Escena de «Don Giovanni»
Escena de «Don Giovanni» - Aix-en-Provence

La actualidad de «Don Giovanni», en Aix-en-Provence

Tras la producción firmada por Jean Meyer, con figurines y decorados de Cassandre y dirección musical de Hans Rosbaud, rodada durante veintidós años, se han visto otras cinco con matices muy reveladores

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En el Théâtre de l'Archevêché, en Aix-en-Provence, se ve estos días una exposición dedicada a las distintas producciones de «Don Giovanni» presentadas en el festival. El título sirvió para inaugurar la primera edición, en 1949, con una innovadora escenificación que, lejos del espacio románticamente trágico y monumental que imponía la tradición germánica, proponía acercarse a un teatro de carácter más popular propio de la «Commedia d'arte».

Tras la producción firmada por Jean Meyer, con figurines y decorados de Cassandre y dirección musical de Hans Rosbaud, rodada durante veintidós años, se han visto otras cinco con matices muy reveladores sobre la forma de entender la singularidad moral del protagonista en la ópera de Da Ponte y Mozart.

La continuidad tiene reflejo en la nueva propuesta estrenada en la edición de este año con dirección escénica de Jean-Francois Sivadier y musical de Jérémie Rhorer, responsables de una curiosa anfibología teatral.

Trabajo escénico

En lo que se refiere al trabajo escénico, el espacio está dominado por una gran plataforma central sobre la que es fácil adivinar la representación de la obra. Las bombillas de colores todavía apagadas, el vestuario modernamente desenfadado, varias mesas en derredor y la circulación de figurantes hace pensar en la celebración de una ceremonia. La inmediata muerte del comendador llevará el vestuario y la realización a una antigüedad de apariencia dieciochesca construida con ilusionismo teatral afín al sentido «buffo» original. El palacio del protagonista es apenas una cortina dorada, las desapariciones se resuelven con juegos de sábanas, buena parte de la iluminación sugiere la presencia de candilejas. En realidad, hay poco de novedoso en la idea y algo de tosquedad en la realización por la falta de definición de muchos personajes y trivialidad en el gesto.

Pero, sin duda, hay una intención. Ambigua y equidistante, pues en el plano moral entremezcla lo religioso y lo profano. La estatua del comendador se asemejará a los budas de Bāmiyān en Afganistan antes de que el espacio vacío en la pared del fondo se convierta en capilla de apariciones con su retahíla de velas. Sobre el muro se ha escrito previamente la palabra «Libertà» en un guiño de civil vindicación. La desnudez final del Don Giovanni recupera la iconografía más tópica de Jesucristo, si bien su epilepsia final es difícil de entender si no es por la aparición de un rayo justiciero que ponga sentido a su desalmada existencia. En definitiva: apenas cabe más moraleja que la cantada por todos al final de la obra: «la muerte del pecador siempre refleja su vida». La sensación es que la ambivalencia de los personajes y las múltiples lecturas que se pueden derivar del texto de partida han ahogado a Sivadier.

En ese espacio descomprometido y equívoco, toma especial relevancia la versión dirigida por el director musical Jérémie Rhorer creador del grupo instrumental Le Cercle de l'Harmonie. Con ellos llega el regusto a una sonoridad respetuosa como base de interpretación dominada por el cariño instrumental, el cuidado de los planos, la homogeneidad expresiva, la naturaleza atemperada del acento, y la justeza en la concertación: la bonhomía de un discurso complaciente.

La lentitud se hizo visible en muchas ocasiones, particularmente en el dúo «La ci darem la mano» y en el aria de Zerlina, «Batti, batti». En el primer caso ayudando al protagonista Philippe Sly quien anunció estar indispuesto y, en el segundo, facilitando el gusto sencillo de la soprano Julie Fuchs. Merece una mención particular Eleonora Burato por la sensatez al dibujar a Donna Anna, y Nahuel di Pierro, en otro extremo, por el retrato clemente y tenue de su Leporello. Los flecos son varios pero su actuación descafeinada puede servir de ejemplo prototípico para una producción que constata la dramática actualidad de una retórica en exceso tolerante.

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