Ernst Jünger posa para el escultor Arno Breker en 1982
Ernst Jünger posa para el escultor Arno Breker en 1982 - Colección ABC
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Ernst Jünger, los acordes secretos

Todo el siglo XX, con sus dos guerras mundiales y el auge de los totalitarismos, desfila por las memorias de Jünger. Pero es su ideario íntimo lo que late en «Los titanes venideros». Un libro de conversaciones fechado tres años antes de su muerte

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A finales de 1942, el capitán de la « Wehrmacht» Ernst Jünger abandonó París y se encaminó hacia el frente oriental, en el Cáucaso. Llevaba consigo una pequeña Biblia y un cuaderno de campaña. El 2 de diciembre, con el suelo cubierto de nieve, anotó en su diario: «El hálito del mundo de los desolladores resulta a veces tan perceptible que mata completamente las ganas de trabajar, de modelar imágenes y pensamientos. Las malas acciones tienen un carácter sofocante, deprimente; la campiña humana se torna inhóspita, como si en ella se ocultase carroña. En la vecindad del crimen las cosas pierden su magia, su olor y sabor. […]. Mas es precisamente contra eso contra lo que hay que luchar.

Los colores de las flores que brotan en la mortífera cresta no deben palidecer para nuestros ojos ni aun cuando se hallen a un palmo del abismo».

En aquellos meses, Jünger era un hombre desgarrado que se planteó el suicidio. Percibía la guerra europea como el triunfo final de las fuerzas del nihilismo sobre los viejos valores. Luchaba, en medio de las dificultades del exilio interior, por preservar la lucidez y el honor. Se hallaba además ante el conflicto sentimental ocasionado por dos mujeres: su esposa, Gretha, y la enigmática «Doctoresse», cuyo nombre real era Sophie Ravoux (de soltera, Koch): una pediatra de origen alemán afincada en París, de madre judía, y casada con el traductor francés y activista antinazi Paul Ravoux.

Profunda herida

Gracias a las últimas biografías publicadas en Alemania y Francia -entre otras, la de Julien Hervier: «Ernst Jünger. Dans les tempêtes du siècle» (Fayard, 2014)-, se puede rastrear mejor la profunda herida que el adulterio ocasionó en la familia del escritor -Gretha llegó a solicitar la ayuda del Estado Mayor en París, así como la del famoso jurista Carl Schmitt, amigo de la pareja- y no se puede descartar por completo que Jünger fuera destinado al frente ruso precisamente para salvar su matrimonio.

Unos meses más tarde, ya de vuelta a París, escribió en su diario: «Hay un morir que es peor que la muerte: consiste en que una persona amada vaya matando dentro de sí la imagen con la que vivíamos en su interior. En esa persona nos extinguimos». Y, poco después, el 6 de marzo de 1943, acudirá de nuevo a la Biblia buscando una respuesta a su angustia: «Dicho para nosotros los varones. Colocados entre dos mujeres, nuestra situación puede ser similar a la del juez en el juicio de Salomón -pero nosotros somos a la vez el niño. Hemos de otorgarnos a la mujer que no quiere partirnos».

El lector de nuestros días sabe que Jünger finalmente optó por no romper con su familia, aunque ese dolor -el de una pasión verdadera surgida en la vida íntima del autor- resuena como un bajo continuo a lo largo de esa obra maestra de la literatura memorialística que son los dos tomos de «Radiaciones», sus diarios de la II Guerra Mundial.

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