómetros hasta Las Coloradas por una playa en la que las tortugas carey, caguama, laúd y blanca depositan sus huevos entre abril y octubre.

Para no molestar a estos animales, que todos esperan ver, los chicos se dividen en grupos que salen cada 15 minutos. Cada uno de ellos va acompañado por un guía de la Reserva de la Biosfera de Ría Lagartos, un ecosistema de una gran diversidad que ocupa una superficie de 60.348 hectáreas.

En él conviven 58 especies de mamíferos (como el mono araña, el jaguar, el ocelote o el oso hormiguero) con 335 especies de aves (entre las que destaca el flamenco rosa), 95 especies de anfibios y reptiles (incluyendo las tortugas marinas) y 71 especies de peces.

La marcha por la playa no es cómoda, sobre todo si se pisa arena blanda, pero comienza animada, a pesar de la gran humedad del ambiente. Solo cuatro chicos de cada grupo llevan las luces rojas de sus frontales encendidas, para no molestar a las tortugas que puedan estar desovando. Eso hace que las conversaciones se vean interrumpidas con cierta frecuencia por un «¿Quién eres? Es que no te veo la cara».

El grupo se mueve a buen paso, parando regularmente para hidratarse, reagruparse, y descansar brevemente. «Chicos, no os sentéis», recomiendan los monitores. Es la mejor manera de no perder el ritmo. En esas ocasiones, el guía aprovecha para comentar alguna curiosidad, como las huellas que dejan en la arena los diferentes tipos de tortuga marina.

A medida que pasa el tiempo, las conversaciones disminuyen y se impone el sonido del mar, que tienen tan cerca que por momentos moja las botas de los expedicionarios. Pesan las pocas horas de sueño, la madrugada y, sobre todo, el calor. Demasiado calor.

De vez en cuando llegan buenas noticias [...] Una tortuga blanca preciosa, enorme, que vuelve al mar después de desovar

De vez en cuando llegan buenas noticias por la radio que llevan los monitores. «Buenas noticias. El grupo 1 ha visto una tortuga», dice Alba, monitora del grupo 3. La moral sube de repente y aceleran el paso. Un rato después: «El grupo 2 está viendo otra». Y los chicos que capitanea Alba esperan que siga allí cuando ellos lleguen. Y está. Una tortuga blanca preciosa, enorme, que vuelve al mar después de desovar.

El grupo 3 la observa de cerca mientras recorre poco a poco los cerca de diez metros que la separan del agua. Incluso tienen la oportunidad de sacar algunas fotos. Aún con la emoción en el cuerpo, continúan la marcha. Su esfuerzo se ve recompensado con un avistamiento breve de otra tortuga blanca, pero el guía les pide que no se paren porque va a desovar y es muy importante que nadie la moleste.

El desánimo empieza calar en los chicos cuando parece que han recorrido menos de la mitad del camino. Ya son cerca de las dos de la mañana y se nota. Afortunadamente, una media hora después llegan al punto de encuentro. Esa noche los expedicionarios duermen en este santuario de las tortugas marinas, en la playa, bajo un cielo tan lleno de estrellas que parece irreal. Casi da pena dormirse. Pero tienen que aprovechar las tres horas que tienen.

Un yacimiento de 2.000 años de antigüedad

A las cinco y media de la mañana se toca diana. Poco antes de empezar la marcha, sale el sol. «Chicos, ya sabéis dónde está el este», dice Jesús Luna, jefe de campamento, por el walkie. Los siete kilómetros que quedan hasta el autobús se hacen especialmente largos. Hace demasiado calor, demasiada humedad y aún no han desayunado. Acaban todos la marcha con las camisetas empapadas, cansados. Los primeros que llegan aplauden a los que van más retrasados. Sobre las nueve de la mañana, parten de nuevo hacia el campamento de Río Lagartos. Prueba superada.

Pero la agenda no perdona. Tras refrescarse un poco y desayunar, visitan la zona arqueológica de Ek' Balam, que quiere decir «Jaguar negro». Este asentamiento data del 660 a.C. y estuvo ocupado hasta el 1600 d.C., aunque su época de mayor esplendor fue del 770 al 896 d.C. La ciudad se extendía unos 15 km2, pero los chicos visitan su área principal, de 1,5km2, en la que hay 52 construcciones, que se agrupan principalmente en las Plazas Norte y Sur.

Durante el recorrido, los expedicionarios tienen la oportunidad de apreciar restos de las tres murallas de cuatro metros que rodeaban el recinto y que servían como defensa y separación de clases sociales. Dentro de la última muralla estaban los reyes y su corte. Fuera, la gente común.

También se paran frente al arco maya, con sus cuatro puertas que representan los cuatro puntos cardinales, en cuyo interior hay dos piedras rectangulares (metates) que, aunque generalmente se usaban para moler maíz y cacao, en este caso se empleaban para realizar ofrendas y para purificar los pies antes de pisar suelo sagrado.

De ahí, al Palacio Oval, construcción multifuncional de 14 habitaciones que se usaba como centro sagrado y vivienda y que recibe su nombre (no es el original) por la forma de su parte posterior. A su lado se encuentran expuestos dos monolitos con jeroglíficos. El descifrado de los que hay en uno de ellos es lo que ha permitido conocer los misterios de esta ciudad maya.

El juego de la pelota es una de las partes más curiosa. En ese recinto, los jugadores tenían que pasar la pelota, que pesaba entre uno y tres kilos, por un aro. Para ello, podían golpearla con las caderas, las rodillas, los codos y los hombros, partes que se protegían con caparazones de tortugas y armadillos.

Y, por fin, la joya de la corona: la Acrópolis, una gran construcción de 160 metros de largo, 60 de ancho y 32 de altura con una escalinata imponente en su parte frontal que premia con unas vistas impresionantes de Ek' Balam. Viendo la alegría con la que los ruteros la suben, nadie diría que hace tan sólo unas horas estaban caminando por la playa…

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