CINCO MINUTOS DE GLORIA

La trastienda de los escritores: una observación entre bambalinas

Los autores, más allá de sus obras, tienen en su haber anécdotas buenas, malas y regulares. Menos mal

Ida Vitale en el reciente Hay Festival de Cartagena de Indias Daniel Mordzinski

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A los escritores hay que leerlos, claro (obvio), pero también conocerlos en su propia salsa, como personas o personajes de carne y hueso tienen su miga. Un señor o una señora que suda hasta empapar (y oler) la camisa o que olvida las gafas en el hotel y, como el rompetechos del tebeo, no ve más allá de sus narices, incapaz de distinguir si tiene delante a Paolo Giordano o a Javier Cercas (como si se parecieran en algo) para conversar sobre un escenario ante un nutrido auditorio de lectores expectantes o que aterriza en pleno Caribe con una maleta más acorde con la climatología invernal, ni bermudas ni chanclas que «calzarse» como torpe aliño indumentario hasta que alguien tenga la misericordia de prestarle algún trapito. Un horror de los horrores en el que se ríe hasta el apuntador. No confío en llevar la mitomanía literaria hasta los límites de lo estelar, de lo galáctico, por mucho que haya fervientes defensores de la tesis de que cuanto menos se sepa de sus andanzas mejor para así evitar decepciones, que se baje el suflé de la admiración, de lo inalcanzable de su púlpito y hasta de las ventas.

Los escritores tienen en su haber anécdotas, buenas, malas y regulares. Menos mal. Y nada hay más curioso que observarles en la distancia, entre bambalinas , mientras se mueven de aquí para allá en uno de esos festivales o encuentros literarios que se inauguran por medio mundo. Recuerdo a García Márquez en olor de multitudes durante el Congreso de la Lengua que se celebró en el año 2007 en Cartagena de Indias. La ciudad colombiana donde habitaba y donde era adorado cual estrella de rock , seguido por sus fans y «groupies» con mayor veneración que la «reguetonera» Shakira en la Super Bowl. Poco importaban sus devaneos idelógicos o que su cabeza confundiera el norte con el sur en sus años finales. También he visto a la casi centenaria Ida Vitale bailar la cumbia más sabrosona como si no hubieran pasado la edad ni la poesía por sus venas. Afortunadamente, los escritores/as tienen alma, corazón y vida.

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