José Fernández y Susana Cortés, educadores de arte, en el estand de ABC Cultural en ARCO
José Fernández y Susana Cortés, educadores de arte, en el estand de ABC Cultural en ARCO - S.N.

Un cadáver exquisito para que todo el mundo disfrute del arte

José Fernández y Susana Cortés reivindican el estand de ABC Cultural como una oportunidad para contemplar el proceso creativo de una obra

MADRID Actualizado: Guardar
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Las largas aunque interrumpidas pasarelas eléctricas que conducen a la entrada de ARCO tienen en Manuel González, de 56 años, a su mejor observador. González, que regenta desde hace más de una década un puesto de cupones de la ONCE, es un hombre escéptico: «Para mí eso no es arte», sentencia sobre la feria de arte contemporáneo que se celebra a unos metros de allí. «Unas chicas de la limpieza me contaron que se encontraron papeles y botellas, los tiraron, y luego resultó que era una obra», añade, con su tenderete a la espalda. A poca distancia, pegado a una pila de periódicos, Gianfranco Troncone, que delata con su nombre su origen italiano, expresa un punto de vista más entusiasta respecto al evento: «El arte no es accesible para todo el mundo, pero ahí está su magia: no todos tienen que entenderlo igual».

Este chico, de 24 años, admite que tiene intención de darse una vuelta por los pabellones. Nos despedimos. Dos azafatas, que han estirado demasiado su hora de comer, se escapan cuando intento hacerles algunas preguntas, alegando que llegan tarde.

—¡Vuela, vuela!—, le grita un hombre, presumiblemente el encargado, a una de ellas. Las chicas se largan. Su jefe, también (en la pasarela eléctrica).

Hora de entrar en ARCO.

Paso por la la puerta. Primero necesito ubicarme, así que me dirijo al puesto montado para informar a los despistados. Me presento:

—Estoy buscando el estand del cadáver exquisito.

—¿Del?—, obtengo como respuesta.

Del cadáver exquisito. Según las notas que llevo en mi libreta, y que recogen un fragmento de las memorias de Simone Collinet, esposa del tótem del surrealismo, André Breton, el origen de la expresión se ubica en 1925, en una tarde en la que un grupete de amigos —entre ellos Jacques Prévert, el poeta, autor del tristísimo «Les Feuilles Mortes» que luego popularizó Yves Montand— decidieron jugar a escribir varias palabras, al azar, en un papel que iban plegando. El resultado les encantó: «Le cadavre exquis boira le vin nouveau» (El cadáver exquisito beberá el vino nuevo). Anota Collinet: «André gritó de alegría y sintió enseguida que era una de esas fuentes o cascadas naturales de insipiración que tanto amaba descubrir».

Intento hablar más alto.

—El estand del ABC Cultural.

—¿Del?

Un poco más.

—Del ABC Cultural.

Y obtengo mi respuesta: camine hacia el fondo, gire a la izquierda. Luego descubro que es al fondo, pero a la derecha. Da igual. De camino me encuentro a Calero —Francisco Javier Calero, redactor de ABC— y, unos pasos más adelante, a Ani Castillo, una limpiadora de 36 años que tiene la amabilidad de detener su trabajo durante unos minutos para dejarse incordiar.

—¿Qué le parece ARCO?

—Bien. A nivel cultural, me parece fenomenal. Es importante que los niños crezcan con un nivel cultural alto—, me explica.

Ani se apoya en un carrito con ruedas donde lleva una bolsa de basura. De vez en cuando, algún visitante de la feria se acerca y le pregunta si puede tirar tal o cual cosa. Ella les da permiso, mientras continúa con sus reflexiones convertidas en queja:

—Los adolescentes no están en esto.

Se refiere, en general, a la gente joven. A los que todavía están estudiando en el colegio o en el instituto, antes de ir a la universidad. Ani sugiere que se hagan cursos, que el interés por el arte se fomente mediante la educación. Es un debate. «André gritó de alegría», escribió la citada Collinet. ¿Cómo contagiar ese entusiasmo a quien nunca se ha interesado por cuestiones artísticas? ¿Cómo, quizá aún más difícil, transmitirlo a quienes no se ganan o intentan ganarse la vida con ello?

Encuentro el estand de ABC Cultural con relativa facilidad. Está compuesto por dos paredes, unidas en ángulo recto, que han perdido su blanco original. Los artistas jóvenes invitados ya han comenzado a transformarlas con sus obras. Me acerco a Miguel Ángel Fúnez, que pinta agachado de cuclillas. Fúnez me explica que intenta retratar el impacto del cambio climático, con dibujos animales que todos conocemos, como un «El Correcaminos» que, claramente, ha sufrido alternaciones genéticas. Un tema cercano, una preocupación de nuestra época que cualquiera se puede plantear en alguna ocasión. Eso es lo que reivindican José Fernández, de 31 años, y Susana Cortés, de 29, con los que me cruzo casualmente. Ambos son educadores de arte o, lo que es lo mismo, personas dedicadas a emplear el arte como herramienta educativa.

—¿Qué os parece esta idea?—, les comento, mientras observamos a los creadores que trabajan a nuestro alrededor.

—¡Me encanta!—responde Susana—. Ves el proceso creativo de los artistas contemporáneos y no solo el producto final. Nosotros somos educadores, y veníamos hablando de que falta proyecto educativo. Trabajamos especialmente con niños.

La pregunta es obligada.

—¿Y cómo reaccionan ante el arte? ¿Es muy distinto a como lo hace un adulto?

Susana sonríe.

—Llevar niños a ver arte es lo más fácil que hay, porque no tienen prejuicios. Son un lienzo en blanco. Todo lo que les cuentas o, en nuestro caso, lo que no les cuentas, les hace pensar. Lo difícil es con la gente adulta.

Intento un experimento. Dos niños, que juegan junto al estand, vienen a visitarlo acompañado de sus familiares. Primero nos acercamos a Manuel Antonio Domínguez, que pinta en una de las paredes.

—Chicos, ¿qué veis ahí?

—¡Es un cumpleaños!—, grita el más pequeño, que señala a uno de los personajes de José Antonio Vallejo, tocado con un gorro puntiagudo.

Nos dirigimos a la obra de Ana Barriga, que ha dibujado dos querubines como si fueran los ojos de un rostro hecho jirones.

—Ahí hay dos cerebros—, me explica.

—¿No son angelitos?—, le sugiero.

Y tras un breve silencio.

—¡Son alienígenas!—, dice al fin.

Seguimos hacia la pieza de Fran Ramírez, donde conviven Bender —el famoso robot de «Futurama»—, varias pistolas, animales victorianos y Mickey Mouse, y que encanta a los críos; aunque no, como podía pensarse en un primer momento, por el famoso ratón.

—¡Mordecai!—, chillan ambos.

Mordecai es, según leo más tarde, un pájaro protagonista en una famosa serie de dibujos, aficionado a beber café y soda.

Recuerdo a Susana y a José. Y a Collinet, una última vez: «André gritó de alegría y sintió enseguida que era una de esas fuentes o cascadas naturales de insipiración que tanto amaba descubrir».

Supongo que Breton gritó como un niño.

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