Joan Margarit: «A los viejos que nacimos durante la guerra este país aún nos da miedo»

El poeta gana el premio Cervantes por su «honda trascendencia y lúcido lenguaje siempre innovador»

Joan Margarit, fotografiado ayer en Barcelona Pep Dalmau

Esta funcionalidad es sólo para registrados

La libertad, escribe Joan Margarit (Sanahuja, Lérida, 1938), «es una librería / ir indocumentado / las canciones prohibidas / una forma de amor, la libertad». La libertad, en fin, es llegar sin deudas ni peajes, sólo con versos y palabras, a la cita con Cervantes, sombra inalcanzable que, por segunda vez en menos de quince días, se ha cruzado en el camino del poeta catalán. Así, si el pasado 4 de noviembre ya se coló en la cámara acorazada de la sede del Instituto Cervantes para depositar parte de su legado y repetir a quien quisiera escucharle aquello de que es «un poeta catalán pero también castellano, ¡coño!», ayer hizo saltar la banca tomando el testigo de otra poeta, la uruguaya Ida Vitale, y llevándose nada menos que el premio Cervantes.

125.000 euros para una carrera de «honda trascendencia y lúcido lenguaje siempre innovador» y, sobre todo, para una obra bilingüe con la que Margarit ha venido alternando catalán y castellano a la hora de ofrecer consuelo en «los grandes momentos de pérdida». «Trabajo para consolar a gente solitaria, que somos todos. Con eso es con lo que me siento identificado. Y me siendo identificado en dos lenguas», destaca Margarit. Dos lenguas a las que llegó (o, mejor dicho, que le llegaron) de forma muy diferente, pero con las que ha acabado tejiendo vidas y poemas. «Tengo dos lenguas gracias a que el general Franco me metió una dentro a patadas. Pero la lengua es inocente, así que gracias a eso tengo dos lenguas: la materna, que es el catalán, y la que no pienso devolverle a aquel señor», recuerda el poeta al poco de anunciarse el galardón.

Y es que a Margarit la noticia le pilló con un plato de garbanzos en la mesa y el zumbido del móvil boicoteando cualquier intento de arrimar el tenedor a la boca, por lo que su editorial decidió organizarle una rueda de prensa para ver si así podía, por lo menos, terminar de comer en paz. «Soy inocente del retraso, son vuestros compañeros fotógrafos», justifica justo antes de tomar asiento, palparse por enésima vez el bolsillo interior en el que dormita el más reciente de sus poemas y lanzarse a hablar con vitalidad contagiosa de la vida y la poesía. ¿Y de política? Sí, también de política. Aunque con sordina. O con matices. Así, a diferencia de la vehemencia con la que se manifestaba hace una década, cuando convirtió su pregón de la Mercè en un marcado alegato soberanista, Margarit prefiere hoy no tocar según qué temas -«¡uy!, a mis 81 años no me hagas hablar de esto», dice cuando alguien menta el independentismo catalán- y celebra, aunque con cierta prevención, que se pueda entender este Cervantes poético y bilingüe como una llamada al diálogo y un puente social y cultural. «Si he podido colaborar a algo, prefiero que sea al diálogo antes que a una cuchillada, pero tengo la sensación de que no es mi competencia ni mi oficio. Nunca ha sido mi objetivo resolver nada de esto, lo que no quiere decir que sea indiferente», explica.

«Si he podido colaborar a algo, prefiero que sea al diálogo antes que a una cuchillada»

Joan Margarit

Poeta

Eso sí: cuando se le pregunta por su receta para solucionar las cosas, lo tiene claro: «diálogo y cultura». Y, visto lo visto, también algunas cosas más. «Las únicas revoluciones que creo que quedan pendientes en el mundo son dos: una de derechas, como en “Un mundo feliz”, de Huxley, con ese tipo de futurismos en los que hay una dictadura en la que todo el mundo ha de pasar por el aro; y la que a mí me salvaría, que sería coger todos los oficios y trabajos que se hacen con disfraz, sean jueces, militares y policías, y pasar todo el dinero que destinamos a esto a educación», detalla un Margarit que considera que es necesario «sustituir la represión, justificada o no, por la educación». ¿Su explicación? Tampoco ahí se anda con chiquitas: «A los viejos que nacimos durante la guerra este país aún nos da miedo».

Consuelo y salvación

Arquitecto de profesión y catedrático de Cálculo de Estructuras, considera Margarit que «por debajo de la poesía está la vida», por lo que para ser poeta, añade, lo más necesario, el kilómetro cero de la creación, no es otra cosa que la propia existencia. «Cuando uno pone un poco de su vida en algo es cuando empiezan a verse los matices», sostiene.

El objetivo, insiste, sigue siendo el consuelo. Siempre el consuelo. El mismo que el propio autor buscó con «Joana», descarnada crónica de los ochos meses de enfermedad terminal que tuvo que sufrir su hija antes de morir, y el que acabó encontrando también en brazos de, pongamos, Machado. «El misterio de un poema es que no hay uno solo; hay infinitos. No es nunca el mismo -ilustra-. Este poema de Machado, por ejemplo, a mí me consoló cuando tenía 18 años. Pero también me sirvió a los 25. Y a los 40. Y ahora me tengo 80 me sigue sirviendo. Por lo tanto, este poema de Machado ha servido no a una persona que se llama Joan Margarit, sino a diez o veinte Joan Margarit».

Y es que la poesía, insiste el autor de «Para tener casa hay que ganar la guerra», «es una de las herramientas más efectivas» a la hora de plantar cara a penas y tragedias. «Por muchas personas que ames y te amen, cuando tienes un problema grave hay un momento que lo acabas afrontando solo», explica. Es entonces cuando entra en juego la poesía. Y también la música. «Yo diría que muy poco más, ya que por una razón técnica puedes tener un libro de poemas en un bolsillo y un iPod en el otro. Las tienes a mano», relata.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación