CINE

El cine que entronizó al príncipe de las tinieblas

Desde el «Nosferatu» de Murnau hasta las «performances» de Bela Lugosi, Christopher Lee y Gary Oldman, el celuloide ama a Drácula

Bela Lugosi en «Drácula», de Tod Browning (1931)

Víctor Arribas

Bram Stoker en realidad no inventó el elemento esencial de su creación, la presencia de seres que se alimentan de la sangre de los vivos y transitan para siempre entre las sombras. Drácula es una continuación del mito vampírico cuya explotación por la cultura popula r tenía ya en 1897 un largo recorrido de varias décadas, transmitido a través de las leyendas y las tradiciones de un corazón de Europa atormentado por sus propios fantasmas ancestrales. Por generaciones se había cultivado al terror hacia la figura de Vlad Tepes el Empalador , que diferentes teorías no confirmadas vinculan con la creación de Stoker aunque sin aportar una sola prueba determinante, tan sólo construyendo una épica que convierte en más presentables experimentos como Drácula, la leyenda jamás contada (2014) de Gary Shore , la más reciente de las pretendidas explicaciones sobre el origen del conde vampiro. Vlad Tepes era considerado como un dragón, y Dracul significa eso en la lengua de los Cárpatos.

Los vampiros en sentido amplio ya dieron mucho juego a lo largo del siglo XIX, pero fue en el XX cuando su aureola mítica se desplegó a través del celuloide, que convirtió en popular mundialmente al príncipe de las tinieblas , el que no bebe... vino. Para él, la sangre más que una sustancia es una adicción. Todos sus elementos, la oscuridad, el fuego que puede acabar con él, la sangre, el tiempo-eternidad, la no-vida, los crucifijos, los insectos con los que está aliado..., todos ellos son altamente inflamables en contacto con el medio cinematográfico y proporcionan noches eternas esculpidas en plasma y días de refugio en las mazmorras del Mal. Drácula es ni más ni menos que la representación gráfica de los temores y las supersticiones del hombre.

Christopher Lee

Drácula resucita de nuevo en 2020 en la interesante miniserie de la BBC y Netflix con un personaje que evoluciona hacia lo contemporáneo, y termina hablando por Skype y adivinando la contraseña del Wifi, junto a un Van Helsing convertido en monja. Un conde cosmopolita que vampiriza las relaciones sexuales de sus víctimas. De las adaptaciones precedentes la más valiosa es el Drácula de la Hammer de 1958, la apoteosis del cromatismo con sentido dramático. El rey de los vampiros es elegante, absorbente, seductor, un aristócrata del terror con fuerte componente sexual. Un Christopher Lee insuperable , con esa primera secuencia de la agresión a Mina como la más fiel representación del acto sexual con la víctima asumiendo gozosa el trance vampírico y la penetración de los colmillos en sus carótidas. La saga se prolongó hasta los 70, con la primera secuela como la más poderosa y digna continuadora de la obra germinal: El príncipe de las tinieblas (1965). Las demás son en general inferiores y derivan en la feminización del mito siempre desde el punto de vista de una liberación sexual acompasada a los tiempos, llegando al extremo de crear un contra-Drácula en La condesa Drácula (1971)

La productora británica había superado a su modelo, estrenado casi treinta años antes, Drácula de Universal Pictures (1931). Bela Lugosi sin maquillaje ni colmillos postizos , sólo con la luz, el movimiento corporal y especialmente de sus manos. Siendo un largometraje valioso desde el punto de vista visual, que inauguró la edad de oro del género , sus mejores aportaciones están en los diálogos, cargados de un doble sentido y de humor negro al que contribuyó el acento de este actor de origen rumano. Tuvo múltiples secuelas hasta en la Metro ( La marca del vampiro , 1935, realizada igualmente por Tod Browning ), y una versión en castellano con Carlos Villarías como primer Drácula patrio.

«Nosferatu», de Murnau

F.W. Murnau había compuesto una década antes, en 1922, Nosferatu , la que probablemente sea la obra cinematográfica más importante sobre vampiros sin estar el conde Drácula en su interior, por motivos pecuniarios, pero que absorbe todo su espíritu y lo amplifica para influir de manera decisiva en posteriores adaptaciones a la pantalla. El conde es feo y calvo, como un embrión monstruoso en contra de lo que Lugosi había corporeizado y lo que Lee sublimó. El actor Max Shreck seguía la corriente expresionista del Caligari de Wiene , aunque cambiaba el nombre del protagonista que pasaba a ser Orlok. La versión de Werner Herzog con Klaus Kinski , con ser valiosa, no superó al original.

«Drácula de Bram Stoker», de Coppola

Hay varios Dráculas en color muy sugerentes. El de Frank Langella (1979) es la estilización de factura clásica para una revisitación del personaje arrebatadoramente romántico. Un Drácula existencialista, que quiere salir de su prisión de la inmortalidad. Langella vuelve a los códigos de Lugosi, más gestual y naturalista. El caballeroso y seductor conde que recorre Nueva York en busca de una modelo lo incorpora George Hamilton en Amor al primer mordisco (1979). Y el Drácula de Coppola (1992), más que de Bram Stoker como su pomposo título intentó hacer creer, bombardea con su poderosa carga personalista. El vampiro cambia de cara, es despojado de cualquier visión simpática que haya tenido en el resto de adaptaciones. Gary Oldman es obligado a vagar por la eternidad por culpa de un amor perdido al que seguirá buscando atrapado hacia un destino trágico.

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