Ópera

Elektra: La escucha iluminada

Más allá del argumento, está la contundencia de una partitura definitiva

MADRID Actualizado: Guardar
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Si algo predomina ante la audición de «Elektra» es el impacto emocional. Más allá de su argumento, de la calidad de sus formidables diálogos, está la contundencia de una partitura definitiva que se enreda sobre el drama como una segunda piel. Una vez más hay que recordar la opinión de Arnold Schoenberg, especialmente acertado al explicar cómo la música en el lied tiene que inducir al espectador el significado del texto, sin necesidad de que este se conozca. Tenerlo presente da valor a la sobresaliente interpretación que la Orquesta Nacional de España dirigida por David Afkham acaba de hacer de la ópera de Richard Strauss a partir de la versión orquestal reducida del propio compositor.

El espectador inquieto sabe dónde está y qué tiene entre manos.

Aun así, siempre será una guía escuchar la obra en versión de concierto mientras se apuntan detalles escénicos que también proporcionan visualidad al espectáculo. Ha sido importante la iluminación de Miguel Ruz, muy cuidada en la orquesta, y también la propuesta escénica de Rafael R. Villalobos, limitada a los gestos mínimos y al énfasis de la acción. Nada se explica, tampoco se comenta, salvo la presencia mímica de Agamenon por el bailarín Pedro Beyärdes que se superpone como una nueva capa al relato. Todo ello implica matices de consideración que se vuelven innecesarios en tanto el resultado acierta a representar la claustrofóbica resonancia de la obra.

En esta línea hay que entender la fortaleza del reparto y su virtudes. El brillo metálico y el desgarro expresivo en la voz de la singular Lise Lindstrom (Elektra) antes que su calidad dramática de fondo y caudal; la presencia grave y enorme de Manuela Uhl (Crisotemis) por encima de su proyección; la estupenda Anna Larsson (Clitemnestra) y la rotundidad de su propuesta, así como el énfasis de Robert Künzli (Egisto) y Andrew Foster-Williams (Orestes). Pero sobre todo la muy soberbia y tímbricamente brillante actuación de la ONE sostenida con pulso y dirección por Afkham.

De entre todos los juicios, sin duda, el más evidente es la revitalización del viejo ideal del arte musical: «emocionar y conmover al oyente».

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