David Leattie, autor de «Los dos hoteles Francfort» (Anagrama)
David Leattie, autor de «Los dos hoteles Francfort» (Anagrama) - abc
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Jonathan Coe y David Leavitt: historias de dos ciudades

Jonathan Coe y David Leavitt dan una nueva vuelta de tuerca a la novela histórica con sus últimas narraciones. Dos viajes al pasado cuyos destinos son Bruselas y Lisboa

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«Viajar es una brutalidad», sentenció Cesare Pavese. Antes, Séneca diagnosticó que «viajar revitaliza la mente». Elijan la modalidad que mejor les venga o vayan sabiendo que, posiblemente, ambos tengan razón. Porque allí fuera –más o menos lejos de nuestro paisaje habitual– se nos ofrece la tentación de no ser quienes habitualmente somos.

Ahora, dos escritores muy diferentes –pero, a su vez, no sólo nacidos el mismo año, sino también cómplices en su prodigiosa capacidad para moverse y transformarse– exploran, en sus nuevas novelas, la ambigüedad y la gracia y la desgracia de ponerse en movimiento y del salir de aquí para entrar allí. Y cada uno de ellos lo hace con pareja calidad pero modales muy diferentes en sendas historias de dos ciudades.

Destaca la capacidad de Coe para tocar varios registros

En Expo58, Jonathan Coe (Bromsgrove, 1961) opta por una manera de viajar muy british donde confluyen el cine de Alfred Hitchcock y los estudios Ealing, y el humor de P. G. Wodehouse y Evelyn Waugh, con la fascinación por Ian Fleming y las farsas de espías de Graham Greene y Kingsley Amis.

El escenario es la Bruselas de 1958, a la que llega el opaco civil servant treintañero Thomas Foley a supervisar la construcción del pabellón del Reino Unido en la Exposición Universal de ese año. El pabellón deberá representar el espíritu nacional y con gran honestidad –esto es verdad, aunque ustedes no lo crean– no será otra cosa que un típico pub: The Britannia. Enseguida Foley descubre que allí puede ser otro. Y la temperatura sube mientras arrecia la «guerra fría» y se entabla un minué de bellezas yanquis y nórdicas, agentes secretos (pero secretos a voces), nobles y decadentes aristócratas, y algo que todos quieren sin saber muy bien para qué sirve y que se llama Máquina Zeta.

Morir un poco

Lo interesante de todo es que aquí, más allá de las piruetas de comedia de costumbres y vodevil malacostumbrado, vuelve a destacar la capacidad de Coe para tocar varios registros al mismo tiempo y recuperar cierta pulsión beckettiana (The Accidental Woman), la feroz sátira de clases (¡Menudo reparto) y la melancolía inglesa (La lluvia antes de caer). Y, sí, para Foley el volver –y no el viajar– acaba siendo morir un poco.

Los Freeleng son otra pareja dispareja, complicada

Por su parte, David Leavitt (Pittsburg, 1961) ensaya –tras El contable hindú– otra aproximación a la novela histórica apoyada sobre moldes clásicos tan sólo para extraviarlos a las pocas páginas de la partida. Porque en Los dos hoteles Francfortse funde El buen soldado, de Ford Madox Ford, con Casablanca, de Michael Curtiz & Co., pero añadiendo una muy suya vuelta e ida de tuerca.

El escenario es Lisboa en 1940 bajo el gobierno del dictador Salazar. Dos parejas –una norteamericana y otra mitad inglesa, mitad norteamericana– esperan la salida del SS Manhattan, en una semana, rumbo a Nueva York. El ambiguo y poco confiable narrador es Pete Winters, ejecutivo de la General Motors casado con la temperamental e insatisfecha (o más bien neurótica e histérica) Julia. Ambos –huyendo de la Segunda Guerra Mundial (Julia es judía)– se disponen a volver a casa después de quince años en París.

Un juego de espejos

En un café conocen a los Freeleng –Edward e Iris– y a su absorbente y anciana perra Daisy. Y todos felices; a pesar que sea imposible conseguir alojamiento en una ciudad habitualmente tranquila y ahora convulsionada: Pete puede distraerse y Julia tiene flamantes candidatos a encandilar con sus delirios de grandeza. Los Freeleng, además, son gente interesante y sofisticada: escriben novelas policiacas bajo el seudónimo à deux de Xavier Legrand. Y pronto se nos revela que los Freeleng son otra pareja dispareja, complicada y de costumbres sexuales más bien originales. Y la trama (de ahí, desde el mismo título, apuntando cierta dualidad en caracteres e intenciones) se presenta y se despliega como un juego de espejos digno de Patricia Highsmith. Así, aquí nadie es lo que parece y todos mienten a los demás y se mienten entre ellos.

El «Hágase la luz» no es otra cosa que un «Háganse las maletas»

Leavitt –que al principio de su carrera pareció que no saldría de su nicho de joven y magistral escritor de «lo gay», el Edmund White de su generación– vuelve a no conformarse con nada más que eso. Y sorprende con un final impredecible a la vez que perfectamente lógico alterando nuestra percepción de todo lo que se nos ha venido contando hasta entonces. Allí, con una suerte de pirueta metaficcional, Leavitt nos revela y nos desafía con un para qué conformarte con escribir una novela histórica cuando, de paso, se puede ofrecer una suerte de práctica/teoría de cómo escribirla. O, mejor aún –decálogo incluido, donde se ordena un «nunca permitas que los hechos interfieran en la historia»–, cómo no escribirla.

De ahí que Expo 58 y Los dos hoteles Francfort sean variaciones originales sobre un aria clásica: aquello que se mueve (y conmueve y sacude) cuando uno se mueve. Un tema tan antiguo como la novela misma donde el «Hágase la luz» no es otra cosa que un «Háganse las maletas». Después, enseguida, se deshacen aquellos que las llevan. O, en realidad, son llevados, siempre, de manera tan revitalizante como brutal, a otra parte.

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