Antony Beevor, durante la entrevista
Antony Beevor, durante la entrevista - jaime garcía

Antony Beevor: «El horror de la guerra fascina, necesitamos entender por qué»

El historiador británico relata con un detalle hasta ahora desconocido la dureza de la última ofensiva alemana

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Antony Beevor (1946) llega a Madrid con una tendinitis en el codo después de firmar más de 20.000 ejemplares de su último libro en las últimas semanas. España es tan solo uno de los países de la gira para el lanzamiento de «Ardenas 1944. La última apuesta de Hitler» (Crítica). Fiel a su estilo, introduce al lector en la última ofensiva alemana del frente occidental, un par de meses antes del «Hundimiento». Las durísimas condiciones del combate en el bosque helado aparecen reflejadas con todo detalle por el testimonio de los combatientes. Como ya hizo en «Stalingrado», «Berlín», o «El día D», ha logrado una documentación excepcional: cintas inéditas con grabaciones secretas de las conversaciones entre los generales alemanes detenidos y diarios de los viejos combatientes aparecidos en los últimos 15 años, entre otras cosas.

—¿Cree que Hitler podría haber cambiado realmente el curso de la guerra con la ofensiva o era tarde?

—Incluso los generales de Hitler pensaron que el plan no funcionaría nunca. Estaban aterrorizados cuando anunció el plan. El general Guderian, al mando del frente oriental, sabía perfectamente que, en cuanto el suelo se congelase y soportase el peso de los carros, Stalin lanzaría su gran ofensiva de invierno. Incluso si los alemanes hubiesen conseguido atravesar las líneas y el río Mosa, incluso si hubieran llegado a Amberes, cosa que es impensable, no tenían ni las tropas ni las municiones ni el combustible para mantener el pasillo abierto. Fue una última apuesta. Si Hitler fuera un jugador compulsivo, en su subconsciente había un deseo tan extraño de perder como de ganar, aunque esto es una elucubración psicológica, algo fuera de la labor del historiador.

—Era un movimiento desesperado. ¿Qué piensa entonces del libro de Bergström?

—No lo he leído. La tesis de que la ofensiva podría haber funcionado es ridícula. Todos los generales se dieron cuenta. Ocurre que, debido al complot de julio de 1944 y el atentado fracasado, tenía un poder absoluto sobre ellos y no se atrevieron a negarse.

—Al otro lado del frente están las rencillas entre los generales aliados. Su libro es especialmente duro con Montgomery (por no haber asegurado el puerto de Amberes, lo que retrasó el avance aliado y costó 15.000 vidas) y Bradley (dejó mal defendidas las Ardenas)

—Sin duda, es el peor periodo de Bradley. Creo que reaccionó como lo hizo por su odio hacia Montgomery y porque se sentía avergonzado porque le habían pillado desprevenido con solo 4 divisiones defendiendo las Ardenas. Considerando el hecho de que esa ya había sido la ruta del ataque para los alemanes en 1870, 1914 y 1940, fue demasiado optimista y torpe dejar el lugar tan desprotegido. También pone en evidencia el gran error de inteligencia.

—¿Que le ha aportado el libro, qué nuevos materiales aporta?

—Después de «Stalingrado» siempre quise hacer el equivalente en el frente occidental. Pero es extraordinaria la cantidad de materiales nuevos que hemos conocido en los últimos 10 ó 15 años. Por ejemplo, las grabaciones secretas de conversaciones de los generales alemanes grabadas en los campos de detención británicos y transcritas por judíos alemanes.

—Esa es una gran historia.

—Es extraordinaria, y merecería un libro aparte. Pero también han ido muriendo veteranos y se han ido conociendo sus diarios. Por último, he de decir que en los archivos americanos había mucho material disponible que los historiadores estadounidenses nunca emplearon por la sencilla razón de que no era favorable para la reputación norteamericana.

—Entonces siguen escribiendo la historia los vencedores.

—Bueno, la gran excepción siempre ha sido la Guerra Civil española, que es cuando los perdedores escribieron la historia. Pero, en realidad, creo que fue porque tenían mejores escritores. Es el único ejemplo que se me ocurre.

—¿Y la II Guerra Mundial?

—Es cierto que los ganadores escribieron la historia, pero habría que decir que los alemanes podrían haber escrito su parte. Curiosamente, los historiadores alemanes han estado siempre más obsesionados con los crímenes nazis en el frente oriental, por lo que la bibliografía dedicada al frente occidental fue siempre bastante escasa.

—¿Cuál fue el mayor error aliado?

—Vivían un momento de euforia y triunfalismo. Pensaban que la guerra había terminado, el error fatal de creer que la historia se repite. Pensaban que era como agosto de 1918, con el ejército alemán desintegrándose. Y olvidaron lo eficaz que podía ser a la hora de recuperarse de un desastre.

—Es una de las batallas más brutales de la historia. Hitler programa una ola de terror, se mata a los prisioneros americanos en Malmédy, hay represalias contra civiles y asesinatos de prisioneros alemanes. ¿Medimos del mismo modo unos crímenes y otros?

—Es una buena pregunta. Es demasiado fácil generalizar y condenarlo todo. La matanza de prisioneros sucede en todas las guerras. En la II Guerra Mundial es por conveniencia, no hay tropas para custodiar prisioneros hasta la retaguardia. A menudo era más fácil matarlos. Y se mataba mucho a los enemigos heridos porque los hospitales estaban ya llenos y era demasiado follón. ¿Quién les lleva de vuelta? Pero no era universal. Sobrevivir en la guerra es una ruleta. La matanza de Malmédy fue parte de la orden de Hitler de crear esa oleada de terror. Y los americanos también cometieron represalias, a menudo para vengar la muerte de algún amigo. Después de Malmedy, tropas que no eran de primera línea empezaron a matar prisioneros alemanes. Como cuenta William Wharton, se veían como patriotas vengadores.

—¿Los aliados tenían más presión para evitar víctimas?

—Fue llamativo comprobar que los británicos y americanos habían matado a más franceses que la Luftwaffe. Me hizo pensar en que la presión en los generales aliados para reducir sus pérdidas se traduce en que utilizan más artillería y bombas que matan a más civiles, lo cual es una paradoja terrible. Algo que vemos aún hoy en día en los ejércitos de democracias como las nuestras.

—¿Que aportan al relato los famosos: Hemingway, J. D. Salinger, M. Dietrich, K. Vonnegut? Se suman a las historias anónimas que han marcado su estilo y llegan al corazón de los lectores...

—Sí que es agradable hallarlos como viejos amigos en medio del relato, pero además aportan visiones muy útiles. En Hemingway la guerra siempre es un tema interesante. Estoy especialmente intrigado por sus reflexiones en el bosque de Hürtgen sobre los límites de la valentía. Es importante señalar que hoy no podemos juzgar moralmente aquella situación ni mucho menos los colapsos psicológicos que sufrían los soldados en aquellas condiciones. No podemos imaginar aquel reclutamiento masivo que llevaba a primera línea a hombres que no eran ni física ni psíquicamente aptos para la lucha. Se les forzaba a ponerse un uniforme y a hacer cosas terribles. El sistema de reclutamiento era terrible en su falta de imaginación.

—Después de tantos años investigando esta guerra llena de horror, ¿lo vive como una contradicción?

—No hay ninguna contradicción, pero sí es una pregunta interesante. Los horrores de la guerra nos fascinan. Necesitamos entender por qué. Entender la peor cara del comportamiento humano porque llega a sacar lo mejor de los seres humanos. Uno está desesperado, deseando encontrar cosas buenas, buscando un equilibrio y, obviamente, no existe equilibrio, hay mucho más horror que momentos de generosidad. Cuando aparecen, sobre todo en este libro, como la generosidad de los civiles atrapados en esta durísima batalla, que hospedaron a refugiados, compartían alimentos, daban sopa o café a los soldados, impresionan. No puedo dejar de preguntarme si los británicos habríamos sido iguales en una situación similar –enarca las cejas– siendo ocupados.

—¿El interés se ha renovado?

—La fascinación central por la II Guerra Mundial estriba en el hecho de que nunca en toda la historia se plantearon elecciones morales de tal calibre, y ese es el corazón del drama humano que aún nos fascina. En 1995, cuando investigaba «Staligrado» en Moscú, salieron un montón de libros por los 50 años de la guerra y todos fracasaron. Pensé que era el final. Pero cambió la expectativa orientada más al destino del individuo que a la historia colectiva. Todos nos preguntamos cómo habría sido nuestra resistencia.

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