Oliver Sacks, autor de «En movimiento. Una vida»
Oliver Sacks, autor de «En movimiento. Una vida» - Jurgen Frank
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Oliver Sacks, un espíritu libre

«Ojalá no hubieras nacido». Esta frase terrible de su madre persiguió al neurólogo inglés hasta su muerte e hizo que viviera marcado por la pulsión obsesiva de medirse a sí mismo. Sus memorias rescatan este y mil y un recuerdos más

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En un ensayo que se presentaba como un manifiesto hedonista, el filósofo francés Michel Onfray sostenía hace unos años que nunca como ahora había sido tan necesaria una filosofía existencial, visto el desgaste de las múltiples corrientes y teorías que cruzaron el siglo XX. Era precisa, decía, la formulación de una especie de «egodicea» que se ocupara del ser humano en su integridad, que le ayudara a hacer viable y vivible la existencia allí donde nada es dado y todo debe ser construido. Una filosofía que como es obvio se resiste a un corpus doctrinal, porque carece de sistema, pero que puede expresarse en la escritura autobiográfica.

¿Cómo no sentir interés por la autobiografía de quien ha observado durante largo tiempo el cerebro humano deleitando a sus miles de lectores en todo el mundo con innovadores ensayos que mostraron el camino de la empatía con el paciente como imprescindible para el mejor conocimiento de las enfermedades mentales y de los enfermos? Me refiero a Oliver Sacks.

Un avance de su testimonio vital pudimos leerlo en un escrito divulgado por «The New York Times» el 19 de febrero de 2015, anunciando que sufría un cáncer en fase avanzada y que, por tanto, su vida había entrado en una última y definitiva etapa.

Alto voltaje

La lectura de « En movimiento» nos recuerda el espíritu positivo y conciliador con el mundo y la vida que desprendía aquel texto. Sin que ello signifique, en absoluto, que estemos ahora ante un texto complaciente o vacío de significación. Muy al contrario, Sacks hace un considerable esfuerzo por decirnos, sin dramatismos, que su vida no fue fácil. Una vida marcada por la pulsión obsesiva de medirse a sí mismo en todos los escenarios a su alcance y por la pulsión de escribir: a su muerte ha dejado unos mil cuadernos de letra apretada con sus experiencias como submarinista, motero, nadador, neurólogo, adicto a las drogas, naturalista y hombre, en fin, abierto y cerrado al mismo tiempo, abierto al mundo pero huyendo de su ortodoxia.

Para Sacks esa ortodoxia estuvo representada en primer lugar por sus padres, con su rechazo instintivo a la homosexualidad. «Ojalá no hubieras nacido», le espetó su madre al saberlo, siendo él un adolescente. Da la impresión de que el afamado experto que escribió « El hombre que confundió a su mujer con un sombrero» no dejó, ni por un momento, de alejarse de aquella dolorosa sentencia.

Un lobo solitario: esa era la imagen con la que se reconocía a sí mismo Oliver Sacks

Si por una parte el lector de Sacks conoce la singularidad del personaje –él mismo se manifestó en « Alucinaciones» como un hombre adicto durante años a las anfetaminas– y, por tanto, ya sabe que no se va a encontrar con la historia convencional de un científico volcado en la observación clínica y el trabajo académico, por otra estoy convencida de que tampoco espera leer un relato de tantísimo voltaje. Para empezar, Sacks apenas tuvo carrera académica (una auténtica sorpresa para mí) y durante buena parte de su vida ejerció como neurólogo al margen del paraguas científico y hospitalario. De ahí, imagino, su libertad exponiendo sus observaciones médicas, dotadas en sus libros de una capacidad dramática, un sentimiento y una estructura narrativa que las hizo memorables e inspiradoras.

Sin hacer demasiado hincapié en ello, Sacks menciona que el éxito alcanzado con sus ensayos, algunos adaptados al cine (« Despertares», « Rain Man»), discurrió en paralelo al silencio médico de la mayor parte de sus colegas, desconcertados ante una forma tan literaria y heterodoxa de abordar la descripción de la enfermedad y de los enfermos. Él, en todo caso, seguiría adelante, gobernado por su propia audacia.

Todo lo necesario

No es casual la portada del libro: un hombre joven y musculoso, con chupa de cuero, camiseta blanca y tejanos ceñidos, sentado en su reluciente BMW R60, con el rostro satisfecho de quien tiene todo lo necesario para vivir. Un bañador, su moto, un cuaderno y unas latas de sardinas: con este aproximado equipaje Sacks se lanzaba a la exploración del territorio, ya fuera en Inglaterra, San Francisco o Nueva York. Un lobo solitario: esa era la imagen con la que se reconocía a sí mismo.

Según explicó su amigo el también escritor Lawrence Weschler en «Vanity Fair», este le propuso a Sacks escribir su biografía. ¿Era posible hacerla omitiendo su homosexualidad? No, no era posible amputar esa parte de su vida. Y ahí está la última lección del maestro Sacks (consciente de que a su muerte esta información saldría a la luz). Decidió enfrentarse al «dictum» materno pero también a la verdad y reconocer que su vida fue una construcción permanente, con aportaciones brillantes e íntimos desórdenes, combatidos a veces con la mayor radicalidad (su abstinencia sexual durante 35 años, por ejemplo). Pero con final feliz, la experiencia del amor compartido, descubierto a los 75 años junto a Billy Hayes, el autor de «El expreso de medianoche». Un don precioso para un hombre acostumbrado a poner distancias.

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